Un nuevo gobierno y el viejo reto de la educación en Colombia

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Por Iván Sylva

La educación es un tema permanente en las campañas electorales, no importa a qué nivel ni desde qué perspectiva partidista o ideológica. Pero es esta última perspectiva la que juega un papel fundamental, por varias razones. Primero, porque desde el horizonte ideológico se define la relevancia de la educación, en general, como estrategia de gobierno; esto va desde la premisa de que cuanto menos educada más dócil es la sociedad, lo que sustenta metodologías repetitivas, conductistas, memorísticas y fundadas en la jerárquica y la obediencia. En las antípodas está la premisa de que una sociedad se desarrolla más en todos los niveles si dispone de formación crítica, analítica y reflexiva; dirigida a la comprensión, la creatividad y la autonomía.

Segundo porque la perspectiva ideológica se soporta en contenidos, los que se expresan en los diversos currículos que interactúan en el acto educativo: el currículo académico; esto es, los contenidos de las asignaturas; los currículos paralelos, esos que corren en la periferia del sistema escolar y lo afectan: la música y los imaginarios que producen, reproducen o refuerzan; las prácticas sociales que se expresan en comportamientos (ética) singulares en sociedades o grupos sociales particulares. Y los currículos ocultos, esos que se expresan en la manera como damos sentido a aquellos otros: el conjunto de interpretaciones ya fijadas que estructuran nuestra mente (la religión, por ejemplo) y, por tanto, nuestra comprensión del mundo y nuestra relación con él.

El gobernador que llegue a presidir Colombia tiene sobre la mesa una demanda popular muy fuerte en relación con la educación: acceso, calidad y pertinencia. Ahora, para pensar estas tres variables necesitamos entender en qué punto estamos en educación hoy. Colombia se encuentra en uno de los últimos lugares en calidad educativa en el mundo. La formación escolar pública, en los niveles básicos: primaria, secundaria y media, todavía se asienta en parte en aquellas características nombradas antes: repetición memorística, obediencia. Es de resaltar que hoy, para muchos profesores y profesoras de formación básica, lo que niños, niñas, adolescentes y jóvenes van a “entender” al colegio es la jerarquía y la autoridad. Algunos se atribuyen para sí derechos de los que los estudiantes no gozarían, como usar gorras o ir a estudiar con las uñas pintadas, por ejemplo.

La base de la economía de los países más desarrollados es, además de la gran industria, la pequeña y mediana empresa, y estas industrias y emprendimientos se apoyan, a su vez, en la formación técnica y tecnológica. El acceso a la educación básica es clave para la preparación de los trabajadores y pequeños empresarios que dinamizan la economía a través del empleo y la producción. Pero el acceso a la educación en Colombia, incluso a la pública, es desigual; la diferencia entre la ruralidad y la urbe es notable, y en las mismas ciudades se evidencian diferencias entre sectores, toda vez que la sociedad colombiana está estratificada, como si se tratara de las castas de la sociedad hindú. La pobreza extrema en el campo, por ejemplo, impide a niños y niñas estudiar, puesto que en muchos casos tienen que trabajar para contribuir a la economía familiar de subsistencia.

La alimentación, el entorno socio-cultural, los niveles de acceso a la cultura en la familia y otros aspectos juegan un papel fundamental en el acceso al conocimiento, ya que determinan los procesos de aprendizaje. Y ese es uno de los obstáculos para el acceso al conocimiento de muchos menores en nuestro país.
La calidad resulta de un esfuerzo de largo aliento, que va desde el diseño hasta la implementación de políticas de estado, y posteriormente la estructuración de profesionales de la educación formados en la nueva perspectiva. Una mejora en la calidad de la educación requiere programas a corto, mediano y largo plazo. Los cambios culturales en una sociedad dependen del recambio generacional, soportados en políticas de estado pertinentes, sostenidas y oportunas.

Pero las transformaciones de una sociedad no resultan solo del diseño de leyes. Se pueden aprobar normativas maravillosas, pero estas se enfrentan a la relación que la gente establece con ellas. Un proyecto social de país, una comunidad articulada alrededor de un propósito común les da sentido a ciertas leyes. Leyes magníficas que reman en dirección contraria a la ética y a la noción de validez de una sociedad, requieren de una pedagogía y de la inclusión en un proyecto de la sociedad misma, ya que si la población no percibe la norma como expresión de sus propios deseos y necesidades, termina justificando el dicho popular: “Hecha la ley, hecha la trampa”.

La secuencia es circular: la calidad de la educación depende de la calidad del trabajo de los profesores, y esta depende de la calidad de la formación que recibieron. Un profesor tiende a repetir en su práctica docente los modelos que le impusieron cuando estudiaba. Esto dificulta el cambio, pues está en juego la transformación de los sujetos. Y las sociedades son, finalmente, sumatoria de sujetos.
Otro asunto a tener en cuenta es el hacinamiento en las aulas. Las dificultades que presentan grupos de 30, 40 o más estudiantes en un salón de clase atentan contra el aprendizaje. La relación docente-estudiantes es un factor que requiere atención, y aplicar soluciones pasa por el presupuesto destinado a la educación.

Por lo demás, la pertinencia de la educación está en relación con múltiples factores. La economía de una localidad, de la región o del país determina las necesidades de formación en áreas específicas y en cantidades dependientes de las potencialidades de los mercados laboral, de productos y de servicios. Por tanto, la oferta de formación para el trabajo debe ajustarse a esas potencialidades del contexto.
Al revisar los programas de los candidatos a la presidencia de la república, encontramos repetidas algunas variables: cultura, deporte, academia; jornada única, infraestructura escolar, planta y capacitación docente, alimentación y transporte. Poco se profundiza, pocos asuntos complejos se tratan.

Y dentro de los asuntos complejos está la familia. Las condiciones del país exigen el aporte a la economía familiar de padre y madre, cuando hay una familia convencional constituida. Pero en Colombia existe un alto índice de modelos familiares diversos, entre los cuales sobresale el de las madres solteras; según el DANE, para 2017 el 56% de las madres colombianas son solteras. Eso equivale a 12,3 millones de mujeres. Si padre y madre salen a trabajar o si la única fuente de ingresos de la familia es la mujer, la escuela juega entonces un papel central en el cuidado y la formación de niños, niñas, adolescentes y jóvenes. Si bien la formación de las nuevas generaciones es responsabilidad compartida, existe un alto índice de lo que se denomina: “huérfanos de padres vivos”; es decir, de niños, niñas y adolescentes que no tienen un hogar que les aporte referentes de socialización. Muchos de esos pequeños se crían en las calles, con familiares sin vínculos afectivos fuertes, con abuelos que no disponen de las condiciones adecuadas para acompañar una nueva generación.

La experiencia mundial muestra de forma determinante las relaciones entre los presupuestos estatales para la educación, las políticas públicas sobre calidad, los cupos disponibles, la infraestructura, la accesibilidad y las condiciones de subsistencia de las familias. Cuando el dinero para la educación es considerado un gasto, los economistas se ocupan de las variables empresariales y de mercado, en términos de la relación egresos-ingresos de las llamadas arcas del estado. Es decir, la educación se entiende como un servicio más en un mercado capitalista. Cuando la educación se concibe como una inversión en el marco de un proyecto político de país, los presupuestos se adecúan para desarrollar de manera sostenida unas capacidades sociales, expresadas en conocimiento, habilidades e investigación.

Pero volvamos al proyecto de país. La situación en Colombia es preocupante, ya que la mayoría de los candidatos a la presidencia en la contienda actual, están orientados a dar continuidad a un orden de cosas que perpetuaría los privilegios de unas élites depredadoras y excluyentes. Colombia viene siendo gobernada desde su independencia por un grupo muy reducido de familias que han puesto los recursos de la nación al servicio particular, en serio detrimento de la gran mayoría. En las últimas décadas el estado ha sido cooptado por unos grupos de poder que se mueven en la frontera entre lo legal y lo ilegal, pasando sin solución de continuidad de un lado al otro. Esto ha profundizado la diferencia entre los que más tienen y aquellos a quienes les falta hasta lo básico. El coeficiente Gini en nuestro país es uno de los más pronunciados del mundo: 0,538 (2021), lo que significa que es el segundo en desigualdad en toda Latinoamérica -a 12 puntos de Uruguay, el de menor desigualdad, y solo superado por Haití. El coeficiente Gini mide la diferencia entre los poquitos que tienen mucho y los muchos que menos tienen.

Cuando el proyecto de país está definido por unos cuantos, que anteponen sus intereses privados por sobre los de las mayorías; cuando lo público se subordina a los intereses privados… a la mayoría de la población solo le queda la opción de rebuscarse el sustento. Cuando se desarrolla un proyecto democrático; esto es, al servicio de la nación, se puede movilizar el entusiasmo de las gentes en pro de una mejoría constante, desde lo personal hasta lo colectivo. Y la educación es uno de los factores en juego en cualquier proyecto social; por tanto, no puede tomarse como un elemento aislado, sino como parte de un todo.

En estas elecciones presidenciales se define un horizonte de futuro para Colombia, entre las sombras y el amanecer de un nuevo ordenamiento para recuperar la democracia.

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