El Oriente Antioqueño: un nuevo horizonte para los venezolanos

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El conflicto político, social y económico que está viviendo Venezuela se ha convertido en asunto de todos. Colombia, como país hermano y actual albergue de cientos de venezolanos, se está viendo directamente involucrado en tal crisis, no como interventor, sino como la fuente de posibilidades y/o alternativas que un individuo, por mero acto de supervivencia, elige como su mejor opción.

A través de los años, los venezolanos han emigrado a diferentes ciudades y localidades del país, el Oriente Antioqueño ha sido una de las regiones con mayor flujo de esta población extranjera, puesto que, según percepciones y opiniones recogidas en la cotidianidad, no es raro encontrarse a un venezolano en un local comercial, en la iglesia, en el transporte público, transitando por una calle o avenida, o, en ocasiones, a varios de ellos reunidos en una esquina.

El Oriente se ha convertido en el nuevo comienzo de muchos venezolanos, quienes, en busca de una oportunidad para resurgir, lo adoptan como su nuevo hogar, muchos dispuestos a comenzar de cero, aun cuando en su país lo tenían todo. Este es el caso de la familia Bedoya Christians, quienes debido a la situación que está enfrentando Venezuela tuvieron que salir en busca de nuevos horizontes.

El comienzo

En el año 77, cuando Venezuela se encontraba en su máximo apogeo y Colombia estaba pasando por una situación similar a la que hoy enfrentan los venezolanos, los padres de Jhon Alexander Bedoya, quien en ese momento tenía cinco años, migraron al país vecino, esto con el fin de conseguir una mejor estabilidad económica y asegurarles un mejor futuro a sus hijos.

Fue así como Jhon Alexander creció en Venezuela y pasó 40 años creando y construyendo sueños, sin imaginar que algún día, por las mismas causas por las que sus padres se vieron obligados a abandonar su país de origen, él tendría que regresar, esta vez, buscando un refugio para él y su familia.

Cuenta Jhon que hace 18 años comenzó la degeneración del país, durante el gobierno de Hugo Chávez, cuando este ganó por el abstencionismo electoral, con un poco más de tres millones de votos. “Chávez ganó no porque a la gente le gustara, sino porque la gente no salió a votar. A la gente no le gustaba ninguno de los candidatos” afirma.

Los Bedoya Christians

Cristina y Jhon Alexánder vieron en el Oriente la oportunidad para comenzar de cero.

Durante su juventud, Jhon conoció a Cristina Christians, su esposa, con quien tiene dos hijos de 26 y 25 años y una hija de 19. La familia vivía en Puerto Ordaz, Estado de Bolívar, una ciudad que se caracteriza por su labor industrial, donde las empresas se encargan de la extracción de los recursos minerales. Allí, la familia Bedoya Christians tenía un negocio propio, enfocado en la fotografía, este le daba lo suficiente para vivir y conseguir los recursos que la misma situación del país les permitía.

Según Cristina, la escasez de alimentos comenzó hace siete años y este fue uno de los motivos por los cuales sintió la necesidad de salir de su país. “Me tocaba hacer mercado recorriendo cinco y seis automercados para comprar el 80% de lo que yo quería, hace siete años” relata. Asimismo, hace énfasis en decir que la situación que hoy vive su país no surgió de un día para otro, pues, según ella, el Gobierno se ha encargado de quitarles poco a poco los recursos.

Cuenta Cristina que durante el año 2016 se enfermó en repetidas ocasiones, pues ella era la encargada de hacer las compras mientras su hijo y su esposo trabajaban, y debía estar haciendo filas por más de ocho horas. “Hace dos años se podían hacer colas para comprar comida. Yo estaba ocho horas haciendo cola en un estacionamiento con temperaturas de 24 grados centígrados. Yo me llevaba la coca, comía en la cola… podías terminar la cola y que se acabara el producto o, felizmente, llegar a tu casa con los cuatro, cinco productos, a veces con uno solo, lo que alcanzara” cuenta.

También, afirma Christians que hubo un tiempo en el que, por evitar las largas colas y la rápida escasez de los alimentos, se comenzó a implementar un sistema por cédulas, donde según el número se permitía que el ciudadano fuera a hacer sus compras. Además, dice que debía distribuir la poca comida que conseguía para una familia completa. “Una libra de carne para comer cinco personas por una semana, porque me tocaba rayarle zanahoria, auyama, cuanto vegetal pudiera conseguir para hacer en volumen, porque había que llenarles el plato. Y cuando ya la comida no empieza a alcanzar, las mujeres, las que cocinamos, empezamos a dejar de comer nosotras, porque el viejito tiene prioridad, el hombre que va a la calle a trabajar tiene prioridad, el que está estudiando tiene prioridad”.

Asegura Cristina que el 27 de diciembre de 2016 comenzó con una fuerte fiebre, y el dos de enero del año siguiente fue diagnosticada con dengue, enfermedad con la que tuvo que cargar por 15 días, a lo cual se le sumó una gripe que, tiempo después, pasó a ser bronconeumonía. Cada una de estas enfermedades, al igual que el Zika, el cual padeció seis meses atrás, tuvo que enfrentarlas sin medicinas, pues afirma que no se consiguen.

Sumado a lo anterior, relata Christians, su salud se empezó a deteriorar cada vez más, “se me caía mucho el cabello, estuve como un mes con muchos mareos, la memoria la tenía fatal, yo me volteaba a poner una olla y me iba, y a mí se me olvidaba que esa olla estaba ahí” asegura.

Cada uno de los aspectos relatados hicieron que la mujer se cansara de la situación de su país, por lo cual, le pidió a Jhon que comenzaran una nueva vida en Colombia.

La visita “mamal”

Desde el 2014, el hijo mayor del matrimonio había decidido viajar a Colombia y estabilizarse en el país, para ello, comenzó a estudiar Ingeniería Electrónica en la Universidad Católica de Oriente, institución que, según Jhon y Cristina le brindó la posibilidad de estudiar aún sin completar los trámites de su documentación legal. El segundo hijo también vio la posibilidad en Colombia de retomar su vida, este ya lleva un año y medio en el país.

En cuanto a la hija de 19 años, según los padres, aún siente deseos de regresar a Venezuela, pues ella no tomó la decisión de venirse, como sus hermanos, sino que fue una medida que, por seguridad, tomaron Jhon y Cristina. “Ella es muy nacionalista, ella luchaba con los guardias. Ella sabe hacer bombas molotov, ella salía a la calle, tragó bombas lacrimógenas y la agarraron a garrote. Por eso fue que la sacamos del país, porque el que cae preso, no lo vuelven a soltar. Te violan. Si no te desaparecen, sales traumatizado” aseguran los Bedoya Christians.

Cuenta Cristina que antes de tomar la decisión de venir a Colombia a residir con sus hijos, se vio en la obligación de hacer “la visita mamal”, pues la joven de 19 años le manifestaba constantemente en sus comunicaciones por WhatsApp que deseaba regresar a su país, situación que preocupó a la madre y que, debido a lo precario de las comunicaciones en Venezuela, debía tener un diálogo frente a frente con su hija.

“Yo vine para decirle que no podía volverse, porque por la comunicación tampoco se lo podía decir por teléfono. Yo no puedo llamar de Venezuela a Colombia, tú no puedes hacer llamadas internacionales y la comunicación era solo por WhatsApp y era muy entrecortada. Aquí la banda es de 10 megas, en Venezuela es de 0,5 megas”, manifiesta Cristina.

El viaje

Cuando Cristina decidió visitar a sus hijos, cuenta, lo hizo acompañada de una vecina y amiga de hace 15 años, quien además es madre de un niño con necesidades especiales, del cual, según Jhon y Cristina, nunca se había separado, pero que, debido a la situación venezolana, se vio en la obligación de buscar otras alternativas y, así, poder darle a su hijo los recursos necesarios.

Las dos mujeres emprendieron su viaje por tierra para cruzar la frontera por el Estado Táchira. Dice Christians que en una caja traía la bicicleta usada de su hijo, pero que esta se convirtió en un dolor de cabeza para ella, pues la caja era tan grande que parecía un televisor de 50 pulgadas. “Cuando yo estoy en San Antonio de Táchira, empiezo a pasar el alta, inmediatamente, a mí me mandan a parar, me mandan a un lado. ‘la caja no puede pasar’, ¿por qué?, ‘tiene que pagar’ (…) Y así tuve que pasar tres altas y en los tres les tuve que pagar para que me dejaran pasar mi bicicleta, una bicicleta usada, del año 2005 y metían la mano, sentían los cauchos, la bicicleta tenía tacos, y decían: ‘¿esto es nuevo?’ Yo les decía: los cauchos se cambian, ¿a tu auto tú no le cambias los cauchos, se los pones nuevos? Por todos lados siempre están molestando, porque es que molestan y ellos son la autoridad y tú te tienes que quedar callado” relata.

Asimismo, con lágrimas y voz entrecortada dice: “cuando yo terminé de cruzar el puente y vi a los policías, yo lloré (…) Me sentía libre y segura. Fuerte”.

La llegada a Colombia

Mientras Cristina vino a Colombia a visitar a sus hijos, Jhon, como en un acto de esperanza y valentía, se quedó en Venezuela atendiendo su negocio y esperando el regreso de su esposa, no obstante, cuenta la pareja que, mientras la madre estaba con sus hijos, el mayor de ellos le pidió que no se fuera.

“Cuando me viene a convencer a mi hija de que no se devolviera, mi hijo mayor me dice: tú no te vas, mamá, yo te necesito aquí, necesito que me apoyes, yo estoy trabajando, estoy estudiando, me puedes colaborar haciendo la comida, así no gasto tanto” cuenta.

La petición de su hijo fue el impulso que Cristina necesitaba para poder tomar la decisión de venirse, pues, aunque estando en Venezuela ya le había manifestado a Jhon que en la primera oportunidad que tuviera migraría a Colombia, nunca se imaginó que su visita se convertiría en permanencia.

“El año pasado, cuando ya todo estaba demasiado asfixiante, a Jhon no le gustaba que yo saliera, entonces yo todo el tiempo encerrada en la casa. Era muy inseguro salir, en el transporte, te asaltan en las paradas. Entonces yo ya vivía en mi caja de cristal dentro de mi casa, y yo le dije a él, cuando yo tenga la primera oportunidad de irme me voy a ir lamentándolo mucho, contigo o sin ti. Yo me estoy muriendo aquí en vida”, relata Chritians.

Dos meses y medio después de que Cristina decidiera quedarse con sus hijos, Jhon tomó la decisión de viajar en busca de su familia y comenzar de cero. “Dejé todo ahí, cerré y me vine, porque, ¿de qué vale tener un negocio allá? La casa también la cerramos, está una amiga de nosotros allá, pero es eso, es dejar tu casa con todo, dejar el negocio, venirte y empezar de nuevo” afirma Jhon.

Un nuevo comienzo

Hoy por hoy, la familia Bedoya Christians se encuentra viviendo en el barrio El Porvenir, en Rionegro, quizá no con todos los recursos materiales con los que contaban en Venezuela, pero sí con un tesoro invaluable: la tranquilidad.

Sin embargo, todo no puede ser color de rosa, pues, aunque Colombia es conocido como un país amable, de gente cálida y empática, los Bedoya Christians han sido blanco de discriminación. Un ejemplo claro lo cuenta Jhon, quién, como se dijo, es fotógrafo profesional con gran experiencia en Venezuela, y desde que llegó al país ha buscado diferentes ofertas laborales:

Hubo una entrevista en la que me trataron muy mal, fue una discriminación muy marcada y muy disfrazada. A pesar de que yo no soy venezolano, yo soy colombiano, mi mamá y mi papá son de aquí de Rionegro, yo me fui a los cinco años.

Me metí por Computrabajo, que siempre hay ofertas muy buenas, y estaban solicitando una de fotógrafo con experiencia, vi los requisitos, llené la hoja de vida y la llevé a la dirección que especificaban allí. Claro, la culpa no es de la empresa que está solicitando el trabajo, la culpa es de la empresa que está de intermediaria para recibir las hojas de vida, porque yo la llevo y, entonces, en lo que yo me presento lo primero que me preguntan- lo cual me pareció de muy mal gusto- es que si tenía Permiso Especial de Permanencia (PEP), y yo le dije:

-Bueno, es que tienes la hoja de vida, yo soy colombiano.

– ¿Tiene Visa de trabajo? (La muchacha se enfrascó en el acento).

– Pero recuerde que para trabajar aquí tiene que tener Visa de trabajo.

– Pero es que yo soy colombiano, vea la cédula, mira el número de la cédula, ni siquiera llega a 1.000, empieza por 79, es de cinco cifras apenas.

– ‘Pero la Registraduría ya tiene donde dice que usted va a estar’.

Me molesté, claro, no le dije nada, sino que le dije: bueno, muchas gracias, cualquier cosa, ahí le dejé mi hoja de vida.

Si la procesó o no la procesó, no lo sé, yo me quedaré con mi idea de que no lo hizo, porque nunca me preguntó nada referente a lo que tenía que ver con el trabajo, solo se quedó enfrascada en que si yo tenía permiso, que si tenía Visa, que si ya había trabajado aquí… que yo dije, bueno, esto es Migración, es el aeropuerto, o qué, que me están preguntando por cosas que no van al caso.

Afirma Jhon Alexander que lo sucedido durante la entrevista lo “desinfló un poco”, pues, según él, Colombia siempre se ha caracterizado por la receptividad y amabilidad de su gente.

Además, dice Jhon, que si no logra encontrar un trabajo enfocado a su profesión está dispuesto a laborar en cualquier actividad que le ayude a mejorar su situación actual, pues, según él, es una cuestión de humildad, ya que ahora prima tener una mejor calidad de vida para él y su familia.

“Si se dan cosas de fotografía chévere, porque es lo que yo más manejo, sino, lo que resulte. Ha sido un poco difícil porque uno ya está ‘de salida’” dice Jhon Alexander.

Un llamado a la solidaridad

La situación de la familia Bedoya Christians es solo un ejemplo de lo que millones de venezolanos están enfrentando. No es fácil dejar atrás todo lo que en algún momento se construyó con valor y sacrificio, más cuando no se hace por voluntad propia sino por supervivencia y por los diferentes aspectos que no solo amenazan la tranquilidad de una persona sino, además, su vida.

Es por ello que se hace un llamado a la solidaridad, tanto desde entidades gubernamentales y privadas como desde la sociedad, pues esta población está en busca de oportunidades y de un mejor futuro. No hay que ser egoístas, puesto que ningún ciudadano o país está exento de vivir en el exilio, aun estando dentro de sus propias tierras.

 

 

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