Por: Johanna R. Atehortúa
Lo primero que observé al llegar a la vereda Montañita en Marinilla, fue el ritmo de un cielo que me dibujó entre su infinito verde y celeste un espacio lleno de tradiciones, música y sobre todo, muchas historias.
El aire se tornó denso y lo sentí un poco ajeno a mí. Al culminar el recorrido, llegué donde una familia Kogui. El abuelo Miguel Izquierdo, la abuela Indalesia Márquez, una de sus hijas, Laura Mercedes Izquierdo, de 19 años, y su nieta, Consella Izquierdo, de 5 años, me recibieron con una sonrisa cargada de mucha armonía.
Cada detalle en el ambiente era el reflejo de su cultura, que poco se parecía a la mía. Me invitaron a su pequeña aldea donde conversamos un rato sobre su travesía en el Oriente. Nada podía ser más perfecto, me sentía en un cuento ancestral, de esos que contaban hace años, pero que muy pocos hemos tenido la fortuna de disfrutar.
Estaba allí, bajo una capa eclipsada de estrellas y una radiante luna llena, escuchando las mágicas y envolventes historias del abuelo, que a veces se perdía por su poco léxico español, y la abuela a su lado, apoyándolo en sus relatos, mientras encendía una pequeña fogata como ceremonia a la madre fuego.
“Nosotros llegamos al Oriente antioqueño por el conflicto que se vivía en Colombia en los años 90’s, que afectó a los jóvenes de la Sierra Nevada de Santa Marta. Luego de pasar por muchas ciudades del país, nos trasladamos acá con el fin de esconder a nuestros hijos, Iván y Mario, de la guerrilla”, contaba el abuelo, y yo iba comprendiendo muchas razones de su descentralización.
En mi cabeza no dejaban de proliferar las dudas sobre sus particulares formas de concebir el universo, y sobre todo, cómo se imaginaban esta región del Oriente antioqueño, que habitaban ya por varios años. En ese momento entró un hombre no muy alto, de piel morena, cabello negro que le llegaba un poco más abajo de los hombros, y con una gran sonrisa, dijo:
Que, ¿cómo me imagino el Oriente? Como un intercambio de saberes ancestrales, ¡maravilloso! ¿No?
Mario Gilberto Izquierdo, o Bunkwarin Maku, nombre Kogui, tiene 31 años, es uno de los hijos de los ‘abuelos’ Miguel izquierdo e Indalesia Márquez, el mayor de 5 hermanos, y estudiante de la licenciatura pedagógica de la madre tierra de la Universidad de Antioquia.
Mario se acomodó muy cerca de su padre, el abuelo Miguel, y comenzó a ilustrar sus pensamientos. Todo estaba completamente oscuro en la aldea, ya no quedaba más que el sonido de los astros que se trenzaban con el suave eco de las historias del abuelo y su hijo.
Y después de mucho preguntar por mi territorio, como si ya lo tuvieran todo escrito, me respondieron así:
“Qué bueno que algún día el Oriente pudiera tener toda esa alternativa que necesita para buscar un tejido con todo, la relación con la vida, con la tierra, con la relaciones bonitas; que Oriente sea un lugar donde realmente se pueda pensar armónicamente desde la diversidad que nos rodea, y donde podamos aprender no solo nosotros, si no muchos hermanos del planeta.
Qué bueno que algún día el Oriente pensara en el desarrollo como una fortaleza, porque el buen vivir, no es tener muchos recursos y mucho dinero, no. El buen vivir, es vivir equilibrado con tu vida, con la naturaleza. El desarrollo no es desarraigar, el desarrollo no es matar. Es esa relación donde tú puedes comprender cómo el uno con el otro puede tejer lo mejor con la diversidad. Entonces, ¿de qué desarrollo estamos hablando?, porque todo lo que ustedes ven como recurso para nosotros es el gran patrimonio del cuerpo, lo que necesita la tierra.
Qué bueno que algún día el Oriente viera la naturaleza como parte de nuestras células. Uno no puede mirar desde la racionalidad y decir que el árbol, la madera, los minerales y el agua son aparte. Todo lo que tú ves, las montañas, los árboles los animales, existen dentro de ti, porque somos una célula en común diversidad.
Qué bueno que algún día el Oriente viera los animales como hermanos nuestros. Antes de nacer ellos fueron seres como nosotros.
Qué bueno que algún día el Oriente no fuera tan individual, porque cuando estoy en su comunidad no hay con quién dialogar, cada uno está en su vida, cada uno está en su lugar, y nosotros somos muy colectivos, muy tranquilos, y eso acá no funciona. Para nosotros la comunidad es muy importante.
Pero sobre todo, qué bueno que algún día el Oriente viviera en armonía con la tierra y entendieran que el territorio es amor”.
- ¿Y hasta cuándo creen ustedes que podemos seguir así?, pregunté
- Hasta que le devuelvan los órganos que le han robado a su madre tierra, concluyó Mario.