La adolescencia social

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Por Mario Augusto Arroyave Posada

Somos una sociedad inmadura, que se cree grande, sabionda y autosuficiente, pero que en la práctica requiere aún toda la atención maternal. Se actúa con la mentalidad adolescente donde se exigen todos los derechos pero no se está dispuesto a cumplir con ningún deber. El cuestionamiento sistemático de la autoridad, expresiones y actitudes que dicen “nadie me entiende”, son comunes en la forma en que las personas cotejan su papel en el mundo.

La analogía del comienzo es un juego al que me gusta acudir con frecuencia especialmente cuando estoy frente a un grupo de personas y observo sus actitudes. En especial –por supuesto- con los adolescentes, quienes repiten posturas que hablan de una condición y así, permanecen en una clase con la capucha de su chompa puesta y con los pies sobre la silla, dirigiendo su atención a cualquier cosa, menos a lo que le corresponde atender en el momento, como una forma de hacer sentir cierta rebeldía, o sólo para hacerse notar. No diré si exijo que “ponga los pies en la tierra” o que descubra su cabeza, porque lo que me interesa es como esto demuestra una “edad media” en esa persona.

Cada uno de nosotros vive las distintas etapas de la historia de la humanidad.  Tenemos un momento inicial de “aparición del hombre sobre la tierra”, un nacimiento correspondiente a ese período caracterizado por  el despertar de la inteligencia, los sentidos y las emociones, un homo habilis que se comunica con sonidos guturales. Esa prehistoria y edad antigua va hasta la aparición de la escritura en la que se alcanza una fantástica aprehensión de conocimiento, acelerada asimilación de información que va hasta los siete años, un mundo multicolor dominado por los juegos y la fantasía. Un proceso veloz que se evidencia claramente cada que nos encontramos con los amigos que al ver a nuestros hijos exclaman una victoriosa proclama: “Como estamos de viejos!”

Es un período brillante, “clásico” y lúcido, el mundo es hermoso y bueno, los papás son los superhéroes y no hay nadie que los supere. Sin embargo, los días pasan y las marcas en el metro puesto en la pared suben mes a mes, dejando un clóset lleno de ropita nueva, inservible y chiquita, pero además llena de estampados y colores que al muchacho o chica ya no le interesa. La adolescencia llega y con ella una etapa de independencia falsa, una emancipación, una toma de decisiones, un YO que resuelve qué ponerse, dónde ir y con quien. Momento en el que los papás abandonan el pedestal porque allí se subirá quizá un futbolista, una estrella de la música, un héroe misterioso que muestra un nuevo color en la vida: es la edad media, es un mundo en blanco y sobretodo, en negro!

Y ese período medieval es entonces, el de la capucha casi monástica, los rituales, la “autonomía” (hasta que el bolsillo se desocupe) y los pies arriba, sobre la silla o sobre la guantera del carro. Las expresiones desafiantes hacia los padres e incluso los maestros, las complicidades, los amigos furtivos, la aventura y el riesgo constante. La desobediencia es signo de confrontación con la autoridad, con lo establecido. El cuarto se vuelve un templo lleno de altares donde se esconde ese mundo secreto de nuevos despertares, un culto subrepticio que toma rumbos de alcances inimaginables y peligrosos, los autos o las motos, la tecnología, el deporte, aunque muchas veces no se practica ninguno porque atenta contra los tiempos de hibernación…y claro, el síntoma de un despertar más “complejo”, el cuerpo, las drogas, la sexualidad y las relaciones afectivas, territorio escabroso donde la autoestima transita por resbaladizas aristas. Todo esto en el marco de un desconocimiento casi absoluto de algún método de supervivencia emocional (o anticonceptivo), la facilidad de manipulación y un envalentonamiento heredado de alguna mítica piedra filosofal o relato ficcional y una premisa indiscutible: Yo sé lo que hago!, aunque cada acto de la existencia aún penda de los hilos paternales.

Hoy parecemos ser una sociedad que se quedó en ese período histórico. “El Medioevo está de moda” decía un grafiti y a esto corresponde la actitud y comportamiento de muchos, a un acto de rebeldía –en el mejor de los casos- o a una adolescencia de criterio, de cordura, al desgano y la desfachatez. Si se hace un repaso de las dificultades que enfrentamos, las que definen una cacareada crisis de valores, la falta de principios y de sentido común, el conflicto, la inseguridad, la ambigüedad en el discurso político,  la polarización y la violencia, nos encontramos con que cada vez más esta analogía adquiere mayor sentido. Más aún en el contexto de una sociedad mediatizada por poderosas y oscuras fuerzas en donde aparecen salvadores por doquier enarbolando banderas de mezquino ondear. 

El otro siempre es el culpable de lo que pasa, y esa es una evasiva característica de esta edad. “Por eso estamos como estamos”, porque todos actúan mal menos yo, paradigma del buen comportamiento que llega hasta donde se defienden los derechos que la sociedad y el Estado tiene conmigo. La balanza se equilibra con deberes y derechos pero pocos sienten que tienen el deber de cumplir con la norma y con las obligaciones. Un listado de ejemplos sería interminable, pero con sólo mencionar casos como la cantidad de grupos en redes sociales avisando la presencia de un retén para evitar una multa porque se tiene vencido el seguro o no lo posee, o porque no se tiene una tecnomecánica. Las demandas por alimentos en las comisarías de familia, la violencia intrafamiliar, el contubernio con el delito, con el juego sucio, la justificación o complicidad con el  corrupto,  el lenguaje homicida que hace apología de la justicia por cuenta propia, el engaño como sinónimo de la “viveza” y otros tantos –muchísimos- casos.

En el cuarto secreto de esta sociedad se rinde culto a muchos fetiches, se idolatra a quienes nos han llevado al borde del abismo, se reza ante el altar de unos medios de comunicación de contenido narcótico y embaucador, el sometimiento al consumismo atroz, la manipulación que polariza y divide. Hibernamos en un sueño profundo y pasivo abonando el sometimiento a las ideas, sin cuestionar, repitiendo, balbuceando miedos, pero convencidos de una ilusoria libertad que da una gaseosa, un carro o una tarjeta de crédito. Ese cuartel adolescente es el refugio contra el enemigo y la amenaza que viene de ser autónomo en las decisiones porque aún no estamos preparados y por eso las decisiones las toman otros, y atención! “No se deje confundir”, compre sólo los originales.

Alguien escribió que a nosotros lo que nos faltó fue pasar por el período de la Ilustración. Cuánta sensatez hay en esa afirmación, no para intentar compararnos con otras culturas sino para fijar puntos de partida propios, un reconocimiento contextual e histórico de nuestra identidad y afirmar en ella nuestras propias convicciones, avanzar como sociedad y como sujetos hacia una nueva edad, un Renacimiento en el que podamos encontrar la luz y el conocimiento para localizar  lo esencial. Madurar y determinar las rutas del crecimiento y el desarrollo para sentir que por fin logramos ser una sociedad autónoma, es decir, esa en donde se tienen derechos y deberes, donde se respeta al otro, donde se es leal y fiel a los principios y valores, donde se exalta y cuida la naturaleza y se es verdaderamente libre. No puede ser una utopía!

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