Por: Vanessa Alexandra Yepes Pérez – COMUNICACIÓN SOCIAL UCO, vanessa.yepes6056@uco.net.co
Mientras Daniela Noreña observa la hermosa vista de su finca, en sus ojos claros, vi la esperanza que se había perdido en los campesinos de Granada, tras ser un pueblo golpeado por la violencia y la indolencia de los grupos armados unas décadas atrás. De su sonrisa brota una luz que quema y da calidez al frío campo, que por años estuvo desierto y hoy, vuelve a tener vida.
El día que decidí adentrarme en esta aventura, sabía que no sería fácil, que me enfrentaría a historias llenas de desigualdad, tristeza, pujanza y alegría, pero ahí estaba yo, dispuesta a subirme a esta montaña rusa llena de emociones y conocer a profundidad la vida de la juventud campesina, especialmente de Daniela, donde una vez más se demuestra, que la desigualdad nunca va a poder con la fuerza de los sueños.
Eran las cuatro de la tarde. Tomé mi teléfono y llamé a una moto–taxi, transporte que sería el encargado de llevarme a la vereda El Concilio para encontrarme con ella.
Una hermosa sonrisa, un cabello recogido de forma particular, unas botas pantaneras negras y un corazón limpio, me recibieron al llegar a la vereda, que estaba a solo 10 minutos del casco urbano.
––Son unos minuticos por este camino y llegamos a mi casa ––dice con una voz dulce.
Ella da pasos firmes con sus botas, conociendo muy bien el terreno que desde niña ha pisado, un poco pantanoso por las lluvias y olvidado por la sociedad. Al final del camino se ve una pequeña y humilde casa acogedora, con una señora en el portón esperando nuestra llegada: su mamá.
Un escalón hacia su sueño
Daniela estudió en el bachillerato campesino, que es una oferta académica para los jóvenes que viven en el campo. Su papá, de apodo Chagualo, la llevaba estos días sin falta al colegio en su moto y después él se iba a trabajar.
En semana, ayudaba a sus papás en el trabajo, a recoger mora, a sembrar o simplemente los acompañaba. “Eso es algo que me ha servido mucho, ser del campo, uno aprende a ser muy trabajador, ver a mis papás como son de fuertes, uno aprende a valorar las cosas y a ser perseverante”, afirma.
Ella valora todo lo que tiene ahora, porque en algún momento de su vida no fue así.
– Nosotros hemos vivido en 3 casas: la primera era pequeña y no tenía baño, yo estaba muy chiquita, y no recuerdo cómo hacíamos para vivir así. Después nos pasamos para una casa mucho mejor, con baño, pero no tenía acueducto, teníamos que ir hasta muy lejos a recoger agua para lo básico; si queríamos lavar ropa, o lavar los platos sucios, metíamos todo en un balde y bajábamos a una pequeña quebrada a lavarlo. Ahora vivimos muy bien, esta casa la hemos construido poquito a poquito y acá no nos falta nada ––me cuenta Daniela, con cierta satisfacción en su rostro.
La adolescencia tocó la puerta y con ella las inseguridades que la atormentaron gran parte de su bachillerato. “Subí de peso, me llené de acné; del desespero empecé aplicarme muchas cosas que no debía, solo porque las personas me lo decían, ahora lo veo como un error”, menciona
A pesar de su baja autoestima y críticas por parte de sus compañeros, Daniela tenía muy claro su sueño y nunca bajó la guardia: fue la mejor en todo su bachillerato ocupando el primer puesto con promedios muy altos.
Esta joven lleva marcado en su corazón unas palabras, que, según ella, son de personas que no tienen una mentalidad soñadora. “Usted si es bobita lo que sueña, ¿entrar a la universidad? los campesinos no tenemos para eso, para poder estudiar tiene que sacar el mejor puntaje en el ICFES y eso es muy difícil. Ahora me río de esas palabras, pero si me hicieron tambalear en el momento”, comenta con seguridad.
Decisiones importantes
Llega el último año de estudio para esta campesina, y con esto la pandemia de COVID–19, que obligó a todas las personas a regresar a sus hogares y retomar los estudios en casa.
Noté que el brillo de la mirada de Daniela cambió, la historia se tornó pesada y para ella fueron tiempos difíciles. Sobre la mesa, se ponen a relucir las desigualdades sociales y el abandono que por años ha sufrido el campesino.
Para sus compañeros fue muy fácil recibir sus clases desde el computador, con buen acceso a internet y otras comodidades. Para ella iniciaba su calvario; en su finca no tenía internet, sus equipos electrónicos no eran los adecuados, en su mente rondaban las palabras de aquella niña, que se burló al ver el peso de sus sueños. Las brechas educativas y sociales cada vez se notaban más.
Su familia gestionó el acceso a internet, pero a veces era lento y no podía ver sus clases; su timidez le pasó factura, pues no se atrevía a llamar a los profesores para pedirles una nueva explicación de los temas.
No queriendo renunciar a su sueño, empezó a preparase ella misma para las clases y sobre todo para el ICFES. “Hice simulacros, repasé yo sola los temas, busqué en libros, tenía que prepararme, una beca era la oportunidad para cumplir mi sueño”, agrega.
Pasó el tiempo y las fechas para presentar el examen se corrían cada vez más por el tema del COVID–19 y veía su sueño mucho más lejos. “Una mañana recibí una llamada del psicólogo del colegio, diciéndome que encendiera una velita, que había quedado entre un grupo de estudiantes para participar por una beca con la Fundación Fraternidad. Ese día fue uno de los más felices para mí, fui a contarle a mi mamá y me aferré con todo el corazón a esa beca”, me cuenta Daniela.
El día del grado llegó y ella regresó a la finca para preparase. Para todos sus compañeros era el día más feliz de todos, pero para ella fue tormentoso:
–– Lloré todo el grado, yo estaba feliz por mi compañero Adrián, que fue quién ganó, pero sentía que ya no tenía oportunidad de estudiar en la universidad; ya no contaba con la beca del ICFES pues no quería volver a ilusionarme con algo que era incierto. Lo menciona con cierta nostalgia.
Al terminar la ceremonia, su familia la estaba esperando con mucha felicidad para celebrar; pero Daniela, sumergida en su tristeza, decidió viajar ese mismo día a seguir trabajando a Medellín y así olvidarse del sueño de ser enfermera.
Una luz al final del túnel
Daniela llegó a Medellín sin ilusiones, no quería renunciar a su sueño, pero no encontraba la luz en el camino.
––Algo que nunca voy a olvidar es un mensaje de mi mamá, ella no escribe bien, tiene mala ortografía, y al ver que yo no le contestaba las llamadas me mandó un mensaje de texto, tenía un celular Nokia, de esos de teclitas, y así me lo mando, decía algo como “Nanita, no se preocupe, buenas cosas vienen para su vida, nosotros estamos muy orgullosos”.
Ese mensaje de su mamá fue un empujón para seguir luchando por sus sueños, y el inicio de las buenas noticias para su vida.
Era el momento de ver los resultados de las pruebas de estado ICFES, pero ella no quería hacerlo, no quería decepcionarse de nuevo, pero sabía que tenía que afrontar la situación.
–– Para poder ver el resultado tuve que ir a hacer una recarga a mi celular porque yo no tenía internet donde me estaba quedando, no podía creerlo, aunque esperaba mucho más puntaje, fui el mejor ICFES del colegio con 448 puntos.
Semanas después, volvió a su casa a trabajar con sus papás; les contó cuanto había obtenido en el ICFES y la posibilidad de ganar una beca, pero les advirtió que nada estaba seguro.
Sus papás seguían motivándola, a pesar de que no tenían los recursos económicos le prometían que ella iba a ir a la universidad. “Mi papá me decía, que a él no le importaba si tenía que vender parte de la finca, o unas cuantas vacas, con tal que yo cumpliera mi sueño. Eso me inspiraba mucho, pero yo sabía que a ellos no les quedaba nada fácil, estudiar es muy caro”.
Ella decidió regresar a Medellín a trabajar en el Popular 1, desesperada buscando alternativas. –Me fui a trabajar en un local de ropa, vivía en una pieza pequeña que quedaba al frente del local. Estaba ahorrando lo más que podía, pensaba trabajar hasta junio y luego presentarme a la Universidad de Antioquia, ahí es más barato, y con los ahorros sustento los gastos del semestre.
Mientras trabajaba, Daniela recibió una llamada del psicólogo Luis Alvarado, quién le confirmó que había sido aceptada, que la beca era para la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB). Ella tenía muy claro que la carrera a elegir era Enfermería: sentía esa vocación por ayudar a los demás.
Del campo a la ciudad
La beca de Daniela fue una realidad, pero por su lentitud en el proceso, la beca se demoró un mes para hacerse efectiva. Mientras tanto, ella buscaba desesperada donde quedarse, en una ciudad desconocida. No sabía las rutas para llegar a la universidad, para ella era muy difícil desenvolverse en Medellín.
Esta campesina ya no estaba rodeada de paz, de árboles y un cielo azul, ahora la acompañaba la ciudad, sus edificios, el humo de los carros y la abrumadora soledad.
––Yo vivía en una casa con dos señoras y un niño; ellas eran las dueñas. En el primer piso estaba la sala, la cocina, un baño y las piezas de las señoras. En el segundo piso estaban las piezas de los inquilinos, un baño para hombres, uno para mujeres y el patio. Mi habitación era pequeña, tenía una cama, una mesita y un nochero. Cada persona tenía sus propios implementos de aseo, y en la nevera cada uno tenía su espacio para el mercado.
Para esta joven soñadora fueron días muy difíciles, su vida había dado un giro muy brusco y no se sentía con la fuerza para enfrentarlo. Con angustia, llamaba a su mamá a decirle que ella no servía para eso, se sentía abrumada por tantos trabajos, había llegado un mes después de que iniciaron las clases, tenía muchas tareas acumuladas y el estrés empezó a robarle la calma.
No se estaba alimentando bien, pues no le quedaba tiempo de preparase la comida por las largas jornadas de estudio. Se sentía sola en un lugar desconocido con personas desconocidas; pero ella no podía ser inferior al reto. Tenía que luchar.
Daniela se perdió varias veces en el Metro, a veces tomaba rutas que no eran; su primera clase de laboratorio la perdió, pues al no tener el carné, no la dejaron ingresar a la universidad.
– Todo esto ha sido un aprendizaje muy grande para mí, he logrado moverme un poquito más en Medellín, mi perspectiva frente a muchas cosas ha cambiado –menciona
El calor y la tranquilidad de su hogar, hicieron que terminara este periodo con un excelente promedio y así sostener su beca para el semestre que viene. Se siente feliz y orgullosa de haberlo logrado, sabe que esa es su profesión y que está en el lugar indicado. Sueña con ayudar a su familia, que sus papás no se tengan que matar trabajando de sol a sol. “El trabajo en el campo es muy duro, y sobre todo muy mal remunerado, sé que suena egoísta de mi parte, pero yo no me veía trabajando para siempre acá, no quiero repetir la historia de mis papás”.