Cada persona vive el luto de una manera absolutamente única, cada persona llora de diferente forma sus batallas. Algunos dicen que la verdadera muerte es el olvido, pero hay una muerte peor que el olvido: la duda. La duda de no saber dónde está tu padre, tu madre, tu hermano, tu hermana, la duda de no saber si está vivo, muerto, si está bien, si está mal. Esa es la verdadera muerte, porque por más que los familiares se aferran a esa idea de volverlos a ver, es el estado quien los entierra entre censos y números sin rostro que buscan de vez en cuando con una banderita blanca.

Vivimos en una época que nos ha obligado a despersonalizar los números, no vemos un rostro, una historia, una familia, vemos uno de tantos números que de vez en cuando se traen a colación. En Colombia en este momento hay 111.640 personas reportadas como dadas por desaparecidas. 111.000 parece un número efímero, pero hay que acercarse a ver las historias de 111.000 familias cuyas vidas se han destrozado debido a la incertidumbre de no poder enterrar a sus muertos, claramente en un sentido metafórico y en un sentido literal.

Son seguramente 111.000 madres que murieron viendo el reloj y preguntando cuándo volverá Oscar, Juan, Jaime, Hernando. Son seguramente miles de niños cuyos ojos se encharcaron cada vez que la profesora en la escuela les pregunta dónde estaba su papá. Son miles de esposas que a fuerzas tuvieron que asumir el rol de madre y de padre sin saber si algún día sus esposos volverían. No podemos permitir que el conflicto y las víctimas del conflicto armado se conviertan solo en un absurdo número sin rostro, oculto entre una pila de papeles.

Esperanza, del Latín Esperar

Entre el 21 de junio y el 15 de julio de 1996 hombres armados pertenecientes a las Autodefensas campesinas del Magdalena medio, al mando de Ramón Isaza (Alias el Viejo), entraron en repetidas ocasiones a la vereda La Esperanza del municipio de El Carmen de Viboral. Allí desaparecieron a doce personas y mataron a otra.

Doce Personas desaparecieron en ese lapsus, ocho hombres, una mujer y dos niños. Todos acusados de ser guerrilleros, incluso la única mujer desaparecida, Irene, fue obligada a desvestirse y ponerse el uniforme camuflado de la guerrilla antes de ser llevada por los hombres.

Doce personas puede parecer una cantidad ínfima, pero hay que pensar en que esas doce personas tenían grandes sueños, querían tal vez conocer el mundo, construir una casita para su mamá, terminar la escuela. Sí, terminar la escuela, porque los dos niños que desaparecieron durante esa masacre tenía 12 y 14 años, eran hermanos, y su madre murió muchos años después sin saber dónde estaban los cuerpos de sus hijitos y sin haber podido nunca volver a ser la mujer que fue antes de que la absurda guerra en Colombia se llevara no solo a sus hijos, sino también su esperanza y su vida.
Pasaron 28 años hasta que finalmente las víctimas y los sobrevivientes de esa masacre pudieron vislumbrar algo de luz: Finalmente el país que rompió pidió perdón para poder empezar a reparar.

¡Qué no muera la Esperanza!: Un reconocimiento a una vida de Desasosiego

Qué no muera la esperanza es un movimiento creado por los familiares de las víctimas de la masacre, uno de sus rostros más poderosos es Flor Gallego, su esposo, su hermano, sus primos y su prima desaparecieron durante la masacre.

Flor tenía cuatro hijos pequeños y estaba embarazada cuando hombres armados llegaron a su casa buscando a su esposo, Hernando Castaño, cuenta su hija, Claudia, que Flor les dijo que si eran ellos quienes habían estado llevandose a los campesinos de la vereda.

Este corto episodio resume perfectamente lo que por muchos años tuvieron que vivir las víctimas de la violencia en Colombia, es esa indignación, ese dolor, esa rabia, pero sobre todo, esa impotencia, ¿qué puede hacer una mujer campesina embarazada y desarmada frente a varios hombres armados que la dejaron viuda y que dejaron a sus hijos sin un padre?

El pasado ocho de octubre se llevó a cabo en El Carmen de Viboral un evento de reconocimiento de culpa por parte del Estado como victimario de la masacre de la vereda la Esperanza. No es para nadie un secreto que los hombres de Ramón Isaza contaban con el apoyo de la fuerza militar, al mando del estado.

Los sobrevivientes de la masacre de la esperanza llevan 28 años luchando incesantemente en contra del olvido, lo que finalmente rindió frutos el 31 de Agosto de 2017 cuando La Corte Interamericana de Derechos Humanos dictó una Sentencia, mediante la cual declaró responsable internacionalmente al Estado de Colombia por la desaparición forzada de 12 personas y la privación arbitraria a la vida de otra entre el 21 de junio y el 27 de diciembre de 1996.

“Los hechos acaecieron con el apoyo y la aquiescencia prestados por agentes de la fuerza pública al grupo paramilitar denominado Autodefensas del Magdalena Medio (ACMM), lo que facilitó las incursiones a la Vereda la Esperanza y propició o permitió la comisión de estos actos. La Corte consideró responsable al Estado por la violación al derecho a las garantías judiciales y protección judicial por las investigaciones de esos hechos, por la violación al derecho a la integridad personal de los familiares de las víctimas directas, así como al derecho de propiedad e inviolabilidad del domicilio por el allanamiento y destrucción de los bienes muebles e inmuebles de dos de las víctimas.” menciona en la sentencia la Corte Interamericana.

Debido a esta decisión, el estado tuvo que reconocerse como victimario y pedir perdón público por el daño que causó su acción y omisión, es por esto que el Presidente Gustavo Petro estuvo en El Carmen, dando la cara como la cabeza de un estado que en algún momento hizo tanto daño. A su vez también estuvieron algunos ministros, cuyos discursos no dejaban de sentirse como pañitos de agua tibia tardíos para heridas que nunca van a poder sanar, pero cuyo reconocimiento ayuda a que no se vuelvan a repetir.

“Hoy llega un perdón pendiente, que solo debe ser el principio y no el fin” dijo la ministra de Justicia y del derecho, Angela Buitrago. El perdonar es necesario para poder avanzar, pero el pedir perdón, en este caso, que el estado pida perdón, es un poderoso acto que lleva en sí un silencioso compromiso (al menos deontológico) de evitar que algo así vuelva a pasar.

“Familiares de los desaparecidos”

Durante el evento los familiares y sobrevivientes de la masacre llevaban en sus cuellos los carteles con los rostros de sus familiares y llevaban camisetas que los reconocían como familiares de las víctimas, una señal de algo mucho más profundo: exteriorizan las marcas, los estigmas que llevan por dentro, es decir, llevan hacia afuera una marca que los une como una comunidad doliente, una marca de muerte, de dolor, una marca de tener que abandonar sus tierras a riesgo de morir o de perder a sus seres queridos. Una marca que nunca se podrán quitar.

Una parte también importante del reconocimiento es desenajenar esos números, contar las historias de los dolientes, ver detenidamente las fotografías puestas religiosamente en un rincón de ese auditorio en el que el estado pidió perdón.

Esas fotografías, algunas a color, la mayoría a blanco y negro, representaban a las victimas directas y a sus familiares que murieron en su mayoría de decepción. Esas fotografías trascienden a lo emblemático, merecen ser vistas detenidamente y que sus historias se cuenten, para que no se nos olvide que no fueron un número, no fueron doce personas, fueron Óscar Hemel Zuluaga, Juan Cardona, Jaime Mejía Gallego, Hernando Castaño Castaño, Orlando de Jesús Muñoz Castaño, Gerardo Muñoz, Javier Giraldo, Andrés Suárez Cordero, Octavio de Jesús Gallego Hernández, Irene Gallego Quintero, Juan Crisóstomo Cardona Quintero, Juan Carlos Gallego Hernández, Julio César Morales Hernández, Anial de Jesús Castaño Gallego, Giovanny Morales Cardona, Miguel Ancízar Cardona Quintero.

Tal vez viendo nombres completos se nos olvide lo fácil que es ver el mundo simplemente como un número, pero sí eso no ayuda, aquí están las voces de los sobrevivientes, de las familias que tuvieron que cargar con el dolor por casi treinta años de incertidumbre.

Claudia Castaño Gallego, Hija de Hernando Castaño Castaño.

“Para nosotros este evento significa un reconocimiento, limpiar los nombres de nuestros familiares. Si bien a veces la violencia se justifican porque eran de uno u otro bando (que no debería ser así) por muchos años se dijo que nuestros familiares eran Guerrilleros, este evento es muy importante para nosotros porque limpia sus nombres y el estado reconoce que hizo mucho daño a través de la acción y la Omisión. Y principalmente lo que esperamos con este evento es que no vuelva a ocurrir algo como lo que nos pasó a nosotros”.

Claudia es hija de Flor, una de las caras más emblemáticas de la lucha para que no muera la esperanza. Claudia tenía cinco años, tres hermanos y su mamá estaba embarazada cuando llegaron hombres armados a su casa buscando a su papá. Papá que nunca más volvió a ver, papá que nunca pudo bailar con ella en sus XV años, papá que nunca la pudo ver cumplir sus sueños.

Claudia no solo perdió a su papá, a los pocos meses de su desaparición murió su abuelito paterno, en palabras de Flor Gallego, “Murió de pena moral al saber que no volvería a ver a su hijo”. Durante el evento de reconocimiento había dos hileras de fotografías, el abuelito de Claudia estaba en la segunda fila, con todos los otros familiares que murieron sin obtener justicia por sus familiares desaparecidos.

“Invitó a las personas tocadas por la violencia en el Oriente a que no desafallezcan, la violencia también nos marca por el silencio, por la desesperanza, va de la mano con amenazas, con estigmatización, persecución. En esos casos hay que saber rodearse de organizaciones especializadas en Derechos humanos, que nos apoyen. No hay que cansarse de tocar puertas. No podemos permitir que el Oriente siga marcado por la impunidad. Hay que reivindicar esas memorias para que las demás generaciones no vuelvan a vivir esta tragedia. Es una esperanza que se va relevando para que la memoria siga viva”. concluye Claudia, quien porta en sus manos una imagen de su papá a modo de acto de rebelión en contra del olvido.

Clara Cardona Quintero, hermana de Juan Crisóstomo Cardona Quintero y Miguel Ancízar Cardona Quintero.

“Mis hermanos tenían 12 y 14 años cuando, por medio de la violencia, se los arrebataron a mi mamá de los brazos. Hace 28 años estamos esperando que nos digan qué pasó con ellos, aún no sabemos la verdad”, igual que en el caso de Claudia, Clara también perdió a un familiar esperando: su madre, una madre que vivió 12 años mirando el reloj, esperando que sus hijos llegaran, que volvieran a casa.

“Yo como mamá, me pongo en el lugar de la mía, y pienso en cómo sería sí me arrebataran así a mi hijo. Me hubiera enloquecido. Pienso por lo que ella tuvo que pasar, morir en esa zozobra, sin saber qué pasó. Nosotros sabemos que a mí mamá la mató ese dolor, ese dolor de una madre, día y noche sin saber que paso.”

Flor Gallego, Líder Social, Esposa de Hernando Castaño

“Seguimos denunciando la desaparición y exigiendo que se haga la investigación correspondiente. A 28 años de estos hechos, llevamos un largo proceso con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. En 1999, iniciamos el proceso; en 2013 se presentó ante la Corte Interamericana y, en 2017, la Corte condenó al Estado colombiano por la desaparición de los campesinos de la vereda La Esperanza. Han sido años llenos de denuncias, marchas, movilizaciones, datos públicos, formación y organización. Nos hemos unido con otras organizaciones tanto a nivel nacional como internacional.
A pesar de la sentencia de la Corte en 2017, hoy, en 2024, seguimos luchando. En gobiernos anteriores no se había logrado lo que hemos conseguido hoy. Este gobierno vino a El Carmen de Viboral porque nosotros, los familiares de las víctimas, exigimos que el presidente de la República encabezara el acto de reconocimiento y responsabilidad por los hechos ocurridos con los campesinos de La Esperanza.
Sin embargo, aún le exigimos al Estado que cumpla con lo que dicta la sentencia: la investigación a los militares involucrados, algo que en más de 28 años no se ha llevado a cabo. Hoy enfrentamos un gran peligro, ya que uno de los responsables, Carlos Alberto Lumbana, ha pedido a la Fiscalía salir del caso porque se irá del país. Esto representa una grave amenaza para nuestra búsqueda de justicia.
Sabemos que la reparación colectiva es un acto importante, y este reconocimiento es un gran paso hacia adelante. Pero aún nos queda mucho por lograr, sobre todo en cuanto a justicia, memoria y la educación que permita que esto no se repita.”

Un reconocimiento, una vida, un perdón

“No tenemos esa verdad de encontrar a nuestros seres queridos”, fue una de las frases que pronunció Flor durante su discurso frente al Presidente Petro, frase que caló en cada uno de los asistentes al evento.

La mayoría de los asistentes estaba de acuerdo en una cosa: el evento trajo paz, el hecho de que finalmente la nación que les dio la espalda hace casi treinta años les pidiera perdón y limpiara los nombres de sus seres queridos representa un inicio nuevo, uno en el que volverán a ser parte de un país que hace hoy la promesa de la no repetición. Un país que prometio un monumento en la vereda la esperanza para que jamás se olvide que pasó ahí hace 28 años, un país que promete hacer lo posible para que finalmente esos cuerpos sean encontrados y esas vidas puedan finalmente sanar sabiendo donde están sus seres amados, para que las próximas generaciones nunca se olviden de que lo último que muere es la esperanza.

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