Existe un paisaje cada vez más extraño, una particular forma en que los sueños se conciben, y un insólito momento de la vida en el que ignoramos si la realidad hace parte del presente o es otro de los inventos de la imaginación. Justo ahí en ese preciso instante cuando la locura no ha penetrado la razón comprendemos que el mundo es un escenario de palabras no dichas, de secretos inconfesables, de verdades ocultas, en definitiva pocos logran atravesar ciertos muros que los conducen a espejos. Entonces Huyen.
Tenían dos opciones: encontrarse de frente con la muerte o saborear la libertad. Y de esas anécdotas imborrables se acuerda precisamente Iván Amaya, quien se desempeñó como vigilante de la Cárcel de Cocorná entre los años de 1984-1986. “Las personas eran llevadas a este lugar por diferentes delitos como robar ganado, o asesinar. En esa época se utilizaban mucho las escopetas. Recuerdo que dentro de la misma cárcel mataron a dos reclusos, eran padre e hijo. Les dispararon desde el techo, y no pudimos hacer nada.”.
Comenta Iván. Aunque no es seguro precisar una fecha exacta, el nacimiento de este centro penitenciario se dio entre 1950 y 1952, y fue construido a base de tapia, el primer piso era netamente de tierra, allí en dos grandes habitaciones eran repartidos de los 38 a 40 presos que habitualmente llegaban a este lugar. “Recuerdo mucho que los presos y presas tenían una particular manera de pelear, lo hacían doblando las cucharas con las que comían, en medio de esas revueltas era que también aprovechaban para escaparse. Incluso llegaban a ser tan recursivos que en una ocasión durante toda la noche uno de los internos rompió la tapia hasta hacer un túnel que lo condujera hasta la calle. Desafortunadamente para él la policía lo esperaba en las afueras e inevitablemente murió”, afirma Iván.
HISTORIAS TRAS LAS REJAS
No existe mucha diferencia entre las cárceles del País y lo que fue la prisión de Cocorná. Hacinamiento, huelgas, fugas y muertes se convirtieron en capítulos inequívocos de un relato que apenas iniciaba. Solo para entonces un detalle parecía salirse de lo común, algo que a la luz de hoy podría ser tan irrisorio como quienes pagan una condena por algo que no hicieron.
Francisco Javier Ramírez vigiló durante más de 20 años la cárcel de Cocorná. A pesar de que han pasado 17 años desde su retiro, tiene la suficiente memoria para conservar un baúl repleto de recuerdos, unos que le llegan a través de nombres y fechas y otros tan fortuitos que sobrevivieron a pesar de las trampas que uno le hace la memoria para tratar de olvidar.
“Siendo realistas esa cárcel estaba acondicionada para 25 personas, y viera usted que en ciertas épocas se encontraban hasta 63 presos. Les tocaba dormir de pie. No faltaban los revoltosos que se tenían que ir para los calabozos, ubicados en el patio.
Pero así como había castigos también se premiaba a los internos que tenían buena conducta. Durante el día se les dejaba salir a que cumplieran con su jornada laboral y en la tarde regresaban a la cárcel. Lo mismo con los que estudiaban allí dentro, se les rebajan las penas”, asegura Don Javier. Al parecer, el mundo sigue representando lo mismo, pero somos nosotros quienes hemos cambiado. Para aquel entonces Don Javier Ramírez, asegura que nunca se vio obligado a utilizar su arma de dotación, al contrario tenía una relación tan estrecha con los presos, que se convirtió en más de una ocasión en su paño de lágrimas. Sin embargo y a pesar de querer salvaguardar vidas, el destino barajó unas cartas que no le permitieron jugar con éxito. “La comida ingresó normalmente para todos los internos, pero hubo una que aparentemente estaba envenenada. Y fue la que recibió Emiliano Ramírez quien antes de probarla decidió dársela a uno de sus compañeros, el cual murió”.
Finalmente podemos afirmar que la Cárcel de Cocorná ha viajado con anécdotas a bordo, desde sus inicios justo al frente de la Cripta, luego en el segundo piso de lo que hoy conocemos como la Cooperativa PIO XII, y cuando se instaló definitivamente en la Calle Bolívar. Hacia el año 1999 los vecinos fueron testigos de la desaparición de la Cárcel, el único preso que aún conservaba fue trasladado hacia el Municipio de El Santuario. Estas murallas camaleónicas se convirtieron en sede de los Clubes Juveniles, tiempo después en un centro de producción agrícola, y en la actualidad funcionan las oficinas de la Asociación Panelera de Cocorná ASOPACO.
¡La cárcel no ha muerto mientras las letras logren inmortalizarla!