En la vereda La Playa, zona rural del municipio de Rionegro, la llegada de diciembre no solo marca el cierre del calendario, sino también el inicio de una de las tradiciones más arraigadas del territorio: la elaboración de los muñecos de año viejo. Cada temporada, entre mil y dos mil figuras salen de este sector para ser vendidas a viajeros y habitantes del Oriente antioqueño.

Uno de los artesanos que mantiene vivo este oficio es John James Gallego Aguirre, de 37 años, quien aprendió la técnica desde niño siguiendo los pasos de su padre, considerado uno de los pioneros de esta práctica en la vereda. Desde comienzos de noviembre, Gallego inicia la fabricación de entre 70 y 100 muñecos, cada uno elaborado de forma manual con materiales como ropa usada, hierba, palos y diversos adornos. El proceso puede tardar entre dos y tres horas por figura, dependiendo del tamaño y el nivel de detalle.

Los precios varían según el diseño y el personaje representado, oscilando entre los 70.000 y los 300.000 pesos. La venta se concentra principalmente en la glorieta del aeropuerto José María Córdova, punto estratégico donde los artesanos exhiben su trabajo durante largas jornadas.

Los personajes que dan forma a los muñecos cambian cada año según la coyuntura nacional. Las figuras públicas y políticas suelen ser las más solicitadas, no por razones ideológicas, sino como reflejo del sentir colectivo. Para los artesanos, la quema del año viejo representa un acto simbólico: dejar atrás lo negativo y despedir el año con la esperanza de un nuevo comienzo.

Otro de los referentes de esta tradición es Libardo Antonio Muñoz, de 53 años, quien lleva cerca de cuatro décadas dedicándose a este oficio heredado de su familia. Con el apoyo de sus hijas, Muñoz elabora alrededor de 60 muñecos por temporada, manteniendo técnicas similares a las de antaño, pero dejando de lado el uso de pólvora por razones de seguridad.

Más allá del valor comercial, los fabricantes coinciden en que esta práctica es una forma de preservar la memoria cultural del territorio, fortalecer los lazos familiares y mantener viva una tradición que, año tras año, sigue convocando a propios y visitantes.

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