Hace dos años María Fernanda Arbeláez Restrepo cumplió su sueño. Después de elevar sucesivas oraciones e impulsada por una fe inquebrantable, viajó a conocer el mar con una de sus mejores amigas. Estuvo allí durante tres días que según ella fueron más que suficientes. Mafe, como es llamada por sus personas más cercanas, observó la inmensidad del océano que durante tantos años quiso contemplar. Sabe que Dios la escucha y por eso toda su vida ha estado cerca de Él. “Le dije que quería conocer el mar y Él me cumplió el sueño. En la celebración de mis 16 años de edad una amiga me obsequió una tarjeta que decía Nos vamos para Santa Marta. Y así fue. Salimos el 28 de febrero. Lo primero que hice fue meterme al mar y tocarlo con mis manos. Ya cumplí mi sueño”, dice María Fernanda.
Pero esta es una historia diferente. María Fernanda padece desde pequeña de una distrofia muscular. Esta enfermedad hereditaria produce debilidad de los músculos estriados, que son los que provocan los movimientos voluntarios del cuerpo humano. Se caracteriza por debilidad muscular y alteraciones en las proteínas musculares que ocasionan la muerte de las células que componen este tejido. Puede afectarse también el músculo cardiaco y producir síntomas de insuficiencia cardiaca. Es un trastorno poco frecuente cuyos primeros síntomas suelen aparecer en la infancia. María Fernanda permanece todo el tiempo en la cama y depende de su mamá para todas las actividades que necesite realizar.
Michelle, la hermana de María Fernanda, murió hace seis años por causa de la misma enfermedad a la edad de 17 años. Desde entonces María Fernanda vive sola con su mamá, doña Gabriela Restrepo, pues su padre las dejó cuando eran pequeñas. “Mi mamá lo ha dado todo por mí y por mi hermanita cuando estaba viva. Ha trabajado muy duro. Ella hubiera podido abandonarnos por nuestra enfermedad como hizo mi papá, pero no. Siguió luchando hasta hoy. Me ha enseñado valores, lo que es bueno y malo. Todas las noches ha trasnochado conmigo en el hospital. Nunca pone mala cara y no me regaña. Siempre me pregunta si estoy bien”, dice con una sinceridad acogedora.
La verdad es que hay algo especial en todo esto. María Fernanda tiene un segundo sueño, esta vez más grande y aparentemente imposible, pero está empeñada en alcanzarlo. Quiere conseguir una casa como recompensa para su mamá. Quiere tener un lugar donde vivir tranquila y sin las preocupaciones financieras que llegan cuando deben pagar el arriendo cada mes. “El sueño que yo tengo es tener una casa propia para vivir con mi mamá. Así ella no tendría que luchar tanto por los gastos. Sería además una recompensa para toda la lucha que ha tenido mi madre con nosotras. Me la imagino con tres piezas por las que entre mucha luz, una cocina con gabinetes de madera, un pollo embaldosado, una sala muy bonita con el árbol de navidad, una gramita para salir a tomar el sol y que tenga un cuadro grande del corazón de Jesús porque esa casa sería propiedad de Dios y yo la administradora”.
La casa ya está construida en el sector de Villa Camila gracias a un proyecto de vivienda, pero doña Gabriela debe pagar 26 millones de pesos en marzo del próximo año cuando llegue el tiempo de la entrega. Aunque ella pagó cinco millones de cuota inicial para poder entrar en el proyecto y recibió un subsidio del gobierno por 13 millones, su trabajo no genera las ganancias suficientes para ahorrar el dinero que necesita. Por eso María Fernanda, aunque limitada por su enfermedad, está emprendiendo desde su casa una campaña con amigos, familiares y conocidos para recolectar el dinero. “Pensamos hacer rifas y un bazar en diciembre para vender comida y hacer un bingo. Queremos prestar un salón y cobrar la entrada al evento pero manejando precios bajos. Por ejemplo, la entrada la cobraremos a 5.000, la tabla para el bingo a 1.000 y si alguien quiere tomarse una foto conmigo, 3.000. Yo solo pido a las personas que colaboren con oraciones, dinero o lo que sea para cumplir este sueño. Estaría muy agradecida y si no lo logro conservaré la alegría en mi corazón”, afirma con seguridad.
Doña Gabriela Restrepo tiene un negocio de comidas rápidas en San Antonio de Pereira desde hace 18 años. Ese trabajo le ha dado el dinero para cubrir sus necesidades y pagar los 300 mil pesos mensuales por el apartamento en el que vive con su hija. A veces se ve en la obligación de cerrar su negocio porque la salud de su hija se deteriora y debe llevarla al hospital. Además, los bancos no le prestan dinero para el proyecto de vivienda por ser trabajadora independiente.
Mientras doña Gabriela trabaja, su hija se queda en casa viendo televisión y escuchando música. Se comunica cada 20 minutos para saber si María Fernanda está bien o si necesita algo para ir rápidamente a atenderla o cambiarla de posición.