Historia de una exclusión

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Nuestros colegios, ¿Escenarios de conflicto, intolerancia y discriminación?

La ideología de género, la norma y la orientación sexual

Un episodio en una institución educativa de El Carmen de Viboral nos plantea interrogantes acerca del papel de la escuela, la familia y la sociedad en la forma de enfrentar casos difíciles de comportamiento en los jóvenes. Es quizá un tema cotidiano en las aulas de clase.

Mario Augusto Arroyave Posada. Especial para Periódico El Oriente.

En la entrada al colegio hay una desteñida valla donde se alcanza a leer un slogan que dice: “Educando para la paz”. El lugar es apacible, un idílico espacio campestre a 6 kilómetros de la zona urbana de El Carmen de Viboral. El nombre ratifica la belleza del entorno, corregimiento Aguas Claras, Colegio Santa María. Al lado, una pequeña capilla y al fondo, el imponente cerro El Capiro. Los niños y jóvenes merodean y corren por los alrededores antes de ingresar en medio de la neblina, morrales, loncheras, papás apurados orillan sus motos con uno, dos, tres niños y la buseta de la vereda que queda vacía. Allí como siempre muy puntual entró Daniel, un joven de 16 años que esa mañana retomaba su lucha personal: manejarse bien, acatar la norma, esconder sus ademanes, disimular su nuevo piercing, etcétera. En un instante, todo está en calma, ya están todos en clase. Es el ambiente escolar del que muchos guardamos especial reminiscencia.

Es la escuela ese lugar de encuentro con el conocimiento, pero es también el lugar por excelencia para establecer nuestro ser colectivo, la interacción y la convivencia. Es en ese momento en el que podemos conocer de primera mano la diferencia, porque salimos del espacio de la casa, abrimos las puertas al mundo y encontramos que hay gente de otro color, de otra estatura, de otro olor, de otra condición económica, con otras formas de vivir. Eso significa por ejemplo, que lo que para mí era la idea de familia o de religión, para los otros significa otra cosa. Sin embargo, es la escuela también el lugar donde se enseña cómo son las cosas, y ese es el cuento que allí se profesa (los hacen los profesores), la “verdad”.

Esa verdad a veces coincide con la realidad y se puede comprobar, aunque -como decimos-, es discutible. Allí está el conocimiento científico, la matemática, la física y muchas otras cosas que finalmente sabremos que evidentemente eran debatibles y en últimas terminamos diciendo que todo es subjetivo después que la histórica y bien aprendida teoría, es impugnada. Otros conocimientos se profesan como verdades hasta que la realidad nos dice sutilmente que no es así. Es el caso del concepto de familia. De dónde viene esa idea que es permanentemente reiterada como “núcleo fundamental de la sociedad”?. Es modelo de reciente invención o corresponde a una constitución natural del ser humano ligado casi biológicamente a ella?

La familia que se nos ha impuesto corresponde a una histórica estrategia de orden trazada y denominada por Luis Althusser como “Aparatos ideológicos del estado” y que tiene como operadores o agentes, a los padres de familia, los sacerdotes, los maestros y un líder de opinión, que hoy funciona mediante el medio de comunicación masiva. Es decir que la mejor forma de manejar y controlar un macroestado es a través de esos pequeños microestados, órganos llamados familia y por supuesto, allí todo debe corresponder a un modelo de normalidad. ¡Que nada se salga de ese cánon!, representa amenaza y peligro.

De otro lado, sobreviene la norma, ya no la doméstica cansona que cantaletea la mamá, sino la colectiva. ¿Es un acuerdo consensuado entre los miembros de una sociedad, un tratado basado en el sentido común y en correspondencia con principios de respeto y solidaridad? O es una herencia de reglas para salvaguardar la “institución”?. En su aplicación se unen los agentes en clara eficiencia. Y si no, dígame alguien por qué razón nos obligaron a usar sólo la mano derecha y nos atrofiaron la izquierda? A punto de castigo y palmada, con el famoso “pao-pao”, aprendimos a no pensar, a no cuestionar, a no imaginar, ya que eso es lo que podría ocurrir si usamos la izquierda y por ende, el hemisferio derecho de nuestro cerebro. Alli está nuestro campo holístico, de libertad, de provocación, y eso no se puede permitir!

Era la norma institucional la que transgredía Daniel en el colegio de Aguas Claras. Su comportamiento correspondía al estudiante “insoportable” y cada día lo suyo era recordar que no todos somos iguales, que la escuela no es una fábrica de salchichas como las que nos ilustró aquella maravillosa producción cinematográfica de Pink Ployd, The Wall. Daniel hablaba duro, lo hacía en clase, bailaba, reunía la diferencia a su alrededor, se pintaba un mechón colorido y cuestionaba todo, y frente a situaciones como la implementación de la jornada única quiso aglutinar voces en contra por lo que la rectora manifestó que estaba armando un sindicato, pero además según el informe de los profesores, “hace comentarios y groseros, no acata las sugerencias y siempre está buscando llamar la atención haciéndose peinados estrambóticos, responde con grosería y altanería a los llamados de atención”…

Daniel salió a los pocos minutos del colegio. Ese apacible paisaje tenía otro ingrediente, un estudiante que caminaba sólo hacia su casa porque alguna profesora reiteradamente lo sacó de clase, el comité de convivencia del colegio consideró que era un estudiante-problema y la rectora creía que era un mal referente. Hacía cuatro días que Daniel no iba a estudiar porque se sentía hostigado por los señalamientos de algunos profesores. Nadie llamó a su casa para indagar qué pasaba con él. Su madre le había insistido que fuera a estudiar y hasta lo “chantajió” –con tácticas de mamá-. Ese día, antes de entrar a clase, lo enviaron nuevamente para rectoría hasta que el acudiente se presentara.

Ya no quería volver, ni a ese colegio ni a otro, ni ver a nadie. Sólo desolación había en él, y claro, en su mamá, es decir, su familia. Nada había sido igual desde que salió de su escuela primaria en la vereda Samaria con el abrazo amoroso de sus maestras que sabían que sería un gran estilista o diseñador. Desde que llegó al Colegio Santa María, las puertas se abrieron a medias porque debido a anotaciones de años atrás en su ficha, le obligaron a firmar un contrato académico. Entró con tarjeta amarilla sin empezar a jugar. Aguantó tres años, e igual tiempo lo hicieron sus profesores, pero para él, no era justo el trato desigual en el cumplimiento de la norma. “Siempre yo”, era lo que atinaba a decir.

La polémica desatada en el país a raíz de las directrices dadas por la ministra de educación y la exigencia de actualizar los manuales de convivencia, sumado a la discusión en torno a la famosa cartilla denominada Ambientes libres de discriminación, tiene en este caso el laboratorio perfecto para evitar debates tan absurdos como el que hubo en el Senado de la República, con intervenciones tan desafortunadas, cargadas de odio, de sectarismos y de homofobia. Primero, la necesidad apremiante de realizar tales actualizaciones, ya que la mayoría de colegios pasan de agache frente a esta obligación. Segundo, porque no se puede seguir en esa discusión absurda respecto al tema de la identidad de género y de orientación sexual. Somos SERES HUMANOS!. Así no más, y la escuela debe abandonar esa zona de confort donde reside la pasividad de muchos docentes. Es desde esa actitud que se genera indiferencia, discriminación e intolerancia.

Las instituciones educativas deben ser consecuentes con el espíritu de la Constitución Política en su esencia pluralista. Educar para la paz es entender que hoy las familias son diferentes y que en cada grado hay un diccionario de ellas,  que el 46% de las familias en Colombia que no son compuestas por papá y mamá, único modelo aceptable para grupos religiosos y políticos que promovieron las movilizaciones en días pasados. Los maestros deben ser líderes que direccionen las potencialidades de sus educandos, deben dejar el disfraz de policías y ser verdaderos pedagogos que seduzcan e “hipnoticen” a sus alumnos con conocimiento, con dinámica y didácticas pertinentes. Con imaginación y sentido común, ni siquiera tendría razón ese manual de convivencia que hoy se aplica.

La otra cara de la moneda

¿Cuáles son las herramientas y los recursos con que cuenta una institución educativa para sobrellevar cada situación problemática? Qué acciones persuasivas, o correctivas se trabajan estratégicamente en común acuerdo con los distintos estamentos? Mantiene vigencia la junta de padres como órgano de participación?, el comité de convivencia cumple su rol conciliador objetivo? Muchas inquietudes surgen frente al entramado de posturas de cada protagonista que reclama para sí la razón.

En este caso, la suma de situaciones fue acrecentando una actitud hostil de parte y parte. Se actuaba con prevención y se confundieron las razones del malestar mutuo. Quizá se trató de cierta aversión por la evidente condición sexual de Daniel a quien el constante asedio lo condujo a ser cada vez más provocador e insolente, especialmente cuando se le exigía cortar su cabello o retirarse un piercing. De otro lado, la necesidad de imponer orden iba desplazando el lugar natural del estudiante en la Institución. Ya nadie era ajeno al tema y ante su presencia, asomaba el prejuicio.

La licenciada Ofelia Quiceno Marín -rectora de la Institución-, en declaraciones hechas al periodista John Bedoya para el programa 5 sentidos, afirmó que “lo que se hace en el colegio es que cada profesor o director de grupo en un observador va haciendo las anotaciones respecto al comportamiento de cada estudiante, de donde se realiza, al final de cada periodo, una evaluación que define si ante la reincidencia, se transcribe a la ficha de seguimiento”. Esa evidencia queda consignada en algo que es como la “historia clínica” del educando. Una marca indeleble que servirá para definir su ingreso a otra institución y que en últimas es la razón por la que Daniel no ha sido aceptado en otro colegio.

Igualmente, ante la denuncia de la madre de Daniel respecto a la decisión de los profesores de sacarlo de clases, la rectora aseveró al periodista que eso es falso, y que lo que hubo, fue una carta solicitando tomar medidas correctivas. Sin embargo, la carta con fecha del 16 de julio, firmada por ocho profesores existe y dice textualmente en su último párrafo: “Para finalizar, queremos dejar constancia que a partir de la próxima semana los docentes tomaremos nuestras propias medidas, entre las cuales está preparar talleres para el joven y ponerlo a trabajar fuera del aula. Frente a esto, esperamos se nos respete nuestra decisión, ya que no tenemos otra alternativa.”. La rectora afirma que tal solicitud fue negada y que lo que se le dijo al estudiante fue “o usted cambia o le va a tocar irse de la Institución”.

La vida académica concurre a veces a una sinsalida. Para el docente no es fácil permanecer atento a cada uno de sus estudiantes que en una institución pública, representa una cifra inmanejable. Héroes del día a día, adalides de la construcción de una comunidad con oportunidades de acceso a una profesión, de una sociedad del conocimiento, de mejores ciudadanos. Sin embargo, igualmente confluyen posiciones que privilegian ciertas ideologías, que crean abismos generacionales y devienen en rechazo sistemático por el otro. De otro lado, las plantillas pedagógicas pretéritas, los métodos cuadriculados, la posición autoritaria que estandariza en la necedad la queja de un padre de familia.

¿Qué hay detrás de todo esto?, Quizá la necesidad urgente de revisar los aspectos fundamentales de la escuela hoy, la del siglo XXI, la de la conciencia del derecho y el deber en una condición de corresponsabilidad. Quién excluyó a Daniel? El Colegio o él mismo? Un tema que merece estudiarse para entender la inclusión como principio fundamental, pero también el reconocimiento de las cualidades diversas para atenderlas, direccionarlas adecuadamente y conjurar las dificultades con acompañamiento afectivo y efectivo, con apoyo y estímulo permanente.

Daniel ve por ahora un panorama desolador,  puertas cerradas, caminos inciertos en un país que rechaza la diferencia. Un joven que anhela ser un gran profesional de la belleza donde se pueda expresar, gritar con sus creaciones, ser “estrambótico” y altanero con la vida. Para eso tiene que haber espacio, porque si no, “educar para la paz” no serán más que estériles y vagas palabras de cajón.

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