Por: Dayana Pérez Alzate
Al borde de la autopista Medellín-Bogotá, la empresa familiar más antigua de Colombia, Ensueños, cuenta con un recorrido de más de 160 años. Isaac Arbeláez dio inicio a la tradición de la elaboración de las guitarras en el año 1860, la continuó su hijo Lázaro y más tarde su nieto Luis Adolfo.
Luis Arbeláez es el bisnieto de don Isaac y es quien hoy lleva con orgullo el apellido de una familia que ha marcado la tradición colombiana a lo largo de cuatro generaciones, plasmando por medio de instrumentos el amor por la música y las artesanías que construyen en su taller.
“Los aprendizajes de don Isaac, fueron herencia de un par de españoles quienes se encontraban trabajando en la ebanistería de una iglesia, que hoy no existe, en San Vicente”, afirma Gerardo, trabajador de “Ensueños”. La elaboración de pianos, guitarras y muebles hicieron de la familia Arbeláez unos luthieres.
Con el pasar del tiempo, este gusto por los instrumentos hizo que don Isaac comenzara a elaborarlos e interpretarlos. “Los primeros eran para personas cercanas a la familia, trascendiendo con el tiempo, dándose a conocer y expandiéndose por la forma de trabajar, su humildad y la calidad de sus instrumentos”, cuenta Hernando, quien se encarga de dividir los trastes de los instrumentos.
Cada guitarra que se exhibe en la tienda “Ensueños” toma aproximadamente ocho días en ser confeccionada, tres de ellos son para moldearla, darle una forma y estructura adecuada. Además, necesita un tiempo prudente para pegar y tomar forma; dos días más para pegar los trastes y terminarlos por medio del sellado, y los últimos tres días son usados para pintarlas, poner sus cuerdas y ser afinadas. El proceso inicia cuando pasado un año de espera a que la madera seque, se dan los cortes precisos de cada guitarra para empezar con la fabricación.
“Una maquina circular es la encargada de dar los cortes de la madera y una vez esta labor este realizada, con calor le dan el redondeo y molde de guitarra. Luego, en una base sólida las dejan secar por todo un día”, expone Gerardo, quien además se encarga de esta labor. Una vez se tiene el molde listo, se le instauran los chasos, se arman y se dejan secar un día más. En la siguiente jornada, estarán listas para marcarle los trastes y al tercer día, se disponen a ser pintadas y acabadas.
Para la fabricación de las guitarras, se hace uso de distintas maderas como palo santo, abeto alemán, palo de rosa, ébano y cedro rojo; todo depende del instrumento y de lo que se quiera lograr con él. Además, el brazo o el diapasón se estructura de acuerdo con el instrumento que allí desean construir.
A través del tiempo y el pasar de los años, el taller donde se confeccionan las guitarras se ha transformado. Se divide en dos secciones, en la primera de ellas se corta, moldea y edifican las guitarras. En la segunda sala, el ruido de las máquinas y el olor a pintura permanecen. Allí, se pulen, pintan, sellan, entrastan y se les pone las cuerdas a tan prestigiados instrumentos.
Además de ser de muy alta calidad, la familia que carga con la tradición tiene un excelente oído para la afinación de las mismas. Aunque Isaac aprendió a hacer pianos y guitarras, su vocación siempre se vio inspirada por este instrumento de cuerdas, apropiándolo como un estilo de vida y convirtiendo a Marinilla en la cuna de las guitarras.
Las labores de quienes allí trabajan inician a las seis de la mañana y culminan a las dos de la tarde. Seis trabajadores y Luis Arbeláez, quien ahora lleva las riendas del negocio familiar, cumplen con diferentes funciones.
Gerardo, quien trabaja allí desde sus 14 años, arma las pronunciadas curvas en un molde propicio; Alexander cepilla pescuezos que es como ellos llaman al mástil donde reposa el diapasón; Hernando, quien lleva más de 30 años allí, adorna y pule las bocas abiertas de la ventana que permite la resonancia del sonido; otro artesano, aplica sellador a las diferentes maderas que componen una guitarra; un experimentado pintor, Juan Carlos, aplica la pintura en un pequeño cuarto adaptado para ello; finalmente otro joven es el encargado de insertar las cuerdas en el clavijero y encordarlas hasta templarlas, para que luego Luis Arbeláez, bisnieto de don Isaac, sea quien las afine hasta que la experiencia de su oído lo determinen, y a través de un pequeño toque confirme su buena afinación.
Son además estos trabajadores quienes muchas veces se toman la tarea de construir y enseñarle música a sus hijos. “Mi hija es médica, desde muy pequeña ha sentido pasión por la música y como yo trabajo hace tantos años acá, usualmente le fabrico un instrumento de cuerda para que ella en su tiempo libre le coja más amor a la música”, expresa Gerardo.
Semanalmente sacan de 35 a 40 instrumentos de cuerda a su vitrina, de los cuales la mayoría son previamente encargados de otros lugares del país y a veces del mundo. Aunque las guitarras son el fuerte de la familia, no dejan de lado la fabricación de todos los instrumentos que caracterizan las cuerdas: tiples, bandolas, charangos, ukeleles, cuatros, tres cubano…
Su carisma, amor por lo que hacen y trato a quienes los visitan, demuestran su humildad y compromiso con tan valiosa labor. Para la familia Arbeláez esto no es una obligación, consiste en una tradición que los representa e identifica tanto nacional como internacionalmente.
Es una tradición que ha pasado por cuatro generaciones, que ha logrado llegar a otros países: “muchas veces hacemos envíos a España, Francia o países lejanos — dice Gerardo — en 2019, un hombre viajó desde Italia hasta nuestra tienda para comprar nuestra guitarra”.
Es así como sus instrumentos que oscilan entre 100.000 pesos y 2´000.000 de pesos logran cautivar a los amantes de la música, tanto por la tradición como por el carisma de la familia que fabrica tan armoniosos instrumentos.