La labor de ser periodista es algo de mucho cuidado. Todos vamos con una intención y de conseguir respuestas claras de nuestras fuentes. No obstante, a veces salimos con más información de la que pensábamos, como yo. No basta con solo preguntar; hace falta también sentarse, observar y escuchar para conocer un tema o muchos otros. Pero todo esto puede terminar en el cesto de la basura cuando nos enfrentamos con ciertos territorios…
Hace algunas semanas debía realizar una entrevista acerca del medio ambiente en la administración municipal del municipio capital del Oriente Antioqueño. Tenía una cita en la Secretaría de Hábitat y Ambiente programada para las 4:00 pm. Llegué diez minutos antes, le informé mi llegada a la secretaria y me dijo que esperara unos minutos. Cuando eran las 4:05 pm, vi al personaje, me paré inmediatamente, él me miró, y sin dejarme decir ni una palabra, me dio la espalda y se fue del establecimiento (él ya sabía quién era yo, y para qué había llegado). Me volví a sentar en la recepción para pensar qué hacer y, en pocos minutos, pedí una nueva cita para entrevistar a otro funcionario encargado del tema. Tuve que esperar un momento porque había otras personas adelante solicitando algunos papeles o ayudas para viviendas. Solo escuchaba decir: “Él está en una reunión, vuelva mañana”. Me enojé un poco y tenía temor de que me dijeran lo mismo. Cuando era mi turno y pedí hablar con el otro funcionario, me dijeron que esperara media hora mientras él salía de una reunión. Así que me senté de nuevo en las sillas de la recepción un poco más animada, hice un par de llamadas y luego me puse a perfeccionar mentalmente la entrevista mientras pasaba la media hora.
Estaba un poco cansada, me paré de la silla y caminé por el lugar. Vi al fondo mucho personal, todos muy sonrientes. De hecho, la mayoría de ellos estaban sentados en la parte de atrás con café en sus manos, riendo y mirando quien sabe qué en sus celulares. ¿Esas serán sus reuniones tan importantes que no se podían interrumpir?
Volví a sentarme. Ya eran las 5:00 pm. Miré fijamente a la secretaria para llamar su atención y que me diera respuesta de algo. Me miró, se levantó de su puesto de trabajo, se dirigió hacia mí y me dijo:
— Ya la van a atender, pero… ¿usted por quién va a votar?
— No sé aún, ¿por qué? —le respondí confundida.
— Venga, vote por (me menciona el candidato de la derecha, afín, dicho sea de paso, a los intereses de Administración Municipal) y le colaboramos con la entrevista —dijo, guiñándome el ojo.
— Claro que sí, no hay problema… —le contesté con cierto simulo.
Eran las 5:30 pm. Entró el padre de aquel delfín que, de hecho, consiguió curul en las elecciones del Congreso de la República. Inmediatamente, vi cómo casi todas las personas que había adentro del lugar se paraban a saludarlo. Solo faltó el tapete rojo. Sin embargo, le presté más atención al gesto de la “eminencia” que estaba allí, entre la multitud. Noté una indiferencia que se desbordaba por sus ojos, solo le daba la mano a las personas que aparentaban ser de su mismo status. Solo pude decepcionarme de tener que presenciar esa escena: algunos casi en genuflexión pidiendo ayuda, otros estirando la mano, mientras él parado con una mirada fija y sin lástima. A mí me logró ver, pero como notó que no pretendía saludarlo, él tampoco lo hizo; aunque sí sentí que me reparaba porque subía y bajaba sus ojos lentamente. No pude contener una sonrisa.
Luego de ver tantas escenas, ya me estaba preocupando por mi cita con el funcionario. Ya eran las 6:00 pm, hasta que notaron que yo seguía allí esperando y decidieron llamarme. Sabía quién era el personaje; de hecho, estaba muy contenta de que fuera él porque ha sido muy querido por la comunidad. Pensaba que sería una entrevista muy asertiva. Cuando entré a su oficina, estaba también el otro funcionario que me había ignorado anteriormente; me produjo algo de gracia porque bajó su mirada y salió. Seguí con mi tarea de entrevistar al funcionario, encendí mi grabadora y comencé con mis preguntas. Casualmente me comenzó a dar cátedra de cómo hacer una entrevista. Me pareció algo arrogante, pero no le dije nada al respecto y saqué adelante la entrevista, aunque algunas veces me mirara con cierta gracia y como si yo fuera una ignorante en el tema. Cuando terminé la entrevista y me despedí de él, salí con cierto sinsabor de ver su nueva personalidad y solo me pregunté: ¿Qué tanto puede influir la política y un cargo como estos en la vida de un ser humano?
Al final, cuando ya iba saliendo del establecimiento, me paré en frente de la secretaria y amablemente, pero sí con seriedad, le dije que me parecía una falta de respeto aprobar citas con funcionarios solo si decíamos que votaríamos por el candidato presidencial que ellos deseaban. Me llamó irrespetuosa e inconsciente.
Más allá de las respuestas que pude obtener para mi entrevista, sabía que había encontrado algo más y me cuestioné sobre los dirigentes que representan nuestra sociedad.