Los inmortales

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Como en todos los deportes colectivos, un equipo de fútbol es una coordinación inteligente entre los elementos que lo componen. Un equipo de fútbol es un “once”, es decir, está integrado por esa cantidad de jugadores. Pero negarle a este deporte la existencia e importancia de sus individualidades sería tanto como condenarlo a una rutina mecánica, a un juego de los robots sin imaginación que responden siempre a las pautas establecidas por el director técnico.

La historia del fútbol demuestra que son las grandes figuras las que han impulsado la evolución de este deporte y que son las estrellas quienes mantienen encendida la llama sagrada de la afición. Los modernos estadios, con una capacidad muchas veces superior a los 100.000 espectadores, sólo se llenan cuando el público sabe que se le va a ofrecer calidad. Y esa calidad es la que está al alcance de unos cuantos futbolistas superdotados que sobresalen tanto por encima de sus compañeros como de sus rivales.

Son numerosos los equipos que han realizado gestas deportivas, que han ganado campeonatos y han acumulado trofeos en sus vitrinas. Muchos de esos equipos contaron con un buen entrenador, a veces adelantando a su época, buen estratega, agudo psicólogo o aceptable preparador físico.

Casi todos esos equipos estaban formados por un “once” homogéneo, sin fisuras, en el que cada uno de sus componentes supo realizar su cometido con acierto. Pero todos esos grandes equipos que han escrito las páginas más brillantes del fútbol mundial han contado también con grandes estrellas que permanecen vivas en el recuerdo de los aficionados.

El gran equipo uruguayo de los años 20 tiene que ir ineludiblemente unido a los hombres Nasazzi, Scarone, Cea o José Leandro Andrade. El equipo español que logró la medalla de plata en la Olimpiada de Amberes es recordado por este éxito deportivo, pero, sobre todo, porque contaba en sus filas con grandes jugadores, como Pepe Samitier y Ricardo Zamora.

El Wunderteam, la selección austriaca que asombró al mundo, va indisolublemente ligado al nombre de Mathias Sindelar. La selección húngara de los años 50 se recuerda por los nombres de Puskas, Kocsis, Czibor o Boszik, sus grandes maestros. River Plate tuvo su mejor equipo cuando contaba con “la Máquina” como delantera: Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau. El ”Gran Torino”, malogrado  en la catástrofe aérea de Superga, trae al recuerdo de todos lo viejos aficionados un nombre glorioso: Valentino Mazzola.

 

Todos los grandes equipos han contado ha contado con figuras legendarias. Tanto es así que para situar la época de un club o una institución, no se suele hacer referencia: el Real Madrid de Di Stéfano, el Santos de Pelé, el Manchester de Boddy Charlton, el Benfica de Eusebio, el Inter de Suárez, el Ajax de Cruyff, el Bayern De Beckenbauer o el Liverpool de Keegan. Para el aficionado al fútbol, la referencia a estas grandes figuras siempre resulta más explícita que decir el Real Madrid de 1955-1960 o el Santos de 1960-1963.

Las figuras se resisten a morir. Las viejas, porque siempre quedarán en el recuerdo, como historia que ya son del fútbol. Las nuevas, porque ni las tácticas más estrictas ni los sistemas más despersonalizados pueden matar el talento que llevan muchos jugadores. A la colección de viejos ases ya retirados, se unen cada día nuevos valores que sobresalen para bien del fútbol: los Maradona, Kempes, Rummenigge, Schuter, Zico, Platini, Paolo Rossi o Trevor Francis son nombres que confirman que en cada generación existen buenos jugadores de talla mundial.

La relación de biografías que publicamos en este trabajo obedece a criterios objetivos. Se han pretendido reunir a jugadores que han tenidos una dimensión mundial, aunque, en cualquier tamaño de este tipo -necesariamente limitado, porque de los contrario sería interminable- puedan faltar los ídolos locales o algún jugador que, a juicio de un lector determinado, reunió méritos para aparecer en este compendio. En el fútbol, cada aficionado tiene sus ídolos, sus preferencias y sus colores y de ahí que a veces pueda pensarse que “no están todos los que son”. Los que sí podemos asegurar es que son o fueron figuras todos los que están.

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