Un campesino recibe herramientas e insumos agrícolas para reactivar su tierra y asegurar el sustento de su familia. Foto: cortesía de la Unidad para la reparación de Víctimas.

Las montañas del Oriente Antioqueño vuelven a llenarse de vida. Hoy, las tierras que fueron testigos de la huida de miles de familias desplazadas, debido a la violencia, comienzan a ser escenarios de esperanza y reconstrucción. Gracias a una inversión de más de 2.000 millones de pesos, la Unidad para las Víctimas ha destinado recursos en proyectos agropecuarios y obras comunitarias para que los campesinos puedan permanecer y progresar en los territorios que una vez tuvieron que abandonar.

En el corregimiento de Mesopotamia y varias veredas de Sonsón y La Unión, el sonido de la actividad agrícola retoma su fuerza. Allí, familias como la de Dolly Hernández celebran la llegada de insumos que les permiten dar un nuevo inicio. Dolly, que recibió 80 gallinas y materiales para construir un galpón, expresa su gratitud: “Volver después de tanto sufrimiento y poder trabajar en nuestra propia tierra es un alivio; ahora podemos sostener a la familia y vender lo que produzca nuestra pequeña granja”.

La historia de Dolly y su familia es similar a la de muchas otras: hace más de dos décadas, la violencia obligó a los campesinos de estas veredas a abandonar sus fincas, dejando atrás cultivos y recuerdos. La guerrilla y los grupos de autodefensas habían marcado su territorio y, para muchos, quedarse no era una opción. Pero hoy, con las dotaciones de herramientas, semillas y abonos, y el acompañamiento institucional, la comunidad vuelve a ver florecer sus parcelas.

Obras que fortalecen comunidades

Además de los proyectos productivos, la Unidad para las Víctimas ha impulsado importantes obras comunitarias que mejoran la calidad de vida de los habitantes del Oriente Antioqueño. En el corregimiento de Mesopotamia, en La Unión, el nuevo puesto de salud es un símbolo de resiliencia, dotado con el mobiliario necesario para atender a las familias que decidieron volver. En Manzanares Centro y la vereda La Paloma, en Sonsón, las juntas de acción comunal ahora cuentan con nuevos espacios para reunir a sus vecinos y fortalecer el tejido social.

Para Dolly y muchos otros campesinos, el miedo constante ha dado paso a un entorno donde “ahora vivimos más tranquilos”, dice ella. “Antes manteníamos con el temor de que llegara uno u otro grupo, pero ahora nos sentimos seguros de trabajar en paz”.


Caminos que conectan sueños

La Unidad también ha donado materiales para la construcción de placas huellas, fundamentales para facilitar la movilidad y el transporte de los productos. La vereda Norí, en Sonsón, y La Meseta, en El Peñol, son algunos de los lugares donde los caminos se están renovando, haciendo posible que los pequeños productores lleguen al mercado con más facilidad y menos costos.

La directora de la Unidad para las Víctimas en Antioquia, Claudia Patricia Vallejo Avendaño, destacó que esta inversión “pretende garantizar la permanencia en sus tierras y la superación de la vulnerabilidad causada por el conflicto armado”, resaltando que más de 30 municipios antioqueños están siendo beneficiados por los planes de retorno y reubicación. Los proyectos incluyen desde unidades productivas hasta la construcción de escuelas y parques.

Con cada semilla sembrada y cada comunidad reconstruida, el Oriente Antioqueño se convierte en un espacio donde, a pesar de los recuerdos difíciles, la resiliencia campesina siembra esperanza. Este retorno a sus raíces es mucho más que la recuperación de tierras; es la recuperación de una vida y un futuro compartido.

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