El colectivo “Buena Siembra” entregó la obra “Micelios”. Con este trabajo se cambió el aspecto de las paredes, y se logró transmitir a través de vibrantes colores un mensaje a partir del arte.
Un grupo de jóvenes con amplia experiencia y formación artística desarrolló entre diciembre y enero el que es quizá el mural urbano más grande realizado en la región. Se trata de “Micelios”, una obra ejecutada en un espacio de 900 m2 en la llamada Unidad Industrial, sector céntrico de Rionegro, frente al barrio Santa Ana y Balcones. Allí, los transeúntes pueden apreciar un trabajo que durante dos meses realizaron los artistas Andrés Ospina, Felipe Ocampo Rúa y Lucas Rendón Muñoz, miembros del colectivo “Buena Siembra” constituido alrededor del arte y de la reflexión por la defensa de la tierra y de nuestras raíces, un propósito de compromiso ambiental y la defensa del territorio.
Se trata de la continuidad de un trabajo que se viene realizando por parte del grupo desde hace unos dos años, como el mural de los convencionistas, el de Francia Márquez en la Unidad Deportiva y el de Ricardo Rendón frente a la Terminal de Transportes de Rionegro. Sin embargo, en esta ocasión, más allá del propósito pactado en otras oportunidades, en este trabajo surge una obra de “cosecha propia”, una composición que integra diversos elementos conectados todos con el concepto de “Micelios” que venían desarrollando desde tiempo atrás, desde experiencias de siembra y arte, de trabajo con la tierra.
Es así como además de esa intención, en este caso se trató de cambiar las adustas paredes por una nueva experiencia visual, en un discurso de colores, en un mensaje vehemente desde el arte. Es bien sabido que las superficies laterales y posteriores de casas, bodegas, edificios, conocidos también como “culatas” representan por lo general un gran reto para quienes diseñan por cuanto se trata de espacios que no suelen ser importantes en la concepción espacial y visual en una construcción.
Los costados y las espalda, la parte trasera se levanta como esa zona visualmente estéril y que termina en medio de su consecuente descuido, como una alternancia de grises y ocres manchados, como planos superpuestos que nadie quiere ver pero que en suma, deterioran el aspecto urbano, afean el panorama y como decimos, se vuelven parte del paisaje, nos acostumbramos a su deterioro. Mientras la lluvia y el sol van dejando su marca del paso del tiempo, los artistas recrean una nueva vida para esos espacios y conciben una transformación que rompen aquella rutina para presentar una experiencia de creatividad, imaginación, colores y formas alusivas a la naturaleza y al paisaje.
Como decía un grafitti furtivamente plasmado en algún lugar, “La pared y la muralla son el papel de quien no calla” y en este caso, este grupo de artistas habla a través de sus brochazos, de sus alegorías, una maja desnuda, la montaña, la adormidera, una rana, la flora y fauna, una naturaleza y unos recursos naturales que están amenazados. Ellos no callan, buscan, gestionan, siembran y hacen arte. Su mural Micelios es una pregunta por la vida, exenta de una narrativa común o lineal, es un universo natural de múltiples lecturas que también involucra el espacio en el que se encuentra, la ciudad, la libélula, el afán, la abeja que contrasta con una chimenea, un carro, las montañas. Es un autorretrato, la evidencia que estos caminantes plantean frente a los cambios que vivimos, la transformación de nuestro paisaje y sus efectos.
El arte urbano y la tradición muralista
Aunque ya en su mayoría desaparecieron, los muros de los templos griegos, las casas, las tumbas y palacios (Cnosos) fueron engalanadas por bellas escenas en las que proliferaban la representación de animales, músicos y temas mitológicos realizados en la técnica del fresco. De manera similar, los romanos dejaron un gran legado de imágenes especialmente mosaicos. Sin embargo, para hablar en términos mucho más amplios respecto a la actividad muralística, habría que remontarse hasta los ignotos tiempos del arte rupestre, pictografías y petroglifos en los que los humanos de esos tiempos dejaron grabado el testimonio de su existencia.
Pero cuando se piensa en el término “Muralismo”, frecuentemente se alude a hechos mucho más recientes y por lo general, se hace referencia a una tradición indigenista que recogen los artistas mexicanos Orozco, Rivera y Siqueiros a principios del siglo XX buscando consolidar los ideales sociales creados en la revolución. En Colombia, el gran muralista fue el artista Pedro Nel Gómez (Anorí-Antioquia, 1899) quien realizó en la técnica al fresco, murales que hablan de nuestra historia, personajes impulsores de la economía, la ciencia y la industria, de la minería con las barequeras, de los mitos y leyendas.
Hoy, la tendencia se hace muy diversa y se traslada a cuanta superficie pueda ser intervenida en las ciudades. Actualmente esa forma de producción artística ocupa las paredes de todas las ciudades del mundo en las que los artistas urbanos recrean mediante la creación de variados lenguajes gráficos, toda una cantidad de formas y de signos. En esa dirección más pluralista y paulatinamente aceptada, se plantean proyectos en los que interviene el sector público y privado como los nuevos mecenas de esta práctica. En Medellín acaba de inaugurarse un corredor de murales en el barrio El Poblado, sobre las culatas y superficies de la calle 10 donde el creciente turismo de la zona encuentra un nuevo y vistoso atractivo.