Contar la historia de vida de un adulto mayor en cortos párrafos, es imposible. Aún así, en este homenaje se destaca lo bello de la vida de esta población sin ahondar en detalles, pero narrando con simpleza parte de sus vivencias.
Una vejez encantadora
A medida que los años van avanzando, la piel y el estado de salud se comienzan a ver afectados, el cabello comienza a ponerse blanco o a caerse, las arrugas en el cuerpo se van haciendo más evidentes, la voz es más suave y tranquilidad, y los días se ve con más frescura.
María Lucrecia Cardona es una mujer de 82 años, encantadora en su manera de expresarse y quien trabajó durante toda su vida para sacar a sus hijas adelante y que ahora pasa sus años junto otras personas contemporáneas a su edad en el Centro de Bienestar del Anciano – Santa Ana de La Ceja, municipio en el que siempre ha vivido.
Creció en una familia numerosa y tradicional de la época, su infancia y adolescencia transcurrió en el sector El Tambo, salida para el municipio de Abejorral. Comenzó a trabajar a los 16 años en diferentes oficios, casualmente en el Asilo donde actualmente reside – antes era quien atendía a los adultos mayores y hoy ella es la atendida -, prestó sus servicios en el hospital del mismo municipio, en casas de familia y en otros asilos.
Se casó de 32 años, tuvo 4 hijos: tres mujeres y un hombre, el niño falleció de 8 meses de nacido a causa de una gastroenteritis. Las tres hijas, todas viven, pero ninguna está casada, cada una tiene su hogar en unión libre con su pareja. Lucrecia no recuerda cuántos nietos tiene, pero dice que son varios.
“Mis hijas se preocupan mucho por mí, me traen regalos y me sacan a pasear lo más de bueno”, manifiesta con una sonrisa en su rostro que ilumina su mirada y semblante.
Ella convivió con el esposo durante 17 años y enviudó cuando tenía 50, su compañero sentimental tuvo dificultad respiratoria que impidió la llegada de oxígeno a los pulmones, lo que produjo su muerte.
Después de quedar viuda, no tuvo otro camino que ponerse a trabajar en casas de familia, realizando aseo para sacar a sus hijas adelante. “Me convertí en el papá y mamá de ellas, me puse a sacarlas adelante”, expresa con motivación de mujer berraca y continúa “mientras yo trabajaba mis papás me cuidaban las niñas” y cuando llegaba a la casa, después de una jornada laboral, se encargaba de todo: lavarles la ropa, prepararles la comida y estar al pendiente de ellas; “las mandaba bien bonitas para el colegio”, puntualiza.
El paso de los años se fue dando y las hijas crecieron y formaron su hogar. Lucrecia fue quedando sola y buscó hace 5 años apoyo en el asilo, deseando tener un lugar donde pasar sus días y sentirse acompañada. Se siente muy agradecida con el apoyo recibido, sus hijas están al pendiente de ella y no le falta nada de lo necesario para tener una vida tranquila, la cual entretiene día tras día además con actividades que les destinan en el Centro para ocupar su tiempo.