Juan Camilo Gallego Castro, es periodista y escritor del municipio de Guarne acaba de dar a conocer su segundo libro: “Aquitania. Siempre se vuelve al primer amor”.
El pasado 3 de diciembre en Aquitania, corregimiento del municipio San Francisco en la zona de Bosques, Oriente Antioqueño, presentó esta obra que es publicada con el sello de la editorial independiente Sílaba Editores.
Juan Camilo además es autor del libro “Con el miedo esculpido en la piel. Crónicas de la violencia en el corregimiento La Danta”, este fue un proyecto ganador en crónica de la Primera Convocatoria de Estímulo al Talento Creativo-Antioquia 2012 (Colombia); el autor también fue ganador en crónica del Estímulo al Talento Creativo en 2016.
Es especialista en Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario y magíster en Ciencia Política de la Universidad de Antioquia (Colombia). Es profesor de periodismo de la Universidad Católica de Oriente. Fue coordinador de la línea de posconflicto del Museo Casa de la Memoria. También escribió en la revista Frontera D (España) y los periódicos El Mundo, Universo Centro, El Colombiano, Mioriente.com y Contacto Medios.
Hablamos con él sobre sus libros y su fascinante experiencia en los apartados sitios que los inspiraron a relatar historias de guerra y de vida.
Periódico El Oriente: ¿Cómo se describe Juan Camilo?
Juan Camilo Gallego: Esta es la pregunta más difícil de todas. Me arriesgo: soy un obstinado, un terco. Y me refiero al ejercicio de periodista y escritor.
Periódico El Oriente: ¿Cuándo decidió ser escritor?
J.C.G.: Yo solo tomé la decisión de ser periodista. Antes que nada fui, soy y seré periodista, porque me parece más cómodo hablar desde ese lugar. Ser escritor fue una especie de epifanía. Esta apareció, se me cruzó en el camino.
Periódico El Oriente: No es fácil tener audiencia. ¿Cómo se logra?
J.C.G.: Hace muchos años empecé con un par de blogs. Las visitas eran pocas, pero ahí se citaban algunas personas: por amistad, compromiso, lástima o por gusto. No sé, pero ahí inició un ejercicio. Porque la escritura es difícil y lenta. Cada escritor lleva su propio ritmo y yo llevo el mío. No acelerado pero sí trato de que sea constante: la dictadura de mi mente, la disciplina de mis dedos.
Entonces para empezar hay que partir de la disciplina y luego llega la audiencia. Sin embargo no es nada fácil ganarla. Después de varios años sé que hay personas que me leen: mis columnas, mis crónicas. Sin embargo, no pienso mucho en ellos. Escribo lo que siento y quiero. Si a alguien le gusta, bienvenido.
Familia de la vereda la Iraca (San Francisco) – Foto: Diego González
Periódico El Oriente: ¿Cómo eligió escribir y hablar de relatos de la guerra?
J.C.G.: La historia parte en el colegio. Llegaron unos libros nuevos a la biblioteca. Entre ellos estaban Desterrados, de Alfredo Molano, y Colombia amarga, de Germán Castro Caycedo. Eran relatos del conflicto armado. No lo busqué. Cuando los terminé de leer me dije que quería ser como ellos.
Luego desplazaron a mi abuela y entonces asumí como una deuda escribir sobre el conflicto en el Oriente. Mientras en Guarne el impacto de la guerra era menor, en otras zonas de la región campeaba el terror.
Periódico El Oriente: ¿Cuánto tiempo ha invertido en escuchar a los protagonistas de tan devastadoras historias?
J.C.G.: Soy la oreja gigante de la que habla la nobel Svetlana Alexiévich, que escucha y escribe, soy los ojos abiertos que toman una fotografía y la convierte en palabras. Soy el periodista y sus sentidos que camina con el corazón implicado y las manos sudorosas. Como este ejercicio lo he asumido como una deuda, como mi propio dolor, he puesto todos mis sentidos y no solo la escucha. El tiempo es inasible, no sé. Lo cierto es que a fuerza de conocer más relatos también me voy convirtiendo en una esponja que guarda no solo los dolores propios sino los de los demás. En ocasiones es difícil convivir con tantos dolores encima, que no siempre se desahogan con la escritura.
Periódico El Oriente: ¿Cuál de todas estas historias le ha conmovido más?
J.C.G.: Hay relatos muy duros, como el de una mujer de Argelia que es protagonista de una crónica que escribí en mi primer libro. La guerrilla y los paramilitares asesinaron a los dos hombres de su vida y a los padres de sus hijos. Es una historia desgarradora. Parezco revivir ese momento.
También hay otra que me marcó muchísimo en los últimos tres años, mientras escribía el libro sobre Aquitania. Se trata de una mujer que salió desplazada y que regresó a su pueblo porque llevaba tres meses soñando que tendría una casa de cemento y tejas y no la de madera que había dejado. La realidad la derrumbó cuando se encontró con la casa de siempre. Luego las guerrillas ordenaron el desplazamiento de más de dos mil personas. Ella se quedó. Años después, en misa del mediodía, el sacerdote anunció los nombres de las personas que serían beneficiarias de un proyecto de vivienda. Ese día comprendió que soñar tres meses no había sido una casualidad. De no haber regresado no tendría su casa de bloques de cemento y de tejas.
Periódico El Oriente: Anécdotas deben haber muchas. ¿Cuál recuerda especialmente?
J.C.G.: En mi último libro escribí la historia de cinco personajes. Dado que era un pueblo en el que habían salido casi todos sus habitantes, yo quería recorrer los caminos por los que salieron o entraron las personas. Uno de los recorridos nos tomó tres días. Caminamos entre San Francisco y Aquitania, en medio del bosque. El segundo día dormimos en la vereda La Honda, que era la más importante de Aquitania y que, además, fue campamento del ELN. Pasa que esta vereda está deshabitada, minada, los caminos se cerraron y a la escuela se la traga el monte. Dormimos en esa escuela, pero no miento al decir que nos tocaron dos veces la puerta, tun tun tun, tun tun tun. Fue muy difícil ese recorrido, tanto por este suceso, como por las serpientes que se nos atravesaron en el camino y el miedo de que alguien activara una mina antipersonal.
Periódico El Oriente: Con el miedo esculpido en la piel, su primer libro. ¿Qué le dejó?
J.C.G.: El libro me abrió el camino, me demostró que podía escribir y publicar. Además me permitió comprender, que es lo mínimo que debemos hacer cuando escribimos, entrevistamos o hacemos reportería. Nuestro deber inicial es comprender lo que sucedió para poder contarlo. Comprender no quiere decir juzgar. Es distinto.
Luego supe que podía ser escritor.
Periódico El Oriente: ¿Cuándo se decidió a escribir otro libro?
J.C.G.: La historia de Aquitania me llegó el 20 de julio de 2013 cuando conocí el corregimiento. Conmemoraban una década del desplazamiento. Yo me dije: algún día voy a escribir sobre este pueblo. Así fue.
Luego empecé a hacer mi investigación para la maestría y ello me implicó viajar continuamente. A la par que respondía a la investigación iba escribiendo mi libro, a pesar de que no había construido el primer párrafo.
Periódico El Oriente: ¿Por qué esta vez Aquitania?
J.C.G.: Aquitania me buscó y no al revés. El 20 de julio de 2013 me impactó muchísimo. Era un pueblo anclado en el pasado. Es como si el tiempo allí no hubiera transcurrido. Fue el asombro personal, todo me era muy distinto. Entrevisté en aquella ocasión a Jesús María Guzmán, conocido como Chulo, quien es el papá del actual alcalde de San Francisco, Sérbulo, y del que fue el comandante del ELN en el corregimiento, Félix. Me hallé con mucho dolor, también con esperanza. ¡Cómo saberlo! Este señor terminó siendo uno de los protagonistas de mi libro.
Periódico El Oriente: ¿Qué mensaje trae Aquitania. Siempre se vuelve al primer amor?
J.C.G.: En mi primer libro hablaba muchísimo de los armados. No solo me centraba en ellos, también en las víctimas, con historias bastante fuertes.
En este libro quise girar la mirada y centrarla en la historia de los sentimientos, como dice Svetlana Alexiévich. A pesar de que hay tanto dolor en la vida de los aquitaneños, este libro pretende ser una historia de amor, por eso me centro en los sueños y miedos, las emociones y los sentimientos. Con ellos puedo explicar por qué todas estas personas regresaron a su pueblo, a pesar de tanto. Es una historia de valentía. Este libro nos demuestra que el amor es más fuerte que la guerra, que el dolor mismo.
Periódico El Oriente: ¿Cómo le fue en el lanzamiento del libro el 3 de diciembre en este corregimiento de San Francisco?
J.C.G.: Quería que los primeros en conocer el libro fueran los aquitaneños. Así fue. Hay otros artistas en el corregimiento que han narrado el conflicto por medio de otros lenguajes: la música y la poesía. Les pedí que me acompañaran, porque los protagonistas de esta historia son ellos.
Fue un evento muy emotivo, proyectamos cientos de fotografías que dan cuenta de la investigación durante estos años. Asistieron unas 70 personas. Es emotivo para ellos que se cuente la historia de su pueblo.
Periódico El Oriente: ¿Qué sigue para Juan Camilo y sus aventuras ahora en zonas de posconflicto?
J.C.G.: Hay una historia que empecé hace unos años mientras escribía mi primer libro. Con ella creo que cierro un ciclo de relatos sobre el conflicto armado. Se trata de la primera intervención paramilitar en Sonsón, en agosto de 1996. Los sonsoneños lo nombran como el Fin de semana negro. Fue una masacre en la que asesinaron a personas muy importantes de este municipio. Retomaré este proyecto.
Corregimiento Aquitania (San Francisco) – Foto: Diego González
Fragmento de Aquitania. Siempre se vuelve al primer amor
“Yo no me voy a ir, repetiría hasta el cansancio Jesús María Guzmán, al que todos llamarían Chulo, desde el domingo que supo de la orden de la guerrilla. No me voy a ir, se decía, porque tenía tres oficiales de construcción derrumbando el techo de su casona para levantarlo de nuevo con una madera de comino que había comprado. El lunes en la mañana uno de los trabajadores desapareció. Arregló maletas y se fue. El martes solo madrugó uno de ellos. Le pidió que cubrieran la casa con unas tejas para que no se mojara. El lunes su hijo Sérbulo Guzmán, secretario de gobierno de San Francisco, enterado de la noticia, fue hasta Aquitania y le pidió a su papá que se fuera del pueblo.
–Yo no me quiero ir, yo me quedo acá. Cuando se vayan todos, yo cierro todo y pongo unos corrales de marranos–decía riéndose.
Su hija mayor, Rubiela, y sus nietos en San Luis le pedían que se fuera. Que yo no me voy, que no me voy a ir, que no me voy, que no, les había dicho con esa fuerza, con ese enojo, tan seguro de no marcharse.
El martes en la noche Chulo Guzmán no pudo dormir. Con la puesta del sol cambió de decisión. Llamó a sus hijos y sus nietos de San Luis y les pidió que le enviaran una volqueta para sacar sus animales y un carro pequeño para llevar sus pertenencias. Miguel Ramírez, hijo de Rubiela, se encaminó entre la espesura del silencio en busca de su abuelo. Cargaron algunas reses y dejaron unos marranos, 100 gallinas ponedoras con bastante agua y maíz y cuatro resecitas para vender cuando regresara. Se marchó con María de Jesús Escobar, su segunda mujer, y con su hijo Wilson y Patricia Aristizábal, su esposa.
Es que yo soy el carnicero, pensaba en la noche, pero ¿a quién le voy a vender carne si la gente se va?”.