Esteban Guerra consumía cerca de 10 cigarrillos al día. Ya no eran tantos como cuando se fumaba casi una caja completa, tenía la intención de dejarlo. Curioso, como se define a sí mismo, devoró toda la información que estaba a su alcance sobre cómo controlar su adicción, hasta que llegó al IQOS (I Quit Ordinary Smoking), iniciales en inglés que significan “dejo el tabaco habitual”. Un dispositivo electrónico diseñado por una tabacalera estadounidense que afirma, al igual que otras compañías que van por el mismo camino, que es menos dañino.
Este, según cuenta Cristián López, vendedor autorizado de IQOS, funciona calentando el tabaco sin quemarlo: “A diferencia de los cigarrillos electrónicos, IQOS solo usa una hoja de tabaco cortada en láminas, no pulverizada”.
El tabaco se calienta a temperaturas que llegan a 350 grados, sin pasar por encima de los 1000 grados que se alcanzan cuando el tabaco se quema, como ocurre en los cigarrillos tradicionales. De esta forma, no se produce pirólisis o cambios irreversibles de la composición química del tabaco, lo que permite que el humo que se libere sea portador de un menor número de sustancias tóxicas.
“Los consumo hace seis meses y no sé si es efecto placebo, pero yo me siento menos asfixiado con los cerca de 7 heets (cigarrillos especiales para IQOS) que consumo al día”, cuenta Esteban.
Aunque una de las características que resaltan quienes lo promueven es que en estos solo se encuentra nicotina (compuesto orgánico de la planta de tabaco, altamente adictivo), investigadores de la Universidad de Bern en Suiza publicaron un estudio en JAMA Internal Medicine en 2017 en el que comparan el contenido del humo de IQOS con el de los cigarrillos convencionales. Encontraron componentes volátiles orgánicos e hidrocarburos policíclicos aromáticos en su humo, que pueden ser dañinos.
También hallaron que el humo de IQOS contenía el 84 % de nicotina hallada en el humo de los cigarrillos convencionales. Y aunque la mayoría de los elementos del humo de IQOS se encontraron en menor concentración, hubo un compuesto químico cancerígeno, el acenafteno, que se detectó en una concentración en humo de este producto en más del doble.
Aquí es importante aclarar que los IQOS, como iSmoke OneHitter o Pax 2, son dispositivos para calentar tabaco electrónicamente y no son considerados cigarrillos electrónicos.
Los Heat-not-burn (calentadores de tabaco), como se les llama en inglés, llegaron al mercado mundial por primera vez en 1988, pero no fueron un éxito comercial, según relata Theodore Caputi en la revista académica BMJ. Caputi es miembro del Instituto de Política de Drogas de la Universidad de Florida y exasistente de investigación en la Oficina de Política Nacional de Control de Drogas de Estados Unidos.
“La omnipresencia de los cigarrillos electrónicos y la creciente insatisfacción de que estos no brindan el cosquilleo en la garganta y el sabor a tabaco a los que los fumadores están acostumbrados pueden representar una oportunidad para los calentadores de tabaco, que ya están siendo introducidos por grandes compañías tabacaleras”, agrega Caputi.
En contraste, un cigarrillo electrónico, también llamado vaporizador electrónico, cigarillo-e, es según la Asociación Colombiana de Vapeadores (Asovape), “un sistema electrónico inhalador diseñado para simular y sustituir el consumo de tabaco”.
Estos utilizan una batería y una resistencia para administrar nicotina inhalada mediante vaporización, no combustión, de una solución compuesta de propilenglicol, glicerol y aromas alimentarios “ampliamente usados en multitud de productos de consumo humano, incluyendo pulverizadores e inhaladores de uso farmacéutico”.
Según cita Vype Colombia, empresa de vaporizadores electrónicos, “de acuerdo con los más recientes estudios por parte del gobierno británico, a través del Colegio Real de Médicos y el Public Health England (PHE), los dispositivos electrónicos de vapeo son 95 % más seguros que fumar, convirtiéndolos así en una estrategia clave para ayudar a reducir impactos potenciales en la salud relacionados con el tabaquismo”.
Sara Lastra Bello, toxicóloga y especialista en adicciones de la unidad de Telesalud del Centro de información y Estudio de Medicamentos y Tóxicos de la Facultad de Medicina de la U. de. A., reconoce que a algunas de estas sustancias (propilenglicol y glicerol, usadas en estos dispositivos) se les utiliza médicamente y, como tal, no se han probado cancerígenos en estado natural. Hace énfasis en que cambia cuando se transforma su estructura química al calentarlos, “produciendo compuestos cancerígenos”.
Los productores de cigarrillos electrónicos afirman que estos liberan nicotina (de 0 a 18 miligramos por mililitro, dependiendo de la solicitud del consumidor) a través de un líquido que se calienta en vapor e inhala, eliminando el alquitrán, una sustancia de los tradicionales o combustibles que se ha probado científicamente causa cáncer.
No obstante, el diacetilo, un químico utilizado para dar sabor a algunos líquidos de vapeo, se ha relacionado con el llamado pulmón de palomitas de maíz, una cicatrización y obstrucción de las vías respiratorias más pequeñas de los pulmones. Un estudio publicado en la revista Pediatrics, en marzo, encontró un aumento sustancial de los niveles de cinco compuestos cancerígenos en la orina de los adolescentes que vapean.
Los jóvenes
Otra preocupación que este fenómeno suscita es que menores de edad lo usen. Algunos creen que podría estar creando una nueva generación de adictos a la nicotina.
“Como los adolescentes quieren experimentar y son curiosos, estos productos puede conducirlos a su consumo –incluso aunque nunca antes hayan fumado–, a través de la publicidad que lo vende como uno sofisticado”, precisa la profesora de la U. de. A.
La industria se defiende con un informe académico publicado en el Royal College of Physicians en 2016: Nicotina sin humo: reducción del daño al tabaco, que dice que el vapeo no hace que los no fumadores se conviertan en fumadores.
En contraposición, la investigación Monitoring the Future de 2017, patrocinada por el Instituto Nacional sobre Abuso de Drogas del Gobierno Federal de Estados Unidos, siguió a estudiantes que en el último año de bachillerato nunca habían fumado un cigarrillo. Descubrió que un año después, quienes usaban electrónicos tenían cuatro veces más probabilidades de fumar tradicionales.
Otro estudio publicado en enero de este año por las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina de este mismo país, concluyó de manera similar que el vapeo llevó a los estudiantes a fumar cigarrillos, aunque no determinó si se convirtieron en fumadores habituales o si simplemente experimentaron.
En 2015, la Organización Mundial de la Salud publicó una revisión sistemática sobre los efectos de los electrónicos afirmando que “aunque no se pueden sacar conclusiones firmes sobre la seguridad de estos, hay un cuerpo creciente de evidencia que indica sus daños”.
Parece muy pronto para saberlo, coincide Lastra, “tal vez algunos de estos productos sean menos dañinos que el cigarrillo tradicional, pero como la mayoría de los usuarios de electrónicos siguen fumando, los riesgos para la salud de ese doble uso deben tenerse en cuenta en la evaluación del daño del vapeo”.
Solo al hacer una revisión en PubMed, el motor de búsqueda de libre acceso a la base de datos Medline de citaciones y resúmenes de artículos de investigación biomédica, se encuentra que las pruebas clínicas al respecto de mayor duración tienen dos años. “Esto aún no permite conocer los impactos a largo plazo”, enfatiza Lastra.
Así, debido a los muchos problemas metodológicos, los numerosos estudios con conflictos graves de intereses (algunos patrocinados por compañías productoras), las inconsistencias y contradicciones en los resultados, las pocas investigaciones de alta calidad, los diseños rápidamente cambiantes del producto y la falta de seguimiento a largo plazo hacen prematuro realizar cálculos para determinar qué tan dañino es vapear en comparación con fumar.