Cuando emprendió su viaje a los 17 años, Gildardo Giraldo jamás imaginó que el mismo sueño que un día lo condujo hacia otros lugares, ahora, lo estaba llamando a otro, esta vez, a donde siempre había pertenecido.
En el viejo Peñol, municipio enmarcado por altas cordilleras, de calles estrechas y empedradas, de gente amable y trabadora, un 20 de julio de 1943, nació Gildardo Giraldo Alzate, una persona con gran capacidad de imaginar su vida, de reinventar su futuro y de vivirlo. Este niño era el cuarto de los dieciséis que, como santa tradición, una familia del pueblo granadino había conformado. A medida que aquel niño crecía y se convertía en joven, aumentaba con él un cúmulo de ilusiones, de sueños que lo sacaban de su realidad y lo transportaban a una paralela.
Las voces que narraban historias emitidas en la radio se escuchaban con emoción en ese aparato perdurable que informaba el acontecer de los diferentes territorios de Antioquia y de Colombia. Las voces con esas narrativas diferentes, le quedaron resonando en su mente como eco interminable.
Él, era un joven diferente a su época, ese tiempo parecía limitarlo, pues su mente era como las nubes viajeras, como pájaros que vuelan alto, a otros rumbos, hacia otros vientos. A la edad de diecisiete años decidió que su destino no era cerca de sus parajes y así fue como resolvió emprender un viaje a paisajes desconocidos, de los mencionados en la radio y los que tanto le gustaba escuchar e imaginar.
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Junto a la planta de albahaca y el geraneo blanco florecido, se sienta en su silla de mimbre y mientras se acomoda, con una fuerte inhalación como tomando fuerza y tragando entero, me cuenta que desde joven ha tenido fama de andariego, siempre le ha gustado conocer y recorrer diversos lugares.
Gildardo suspira, hace pausas largas, traga, se quita su gorra gris y se incorpora, acude a sus recuerdos con melancolía y empieza a desinhibir sus más entrañables sentimientos:
¿Cómo recuerda a ese joven de diecisiete años que un día decidió irse, con más ilusiones que plata, a recorrer otros parajes?
- Yo era todavía muy joven, recuerdo que me gustaba mucho recorrer las veredas de Granada, de donde yo soy, también bajaba a San Luis, San Carlos, Cocorná y a otros pueblos cercanos. De los centavitos que los abuelos me daban, cuando iba a cuidarlos, empecé a guardarlos a ver si algún día me compraba un ternero. Cuando ya tenía llena una taleguita, ya no quería comprar el animal y me entró curiosidad por ir a conocer lo que había más allá de mi pueblo. Con quince centavos y una bolsa de papel ocre, empaqué la poca ropa que tenía y me fui. –Dice, con una sonrisa incrédula que se asoma entre las comisuras de sus labios.
¿Para dónde se fue?
- Me fui para arriba, como anteriormente se le llamaba al Valle del Cauca, para donde todo el mundo iba a buscar mejores oportunidades. Cuando las personas echaban para allá se sabía que era a coger café y a ganarse sus pesos.
¿Conocía la ruta para llegar al Valle?
- No la conocía muy bien, pero yo iba con otros dos amigos y ellos sí habían ido varia veces.
¿Sus papás sabían que usted se iba a ir?
- Yo no le dije nada a mi papá ni a mi mamá. A la única que le comenté fue a Oliva, la mayor de mis hermanas. Le dije que yo volvía al otro día. En ese tiempo era normal que los jóvenes se fueran y después volvieran con plata para ayudar en la casa. –Dice, alzando el entrecejo que le rellena las arrugas de la frente.
¿Qué empezó a hacer cuando llegó a tierras cafeteras?
- Yo llegué al municipio de Sevilla, conocida como la capital cafetera de Colombia. Esa es una tierra muy fértil y allí conseguí trabajo a los tres días. Tuve que concentrar todo asomo de agilidad y despoblar con rapidez varios cafetales, si quería sobrevivir en esos suelos ajenos.
Gildardo tardó poco en volverse un experto en el arte de la recolección. Por temporadas también trabajó en los cultivos de algodón. Con el tiempo, los canastos que llenaba aumentaban de cantidad y fue sobresaliendo en su trabajo. Conforme fueron pasando los años, él fue dibujando su presente y borrando su pasado. Ya hacía vente años se había ido de su casa, diciendo que al otro día llegaba.
Después de contar detalles de su viaje al Valle y sus múltiples anécdotas, entre preguntas, respuestas y reminiscencias, me dijo que durante los cincuenta y seis años que se había ausentado de su familia, había estado no solo en el Valle sino también en Caldas, Quindío, Risaralda, Tolima, Boyacá, los Llanos Orientales, Huila, Bolívar, Atlántico, Putumayo y Cesar, incluso cruzó la frontera venezolana. Haciendo lo mismo: recolectando café y algodón.
¿Durante todos esos años no habló con su familia?
- Una vez mi hermano Javier me fue a buscar a Caldas porque le habían dicho que estaba por allá. Me dijo que volviera, que la familia estaba preocupaba por mí, que por qué yo los había abandonado. Pero yo le dije que no, que yo iba después cuando tuviera más pesos. Es que yo no quería seguir cargando leña y echado azadón, yo me quería ir a trabajar, pero con paga, con el fin de forjarme un futuro mejor.
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Lo que su familia no sabía era que el hombre buscado por tanto tiempo aún vivía, pues los años de su ausencia habían estado acompañados por malos rumores que él vivo no estaba—ya lo habían matado más de tres veces— pero; para sorpresa y asombro de todos, luego de tantos viajes, aquel nómada llegó a parar en Mapiripán- Meta, donde su familia lo logró localizar y así fue como regresó a la familia, después de ese viaje a pie que tardó cincuenta y seis años.
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¿Cómo volvió a la familia?
—Un día, el padre del pueblo me dijo que mi familia me estaba buscando, que mi hermana y una sobrina estaban en camino. ¡Cómo! Yo no creí que tal noticia fuera verdad, ¿Cómo era posible que después de cincuenta y seis años la familia me hubiera encontrado y fuera de eso iban a venir hasta Mapiripán?
No, para mi ese cuento era difícil de creer, pero a pesar de mi escepticismo, me fui a encontrarlas al muelle—porque la única forma de llegar al pueblo es en lancha— entonces me atreví a ir a esperarlas, a la final, nada perdía yendo. Desde el principio yo estaba algo ansioso, pero no tenía tantas expectativas. Al rato, cuando llegaron, yo no las conocía, entonces esperé a ver qué pasaba. Y ¿cómo es que estas mujeres me reconocen de inmediato? El encuentro estuvo acompañado de abrazos, de asombro, de alegría, de lágrimas, de risas… Muchos sentimientos mezclados, imposibles de traducir. Desde ese momento yo dije ¡Hombre, sí! sí es mi familia y cuando hablamos de mis padres Alfonso y Margarita y de mis hermanos mayores María, Javier, Daniel y Eugenio, lo confirmé. Al día siguiente, cuando mi hermana Estella y la sobrina Nashly, me preguntaron que si quería ir a Rionegro a reencontrarme con mis demás hermanos, con la familia, yo lo pensé, porque es que cincuenta y seis años son cincuenta y seis años de no haber estado al lado de ellos y de no haber podido cumplirle los últimos deseos a mis papás. Pero, después de darle vueltas al asunto y repensarlo bien, me resolví y al día siguiente, me fui con ellas y hoy, después de 13 meses, nunca me imaginé que me iba a quedar viviendo aquí, rodeado por todos ellos.