Por: Estefanía Ramírez Giraldo
COMUNICACIÓN SOCIAL UCO, estefagi03@gmail.com
La señora saca su spray del bolso y les echa a todos los productos que recién yo le había registrado. Eran pocos, cuatro si mucho. Yo me quedo mirándola y ella, sin yo preguntarle nada me dice: “Ay, qué pena, es por mi patrona, es lo primero que me dice a la hora de ir a comprar algo” La clienta tiene unos 43 años, es voluminosa, morena y de ojos negros.
Y así es como algunos de los clientes actúan estando en un supermercado en medio de una pandemia. No todos son así, algunos ni mencionan el tema, otros hasta exageran de lo prevenidos que están con el virus, ya tratan de pasar por los pasillos por donde hay menos gente, se acomodan constantemente el tapabocas e incluso, cuando lo olvidan, se ponen lo primero que vean (como una bolsa, por ejemplo). Muchos agradecen por el riesgo que corremos al trabajar en un supermercado de cadena (donde yo trabajo queda ubicado en el Mall de Llanogrande), y hasta nos preguntan por nuestra salud. Otros, por el contrario, nos tratan de otra manera, así como lo expresa mi compañero Rafael Morales, cajero del supermercado: “Más que la presión, estamos viviendo malos tratos”.
Cierto día en semana, una clienta llega con un encapsulador de olores de Familia a esparcir al cajero, al empacador, al carro y a los productos.
––Qué pena señora, yo no soy un balo público, yo tengo mis productos de aseo y desinfección, en mí no lo va a usar ––le dice el cajero.
–– ¿Quién es su jefe?” ––le inquiere la señora, con cara de desagrado.
Evidentemente puso la queja. Y por supuesto, se cambió de caja y bañó a la cajera y a Luz Dary, la empacadora. Cuando Luz Dary la acompañó al carro, la señora vuelve a coger sus encapsulador y se lo empieza a esparcir de pies a cabeza. Después le dice:
–– Ahora sí me puede poner el mercado en el carro.
Luz Dary es delgada, de cabello largo y negro. Tiene unos 52 años. Es de las empleadas que más tiempo lleva. Es una de las más simpáticas del trabajo, algunos clientes hasta le dicen que hace muy bien su trabajo. Tiene una hija que ama exageradamente y siempre la pone en sus conversaciones.
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Y ni de qué hablar del señor don Juan que llega a la caja número 1.
–– Ustedes son unos hijue… locos, ¿cómo es posible que yo tenga que guardar distancia? Yo me puedo parar donde me dé la gana.
Después de decir esto, pide unos cigarrillos Hits que justo estaban en esta caja, los pagó y se fue. Don Juan frecuenta ir al supermercado, sobre todo en las mañanas. Mide 1,70, es robusto, viste de jean y camisa de rayas, de esas que traen el bolsillo en el lado izquierdo para echar los cigarrillos.
Era viernes, fin de semana, comienzo además de un nuevo mes. Estaba en la caja número 5. Había 5 personas en la fila, sus caras se ven alargadas, uno mira la hora, otros simplemente se la pasan en su celular. Una señora al llegar a la caja no me saluda si no que me dice:
–– Hay más de 3 personas en la fila, ¿ya me duplicó los puntos?
En este supermercado hay una promesa al cliente: si hay más de 3 personas en fila, abren una nueva caja registradora. De lo contrario, duplican el puntaje de la compra. Evidentemente no se podía abrir otra caja, por temas de precaución habían habilitado 4 cajas, de 7 que hay. Claramente no fue posible abrir otra caja y le tocó esperar, como a todas a las otras personas.
Para tener menos interacción con los clientes, se les pide que en lo posible paguen con tarjeta y no efectivo e incluso que ellos hagan todo el proceso, que inserten y retiren su tarjeta. La mayoría lo hace, pero a la hora de pedir que firmen el váucher muchos se molestan. Pasó el caso de una clienta que le reclama a la cajera por ponerla a firmar.
–– Ya no hay necesidad, además ese lapicero está contaminado ––dice ella.
La cajera le explica que son órdenes de los jefes, que si desea se los llamaba. La señora habla con uno de ellos y le cuenta lo sucedido. Después, se marcha y deja su tarjeta. A los minutos regresa y su tarjeta todavía estaba en el datafono.
–– Tranquila que no se la toqué, bien pueda retírela de ahí ––le dice la cajera.
Protocolos y restricciones
Aquella mañana estaba fría y tranquila. Solo había 2 cajas disponibles. Yo estaba en la caja número 3. De repente llega un señor de gafas, camisa amarilla y cabello canoso a mi caja y me dice:
––Niña, buenos días, si a esta hora solo entran los adultos mayores, ¿por qué veo a un muchacho en el supermercado?
Inmediatamente yo miro para todas partes buscando y me topo con un muchacho de unos 30 años. El cliente estaba en lo correcto. Yo llamé a mi jefa y le conté lo sucedido. Ella le dio toda la razón al señor y dijo que iba a hablar con la vigilante que lo había dejado entrar. “Y me perdonarán lo cansón, pero las reglas son para cumplirlas” expresa el señor.
Esto pasó al principio de la cuarentena, cuando aún se podía abrir el supermercado los fines de semana. Desde el pasado 17 de marzo, el alcalde Rodrigo Hernández declaró toque de queda en el Rionegro, debido al primer caso de coronavirus. Los supermercados a las 8:00 de la noche ya debían estar cerrados. Días después se declara cuarentena en todo el país. Desde ahí todo cambió. Recién comenzaba la cuarentena, el gobierno había puesto una norma para todos los supermercados que decía que de 7: 00 am (hora de abertura) hasta las 9:00 am, se atenderían solo personas mayores de 70 años, pues son los más vulnerables al covid-19, virus que se contagia fácilmente por lo que, se trata de proteger a los que tienen menos defensas.
… Y de los mismos creadores de la señora que le echa el spray a los productos, carro, cajeros y empacadores, llega el señor domiciliario que le echa desinfectante a los billetes. El señor fue dos veces a mi caja y las dos veces hizo lo mismo. “
––¿Ustedes no desinfectan los billetes? ––me pregunta––. Yo cada que recibo plata, la desinfecto.
Cuando el covid-19 no había llegado a Colombia, los clientes cada que veían que alguien estornudaba o tosía, hacían chiste con esto. “Ay, el coronavirus”, decían. Después se echaban a reír. Ahora que llegó, si se tiene algún síntoma se va a mirar mal. Es notorio que nadie se imaginaba que la pandemia iba a llegar tan lejos, luego de dos meses de encierro. No se puede negar que el Alcalde de Rionegro actuó rápido, pues declaró el toque de queda inmediatamente hubo el primero caso en el municipio.
A raíz de esta contingencia, se perdió por completo la rutina que llevábamos. Los clientes lamentan el hecho de no tener la misma libertad de antes, más cuando son adultos mayores. Doña Marta, una cliente fiel, al pasar en su carro por el supermercado expresa: “qué rico entrar a tomarme un cafecito”. Ella solía ir todos los sábados a mercar en compañía de Santiago, su ayudante. Ahora él es quien hace todo el mercado. Cada que él llega de hacer mercado, se baña y se cambia de ropa y así es como él se puede llegar a bañar unas siete veces al día. Ella es bajita, monita, tiene unos 76 años. Es muy querida, pero a su vez puede llegar a ser muy complicada y más cuando se trata de descuentos. Un lunes, después de haber pasado un mercado grande, doña Marta se da cuenta de que no le hicieron el descuento en las frutas y verduras del día del afiliado a Comfama. Ella, muy tranquila, se sienta en una de las sillas que hay en las cajas y no tiene problema en esperar a que lo volvieran a pasar de nuevo para que le aplicara.
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Sin duda el estrés que seguramente traen los clientes lo recargan sobre la cajera. Ellas, después de unas largas filas, de unas cuantas horas estando de pie, y de unos clientes exigentes, se ven con ojeras. Sus caras se ven alargadas del cansancio que mantienen, incluso, sus cuerpos se ven jorobados. “Ayer salía a las 3:00 p.m. y por el voleo que hubo me quedé hasta las 4:30 pm”, afirma Verónica García. Pero eso no es todo: además de salir más tarde, también les toca esperar largas horas la buseta, pues a raíz de esta coyuntura, pasan menos seguido.
Y así es como se vive el ambiente en un supermercado de cadena, en el que evidentemente todo cambió tanto para sus clientes, como para los empleados. Se pasó de abrir los viernes y sábado hasta las 12:00 am, para ahora prestar servicio solo hasta las 4:00 pm e incluso, los fines de semana no abrir y trabajar a puertas cerradas. Para bien o para mal, esa es la realidad a la que día a día nos enfrentamos. ¿Cuánto estaremos así? Nadie lo sabe.