El transcurrir de una generación en San Antonio de Pereira

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Foto Cortesía. El atrio y el templo parroquial de San Antonio en aquel entonces.

Por: Maria Camila Rendón Arroyave. 

 

Los árboles y los pastos danzaban con el vaivén del viento. El verde de estos relucía con fuerza bajo el sol. El cielo parecía tan infinito como el agua y se revestía de un azul claro que inspiraba tranquilidad. La tranquilidad que para aquellos años era lo que los habitantes de San Antonio de Pereira Vivian.

En los crepúsculos de los recuerdos

Ese pequeño lugar, hacía finales de los años 70 y 80’s, era uno habitado por pocas personas. Todos se conocían con todos. El pequeño pueblo no contaba con más de 40 casas. El parque era en piedra, el templo siempre mirando al oeste, y sobre el atrio unos cuantos negocios, entre ellos una tienda, el teatro parroquial y la casa cural.

Alrededor del parque había una que otra casa y unos cuantos negocios en los que resaltaban la tienda de Don Julio, la fonda El Esquinazo, La Morena que era la tienda de Don
Pablo Emilio, el bar El Pueblito, el cual era un lugar prohibido para los menores de 18 años ya que en este había una mesa de billar y tenía como decoración unas imágenes de mujeres en vestido de baño, las cuales eran la promoción de alguna marca de gaseosa o cerveza. En la otra esquina la misma casita que hasta hoy se conoce como El Balcón. Y a unos escasos 200 metros del parque había otra tienda conocida como la de Don Roberto (estaba junto a lo que hoy se conoce como el restaurante El Patio).

Foto Cortesía. Fachada de las casas antiguas, eran el tipo de casas que se veía en el lugar. Hoy en día quedan en San Antonio alrededor de 10 u 12 casas originales.

“En aquel entonces, todo era muy diferente. En las tiendas las personas compraban el diario y allí, si uno necesitaba una libra, un kilo, medio de esto o de aquello, los tenderos lo sacaban de los bultos llenos de sus respectivos granos y con una cucharita pasaban los alimentos del bulto a una bolsa de papel, y todas las compras las empacaban en este material”, cuenta María Moreno quién desde joven ha habitado en San Antonio, una persona que ya a sus más de 60 años recuerda esto, como si el tiempo no hubiera transcurrido.

En el otro extremo del parque estaba el colegio. El cual, estaba dividido un lado era el de los niños y el otro de las niñas. Se llamaba Escuela Urbana de Niños, y Escuela Urbana de Niñas.

Los caminos, (o carreteras) todas eran en piedra. Había prados muy grandes para que los niños salieran a jugar. En cuanto a las casas estaban ubicadas unas alrededor del parque, otras hacía la salida de La Ceja, otras a la salida a Rionegro, unas pocas a dos cuadras del parque, otras dos casitas por el lado del cementerio, entre ellas la casa de Doña Inés, una señora muy recordada por los lugareños. Ella tenía una finca y un criadero de gallinas. También había una de las fincas más grandes del lugar, ubicada sobre la vía que lleva a la Vereda Ojo de Agua, y a la Quebrada La Pereira.

Para esa época, en San Antonio hubo una jabonería cerca al parque. Pero para esos años presentes la economía de los habitantes de San Antonio se basaba en la zapatería. Además, en la mayoría de los lugares las personas tenían sembraditos de papa, yuca, maíz, frijol, árboles de naranjo, limón, mandarinos, aguacate, guayabas (tanto de la feijoa, como la amarilla, y la rojita que tanto les gusta a los pajaritos).

 

Los años de antaño

Foto Cortesía. Uno de los jóvenes de San Antonio disfrutando del río

“Cuando estudiamos en el colegio, los profesores nos hacían llevarle la razón a los papás de si nos dejaban ir al río de paseo, porque ese era el mejor viaje para nosotros. Al otro día nos íbamos para la excursión y allí pasábamos muy bueno, se jugaba pelota, fútbol, lazo, tirábamos baño, y algunos nos íbamos entre amigos hasta lo que hoy se conoce el Recinto Quirama y desde allí nos tirábamos en neumático por el río hasta llegar acá a San Antonio otra vez”, dice John Zuluaga, mientras en sus ojos se ve el recuerdo de los años melancólicos.

La quebrada La Pereira, es un afluente del río Negro. Esta viene desde La Ceja y atraviesa a San Antonio. También es conocida por muchos como “el Río La Pereira”. A lo largo del tiempo esta fue tomando un apogeo por ser uno de los sitios más calmados del río y por ello allí se podía bañar, era considerada como un afluente muy tranquilo, donde las personas podían “tirar baño” sin preocupaciones y otras lavaban la ropa en sus orillas.

Para llegar allí, se toma el camino que conduce a la vereda el Ojo de Agua, en ese entonces el camino era destapado.

Este durante muchos años fue un lugar lleno de vida. Cada fin de semana, por alrededor de unos 20 años, se hacía más frecuente que las personas fueran a tirar río, a hacer sus paseos, a bañarse, a pasar un rato agradable con sus familias, amigos, e incluso parejas, pues la quebrada y sus alrededores eran sitios frescos, limpios, los distintos verdes que se alzaban en torno a las diversas matas, árboles y prados del lugar se combinaban con el dulce cántico del cauce del agua. Eran lugares muy limpios. No estaban contaminados. Las personas los cuidaban para que cada que alguien fuera a pasear allí, lo encontrara bien organizado.

“En el río aprendimos a nadar, y allí hacíamos asados, sancochos. Y cuando llegaron los primeros radiecitos que funcionaban con pilas y los podíamos llevar hasta allá, eso era una maravilla. Cerca de la carretera había una cascadita. En estos espacios se vivía una alegría indescriptible, muchos recuerdos quedan allí de los momentos que marcaron a los adolescentes de aquella época”, manifiesta Gonzalo Jiménez, una persona que desde pequeño ha vivido en el sector, y quién además es carpintero y de su juventud disfruto de aquellos paseos.

Los viajes al río que hacían las escuelas se hacían cada 3 meses, pero cuando las personas iban haciendo amigos y se iban encontrando su combito con el cual compartir, estos planes se hacían más seguido, casi cada ocho días. Se iban a pasar un rato agradable en las orillas de la quebrada.

“Con el tiempo, este paseo se fue haciendo muy turístico entre los habitantes de lugares aledaños, y los fines de semana – especialmente cuando era puente – las personas iban al río y allá si se armaban los paseos buenos. Había música, juegos, baño en la quebrada, comida, personas pescando, todo esto hacía que lo que se desbordara en el lugar fuera la alegría de pasar un buen rato, el conocer a nuevas personas, compartir y descubrir que los momentos se podían pasar de maneras diferentes, especialmente los domingos y festivos”, dice Milena López, quien frecuentaba estos planes con sus amigos cuando era una jovencita.

Los caminos del paseo

Cerca a la quebrada había un prado llamado el Ventiadero. Allí era donde más se jugaba fútbol, y se elevaba cometa, mientras unos se bañaban, otros jugaban en la manga y así entre risas y diversión todos pasaban ratos agradables.

El ventiadero era una pradera de buen tamaño, tanto así que contaba con una variedad de árboles, este se encontraba ubicado en el lugar donde se construyeron los edificios Bosques de la Pereira e Ipanema.

Para llegar a dichos lugares, se tomaban dos caminos: uno que es el camino que conduce a la vereda el Ojo de Agua. En ese entonces el camino era destapado, y se llegaba hasta el lugar donde hoy está la urbanización El Caney (esta, linda con las orillas del río y allí eran los bañaderos); y el otro era para ir al salto del Recinto Quirama, al Ventiadero, e inclusive a la quebrada, para ir a estos, el camino era por la vía que conduce a La Ceja, allí, había un sendero y varios caminos que fueron abiertos con algunas máquinas.

El Recinto Quirama – cerca Al Ventiadero-  donó un lote y allí se hizo la primera cancha que tuvo San Antonio de Pereira. Con ella se formó el primer equipo sólido de fútbol que tuvo el lugar. “El equipo tenía gente muy buena, que sí sabían jugar. Además de ver los partidos uno pasaba muy bueno, porque cada que había partido frente a otras localidades como La Ceja, El Carmen, entre otros, era la única oportunidad en la que veíamos varios carros juntos, porque a los jugadores los traían en los buses de ese entonces que eran los Carros Escaleras”, cuenta Benjamín Rendón un colaborador en una compañía de la localidad. Este también, ha vivido en San Antonio desde niño.

Si el río hablara

Este afluente tiene en sí muchas historias, y cada una muy significativa, pues entre estas se dice que a San Antonio (el santo que se encuentra en el templo parroquial del lugar) se lo encontró una lavandera allí. Y otros dicen que por el contrario fue encontrado por unos pescadores en medio de un tronquito. Relatos que al fin de cuentos han marcado la historia de aquel lugar.

Hoy en lo que se conocía El Ventiadero, se encuentran varias construcciones, en el fondo Ipanema, entre los árboles Bosques de La Pereira y a mano derecha los apartamentos de la urbanización EL Caney.

Con el paso del tiempo el río se fue haciendo más admirado y querido por los habitantes, tanto así que ir allí y hacer diferentes actividades por los alrededores del mismo se hizo parte del día a día de las personas. Mientras el río entre sus aguas bajaba la corriente de forma constante, con ella muchas narraciones y acontecimientos surgían para contarle a las personas, o al menos para marcar el recuerdo de muchos de los pobladores.

En Semana Santa –  cuentan varias personas de la localidad –  un señor al cual le decían Valmore (quién vivía en Rionegro), no perdonaba cada año esta época para ir al río que cuando eso era muy limpio, él iba y explotaba dinamita dentro de la quebrada, esto hacía que los peces salieran más rápido y por montones a la superficie, logrando así, obtener una buena cantidad de pescados.

Otra historia que marcó profundamente a los habitantes de San Antonio, incluso en el hecho de volverlo en broma, es aquello del señor que trapeaba el río.  Sí, pues como comentó John Jairo Velásquez, un habitante y carpintero del lugar.  Al señor que trapeaba la quebrada le decían Gavino, este desde los años donde los paseos al río se hicieron famosos, él diario en las mañanas bajaba con una trapera al hombro, y al llegar allí, se bañaba y luego empezaba a sumergir y a escurrir la trapera en el río por un buen rato. Esto fue un secreto que se llevó al cementerio, pues nadie supo a qué se debía esto, o qué misterio habías tras de estos hechos.

Pero como bien dice el dicho “cuando el río suena, es porque piedras lleva”, en muchas ocasiones es real. Una mañana la armonía del lugar se vio afectada por un corto tiempo con los sucesos que para ese día ocurrieron. “Era muy de mañana, yo estaba en el tractor recorriendo los pastos del lugar donde vivía, cuando los señores que bajaban a ordeñar subieron despavoridos, gritando: ´Don Alfonso, Don Alfonso, en el río, una mujer se atascó en las piedras del puente´, de inmediato corrí tras ellos y en cuestión de segundos estaba yo ahí parado cerca al puente viendo el cuerpo de esa señora. Ella llevaba un vestido, pero realmente este estaba muy desecho y roto. La mujer estaba morada y por lo que lograba apreciar tenía unas cuantas cortadas en su piel. Luego de eso, nosotros con un lazo la arrastramos hasta la orilla para que el río no siguiera con ella y luego llegó la policía y ya ellos fueron los encargados de seguir con el proceso. La verdad nunca se supo que pasó, o que le hicieron, si ella se tiró o alguien más lo hizo, pero eso fue ya hace muchos años”. Expresa Alfonso Vásquez, en medio de su sombrero blanco y algunas arrugas que acompañan su piel.

Y así es, como pasan los años, los momentos, el tiempo corre de prisa y a su paso solo deja recuerdos en la memoria de quienes tienen la oportunidad de vivir los acontecimientos, deja las remembranzas de lo que fue y hoy ya no; como lo son aquellos paseos llenos de alegría y compartir que se hacían en un San Antonio, en esa quebrada y lugar que hoy ya no son nada de lo que recuerdan los pobladores. Pues fue llegando la luz, el agua por medio del alcantarillado, e incluso la televisión, y con ello todo cambió porque, así como se fue evolucionando, se dejó atrás los lugares de diversión que marcó a toda una generación.

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