Señora:
Quizá el comienzo de esta carta le manifestará la inconformidad o la irá más absurda. Por eso, se recomienda leerla hasta el final antes de crear pensamientos innecesarios.
No pretendo juzgar su forma de enseñanza; al contrario, aspiro ayudarle a abrir el camino de lo justo, de lo verdadero y de lo diferente. Sin embargo, para conseguirlo, resulta necesario leerme y afrontar mis inconformidades.
Entienda usted. Tanto yo como muchos jóvenes, persistimos cansados de lo mismo: de las sillas, de las mesas, del silencio, de las filas, de alzar la mano, de tragarnos lo injusto, de las burlas, de los cobardes, hasta de muchos como yo… ansiosos por gritar las mil y un verdades de mis compañeros y de usted; no obstante, a veces me obligan a callar y otras, simplemente no me dan la oportunidad de contarlas. Todos los días anhelo vociferar con todas mis fuerzas, en medio de una clase, la inmoralidad y la paradoja de quienes dicen siempre obrar bien, mientras clavan en usted y en la vida de ellos, una estupidez perversa. Mi intención no viene cargada de maldades… No pretendo llamarla “estúpida”, pero lastimosamente, así jugaron con usted, y así usted jugó con nosotros.
No se imagina la tristeza en mi interior cuando contemplo el futuro de este mundo. ¿Aspira robots? Nosotros existimos como personas, como jóvenes ávidos por nuestras pasiones, y usted nos las arrebata día a día.
Observo a esa gente trabajando para usted, y no consigo comprenderlos. Algunos, conscientes de su ineptitud y manipulación; y otros, un rebaño más de su tragicomedia. Reconozco la capacidad de ciertos empleados cuando no siguen lo básico, cuando escuchan, cuando enseñan con agrado, cuando realzan los dones de cada uno de nosotros, cuando aman las preguntas y los debates, cuando enfrentan una duda, cuando se sientan y oyen nuestras inconformidades, cuando no pretenden guiarse por el poder. Me agrada esa gente, la real, la gente con vocación, ¿le puedo manifestar lo peor? Reciben menos de lo previsto; y, aun así, luchan por quebrar este monopolio de porquería.
De alguna manera, le culpo por mi pereza al levantarme de la cama, por mi miedo al reunirme con mis compañeros, por mi asco hacia las personas existentes allí. Le otorgo la culpa por dañar el futuro. Mire, usted y algunos sus colegas nos tratan como imbéciles, y por eso, nunca descubrimos nuestra verdadera vocación, porque nos descubrimos enjaulados, porque nos obligan rendir a la perfección en materias odiosas, y cuando nos disponemos a preguntar, nos tratan como tontos. Nos fuerzan todos los días a competir entre nosotros mismos. Hasta llegamos al punto de considerar malas decisiones para obtener buenas calificaciones.
Sí, uno como estudiante comete errores estúpidos. Detesto trabajar en equipo, siempre me he mantenido sola, y si me pide ayuda esos embusteros de la clase, callo para no gritarles unas cuantas verdades. A veces responden con golpes, otras veces con amenazas, y cuando estoy a punto de proferir, ni mis profesores apetecen escucharme porque no les conviene.
En fin, hablaba de los errores constantes de un estudiante. Yo jamás he considerado la violencia, la mentira, los plagios o cualquier tipo de salida para conseguir una nota, pero a veces nos convertimos en tontos, en inconscientes… Terminamos en rollos extraños cuando más hemos puesto nuestro empeño solo por la curiosidad de observar una pregunta, un trabajo hecho por alguien más… Nos descuidamos mucho por nuestros amigos, pero al final nos toca aceptarlo como si conserváramos la culpa. De hecho, hace poco caí en uno por ayudar a mis amigos, pero no comprenderían porque no escuchan. ¿Irónico? La primera vez en donde me involucran en esa situación y por poco me arrastra al carajo las represalias de mi institución y mis emociones al casi caer en algo detestable y al suponer la decepción de mi maestro favorito. Sin embargo, nos toca tragarnos esas injusticias. Usted bien lo reconoce, señora. Merecemos discutir los asuntos dolorosos de nuestro paso por esto lugares; y, además, el beneficio de la escucha. No obstante, no les conviene, vaya usted a discernir las razones; quizá por el prestigio o porque consideran estos asuntos sin importancia. Le expresaré algo: Usted se aloja aquí por nosotros, porque pertenecemos a la esencia de su negocio.
A veces sospecho por su actitud. Usted nos tiene miedo. Vendrá el día más común y nos alzaremos tanto nosotros como sus empleados a atacarla. Continuamos cansados de su corrupción, de su maltrato hacia el conocimiento. Usted anhela un futuro grande, pero se dirige al caño. Tenga la capacidad de formar humanos con criterio, basados en sus dones, en sus gustos. Cuánto avance percibimos en la actualidad y usted sigue paralizada porque teme que destruyamos su poder. ¿Pero cómo va a jugar con el conocimiento de las personas? “Conocimiento”, ¡Una bella palabra! No solo significa adquirir un millón de conceptos, pues esto también significa LIBERTAD.
“Querida” educación, no se entusiasme, eso no dura toda una vida. Reconozca el trabajo de los profesores, reconozca las capacidades de su esencia. No nos trate como borregos. Si ansía un avance, permita que los niños y los jóvenes liberen sus pensamientos y le aseguro la felicidad no solo de nosotros, sino también suya. Coopere para así orientar a las personas con los valores como elemento principal, y para formar un futuro íntegro con estudiantes, no luchando por una mejor nota entre sus compañeros, sino luchando por la paz y la plenitud de la vida.
Señora:
Quizá el comienzo de esta carta le manifestará la inconformidad o la irá más absurda. Por eso, se recomienda leerla hasta el final antes de crear pensamientos innecesarios.
No pretendo juzgar su forma de enseñanza; al contrario, aspiro ayudarle a abrir el camino de lo justo, de lo verdadero y de lo diferente. Sin embargo, para conseguirlo, resulta necesario leerme y afrontar mis inconformidades.
Entienda usted. Tanto yo como muchos jóvenes, persistimos cansados de lo mismo: de las sillas, de las mesas, del silencio, de las filas, de alzar la mano, de tragarnos lo injusto, de las burlas, de los cobardes, hasta de muchos como yo… ansiosos por gritar las mil y un verdades de mis compañeros y de usted; no obstante, a veces me obligan a callar y otras, simplemente no me dan la oportunidad de contarlas. Todos los días anhelo vociferar con todas mis fuerzas, en medio de una clase, la inmoralidad y la paradoja de quienes dicen siempre obrar bien, mientras clavan en usted y en la vida de ellos, una estupidez perversa. Mi intención no viene cargada de maldades… No pretendo llamarla “estúpida”, pero lastimosamente, así jugaron con usted, y así usted jugó con nosotros.
No se imagina la tristeza en mi interior cuando contemplo el futuro de este mundo. ¿Aspira robots? Nosotros existimos como personas, como jóvenes ávidos por nuestras pasiones, y usted nos las arrebata día a día.
Observo a esa gente trabajando para usted, y no consigo comprenderlos. Algunos, conscientes de su ineptitud y manipulación; y otros, un rebaño más de su tragicomedia. Reconozco la capacidad de ciertos empleados cuando no siguen lo básico, cuando escuchan, cuando enseñan con agrado, cuando realzan los dones de cada uno de nosotros, cuando aman las preguntas y los debates, cuando enfrentan una duda, cuando se sientan y oyen nuestras inconformidades, cuando no pretenden guiarse por el poder. Me agrada esa gente, la real, la gente con vocación, ¿le puedo manifestar lo peor? Reciben menos de lo previsto; y, aun así, luchan por quebrar este monopolio de porquería.
De alguna manera, le culpo por mi pereza al levantarme de la cama, por mi miedo al reunirme con mis compañeros, por mi asco hacia las personas existentes allí. Le otorgo la culpa por dañar el futuro. Mire, usted y algunos sus colegas nos tratan como imbéciles, y por eso, nunca descubrimos nuestra verdadera vocación, porque nos descubrimos enjaulados, porque nos obligan rendir a la perfección en materias odiosas, y cuando nos disponemos a preguntar, nos tratan como tontos. Nos fuerzan todos los días a competir entre nosotros mismos. Hasta llegamos al punto de considerar malas decisiones para obtener buenas calificaciones.
Sí, uno como estudiante comete errores estúpidos. Detesto trabajar en equipo, siempre me he mantenido sola, y si me pide ayuda esos embusteros de la clase, callo para no gritarles unas cuantas verdades. A veces responden con golpes, otras veces con amenazas, y cuando estoy a punto de proferir, ni mis profesores apetecen escucharme porque no les conviene.
En fin, hablaba de los errores constantes de un estudiante. Yo jamás he considerado la violencia, la mentira, los plagios o cualquier tipo de salida para conseguir una nota, pero a veces nos convertimos en tontos, en inconscientes… Terminamos en rollos extraños cuando más hemos puesto nuestro empeño solo por la curiosidad de observar una pregunta, un trabajo hecho por alguien más… Nos descuidamos mucho por nuestros amigos, pero al final nos toca aceptarlo como si conserváramos la culpa. De hecho, hace poco caí en uno por ayudar a mis amigos, pero no comprenderían porque no escuchan. ¿Irónico? La primera vez en donde me involucran en esa situación y por poco me arrastra al carajo las represalias de mi institución y mis emociones al casi caer en algo detestable y al suponer la decepción de mi maestro favorito. Sin embargo, nos toca tragarnos esas injusticias. Usted bien lo reconoce, señora. Merecemos discutir los asuntos dolorosos de nuestro paso por esto lugares; y, además, el beneficio de la escucha. No obstante, no les conviene, vaya usted a discernir las razones; quizá por el prestigio o porque consideran estos asuntos sin importancia. Le expresaré algo: Usted se aloja aquí por nosotros, porque pertenecemos a la esencia de su negocio.
A veces sospecho por su actitud. Usted nos tiene miedo. Vendrá el día más común y nos alzaremos tanto nosotros como sus empleados a atacarla. Continuamos cansados de su corrupción, de su maltrato hacia el conocimiento. Usted anhela un futuro grande, pero se dirige al caño. Tenga la capacidad de formar humanos con criterio, basados en sus dones, en sus gustos. Cuánto avance percibimos en la actualidad y usted sigue paralizada porque teme que destruyamos su poder. ¿Pero cómo va a jugar con el conocimiento de las personas? “Conocimiento”, ¡Una bella palabra! No solo significa adquirir un millón de conceptos, pues esto también significa LIBERTAD.
“Querida” educación, no se entusiasme, eso no dura toda una vida. Reconozca el trabajo de los profesores, reconozca las capacidades de su esencia. No nos trate como borregos. Si ansía un avance, permita que los niños y los jóvenes liberen sus pensamientos y le aseguro la felicidad no solo de nosotros, sino también suya. Coopere para así orientar a las personas con los valores como elemento principal, y para formar un futuro íntegro con estudiantes, no luchando por una mejor nota entre sus compañeros, sino luchando por la paz y la plenitud de la vida.
Yuliana Escobar Sepúlveda