Por Mario Augusto Arroyave Posada
Hay hombres que dedican su vida a labores únicas, a actividades de singular destreza y sensibilidad, que cada día van edificando el conocimiento de un arte excepcional. Don José Velásquez es un maestro para quien la curiosidad y las calles fueron su escuela, la universidad de la vida lo tituló como músico y luthier. Hoy es reconocido autor fabricante de instrumentos musicales, famosos por su procedencia: guitarras especialmente, cuya fama trasciende las fronteras.
Don José Velásquez vive en una vereda cercana al pueblo, en un alto al que se llega tras recorrer unos cinco kilómetros de carretera destapada, muy pedregosa. Su casa es como un mirador desde donde se divisa un amplio paisaje de montañas y cultivos que enmarcan los blancos, ocres y sienas crecientes de la zona urbana de El Carmen de Viboral. Sentado en el corredor eleva su mirada, toma aire y comienza a contar historias, relatos de vida, personajes, amoríos, encuentros y desencuentros. Su memoria devuelve la película de los tiempos lejanos, describe los días y las noches en lugares ignotos, caminos recorridos, una infancia en la que confundió el juego con los trabajos para poder ayudar a su madre.
Fue la madera su compañía desde entonces ya que debía cargar pesados trozos de leña desde sus primeros años en Yarumal, su tierra natal. Tenía apenas tres o cuatro años y con su madre había llegado del campo, de un corregimiento llamado Cedeño. En el pueblo trabajó toda su niñez y aprendió a conseguirse los pesitos en lo que le tocara hacer, pero también con su ingenio ya que algún día vio una cometa y en lugar de antojarse de comprar una, decidió analizarla y con mucho cuidado ir armando su propio modelo, con livianas varillas que ya él conocía. La vendió inmediatamente y así, las siguió fabricando.
Sus años de juventud fueron de esfuerzo y sacrificio, andanzas en busca de buenos y nuevos horizontes. En aquellos tiempos, en los pueblos era frecuente encontrar a la gente haciendo música y cantando en las sastrerías, barberías, tiendas y cantinas. Don José tenía especial atracción por el sonido de los instrumentos y muy especialmente por la guitarra. De vista y oído aprendió a tocar y cualquier día –con temor-, se atrevió a aceptar el reto de un amigo para que lo acompañara. Cuando terminaron de tocar le dijo: “usted es más músico que yo!”, y fue así como le propuso que trabajaran junto a otro compañero a quien llamaban “caravana” que resultó ser bastante tramposo. Con ellos aprendió “a hacer la segunda y la tercera”, pero también a desconfiar. De Valdivia a Briceño, luego Yarumal y de allí, a Bello donde los contrataron para trabajar “a tres por peso”, tres canciones por un peso. De ahí los llevaron a Guayaquil, en Medellín, y fue Guayaquil su “conservatorio de música”.
En ese lugar, antro pintoresco, mágico y novelesco, don José hizo parte del eslabón que configuró la transformación de pueblo en urbe, y sería ese escenario el que acogería el periplo de un juglar, donde consolidó sus relaciones musicales conformando duetos y tríos, dedicándose a la música colombiana pero también interpretando a Los Panchos, Johnny Albino y su trio San Juan, Los Embajadores, Los Tres Diamantes. En bar “El Grillón” conoció grandes músicos, sufrió enormes desilusiones y conquistó otros espacios. Quiso tener mejores instrumentos y fue así como decidió mandar a hacer sus guitarras y sin embargo, lo que obtuvo fue una “tumbada” y la pérdida de sus ahorros por lo que no encontró otra alternativa que hacerlas él mismo. Así comenzó esa otra faceta de su vida, la que hoy todavía recrea sus días en ese paraje veredal de El Carmen de Viboral, a donde decidió llegar hace ya varios años con su familia, sus hijos y nietos.
En sus inicios, el artista, el músico agradecido con Dios, emprendió una tarea en la que converge toda su historia. De la curiosidad para fabricar una cometa hasta el adiestrado oído para identificar la exquisitez de un sonido, con cierta osadía, – requisito en toda aventura- comienza a escoger la madera, los barnices, las cuerdas, el diapasón y todos los materiales necesarios. En un estrecho cuarto, casi sobre la cama, labró rústicamente su primera guitarra, la misma que vendió por $ 120 pesos en una serenata. Fiel a sus convicciones, renunció a oportunidades para producir guitarras industriales y ha mantenido rigurosamente una manera de trabajo artesanal extremadamente cuidadoso. Produce instrumentos que son especialmente indicados para estudio popular y clásico.
Sin embargo, han sido muchos los instrumentos fabricados, y entre ellos está las guitarras con la que participó en 1977 en un concurso mundial realizado en los E.U. donde resultó ganador. La segunda que hizo a mano, sin horma, aún la conserva porque con ella, “levantó” toda su familia, o sea sus 10 hijos en compañía del otro amor de su vida, su esposa María Sabas Ibarra, -Sabina-. Entre ellos, un heredero de su pasión, Obdulio, disciplinado y talentoso músico y luthier quien tiene el taller en el pueblo.
A sus ochenta y tantos años, don José narra con detalle y fluidez cada experiencia. Se levanta y nos invita a conocer su lugar de trabajo, camina fuera de la casa y toma un camino en un descenso de unos cuantos metros por entre un sembrado de maíz. Llegamos al taller, una construcción en madera que parece de cuento. Abre la puerta e ingresa. Su figura parece fundirse con los instrumentos, las hormas, las herramientas, las maderas, recorre el espacio y enseña cada cosa, cada rincón, las guitarras que están en proceso. Es como estar en las entrañas donde nace la música. De aquí y de sus manos han salido los instrumentos con los que trabajaron célebres músicos como el trío Los Embajadores, el Dueto de Antaño y el maestro Luciano Bravo Piedrahita (Luciano y Concholón y Luciano y Marta), entre muchos otros.
Su profundo conocimiento lo ha llevado a entender las bondades de la madera. Para él, “todas son benditas” y cómo no saberlo si han permanecido en sus manos toda la vida!. El Granadillo negro o rojo, El Cedro, pero solamente el que es traído del Amazonas, “porque es quieto”, El Santacruz, Teca, el Palisander o Palosanto indú, que es muy costoso. De igual forma, esto hace que cada una tenga su personalidad, su propio sonido. Hoy lamentablemente, -comenta- las guitarras industriales se hacen con aglomerados, con triplex. Una buena guitarra de autor requiere barnices muy delgados, correcta maduración (aproximadamente 90 días), libertad del material (movimiento preciso) y la relación sensible con quien la interpreta.
En esta ocasión, asistimos al nacimiento de una guitarra cuyo destino será los Estados Unidos: un hermoso instrumento albino hecho de madera de naranjo, de color natural, bellamente pálido, con detalles en ébano y hueso, fastuosa e impecable guitarra que escuchamos en su primer balbuceo, el sonido sublime de unas cuerdas que aún no “hablan” bien, porque requieren “madurar”, a pesar que la madera con que se hizo lleva más de 30 años en su proceso de secado. Al verla, su hija emocionada susurra: “no es porque sea mi papá, pero es un genio!”.
Ese hermoso sonido de la guitarra de naranjo, extrañamente resuena aún a en nuestra memoria.
¿Qué es un Luthier?
La palabra francesa LUTHERIE, usada en muchos idiomas casi invariablemente, hace referencia al arte de construir instrumentos de cuerda. El término proviene del árabe Laúd. Hoy se ha extendido la palabra para designar a quien fabrica instrumentos musicales. El principal centro de producción desde el Renacimiento fue la ciudad italiana de Cremona. El oficio del lutier se ha mantenido a través de los siglos como un arte excepcional. Desde la selección de las maderas hasta el último barnizado, todo el proceso se realiza mediante técnicas muy depuradas.
En el éxito de un buen luthier confluyen factores como Lo físico – acústico y lo químico sumado a un singular talento.