Un grito ahogado desde hace 16 años, una camisa guardada en el closet y desempolvada sólo para las eliminatorias y los partidos amistosos, tres colores que han estado ausentes en tres mundiales consecutivos después del partido del mundial de 1998 frente a Inglaterra, un trago de gloria que espera calmar una sequía de 5840 días y una experiencia única e irrepetible que colma la esperanza de todo un país que se alegra por una selección que representa a más de 47 millones de Colombianos.
Cuando el cronómetro empieza a correr, los hinchas se abarrotan en las calles y lugares públicos frente a los televisores y pantallas gigantes; la euforia se hace colectiva, los aplausos no se hacen esperar y el sentimiento, el orgullo que representa el estar viendo a un equipo que se ha convertido en la ilusión y la mejor excusa para hacer una pausa en la cotidianidad de un día cualquiera, con magia, una esencia indescifrable en el ambiente y con aroma de fiesta, se hacen uniformes.
Las miradas se quedan fijas en la pantalla, y la euforia colectiva se escucha con cada jugada llena de magia que sale de los pies de Ibarbo, cuadrado, James, Teófilo, o cualquiera de los demás jugadores que están en la cancha; pero especialmente, de las estupendas atajas de Ospina.
Los goles no se hacen esperar, y los gritos, los abrazos, la alegría colectiva y la confusión que genera el festejo se vuelven indescriptibles. Una, dos y tres goles desbordan las gargantas de los aficionados colombianos, mientras la pantalla muestra un río de hinchas vestidos de amarillo que se ha agolpado para disfrutar del partido. No haber podido estar en Corea y Japón 2002, Alemania 2006 o en Sudáfrica 2010 son historias para olvidar, cuando Brasil 2014 se ha convertido en la mejor vitrina para los Colombianos, que juegan bonito, y que como en Italia 1990 y Estados Unidos 1994 también son vistos como favoritos.
El primer partido de la selección calmó una sequía de años, cambió la historia, pintó millones de sonrisas, permitió soñar y llenar de confianza a las antiguas y nuevas generaciones, que cada cuatro años esperan disfrutar de la más importante cita orbital y que en esta ocasión ha sido posible festejar a título propio.
El segundo partido ante Costa de Marfil concentró las voces de los exigentes hinchas, que esperaban una victoria más; un gol, una jugada ante éste seleccionado. Una jugada única que demostrara lo aguerrido de la tricolor, que intentaba a cada momento obtener más triunfos para la historia.
Uno, dos; cabezazos y remates; uno de James y otro de Quintero lograron superar la historia. Colombia ha alcanzado por segunda vez, tras 24 años, la clasificación a octavos de final de un Mundial, la mejor presencia de todos los tiempos, con juventud, veteranía e hidalguía.
Japón y Grecia quienes en igualdad, sin llegar a irrumpir en ninguna de la vallas, permitieron que Colombia obtuvieran la confianza que en innumerables encuentros batallaron. Capítulos que trascenderán en el tiempo, movimientos que deleitan a propios y extraños, lugares ajenos, sensaciones extrañas que ilusionan con la primera conquista, la copa del mundo que con fantasía anhela Colombia.
Un espectáculo más que apasiona a los jugadores. 90 minutos que se alargan, pero que son cortos al mismo tiempo. Un rival incierto que a través de los encuentros espera batirse ante cualquier equipo inquieto, que decida abatir un país, que más que deseos y fuerzas, posee aficionados que con su entusiasmo y deseo acompañan e impulsan, hasta el último segundo, una selección que apasiona.