Al presidente Santos se le pasó la mano con la infortunada frase que pronunció en un foro sobre la paz en Medellín, con la que aseguró que de no ser avalado el proceso con la guerrilla de las FARC por parte de los ciudadanos, en las condiciones actuales de la Habana, este grupo declarado como terrorista en Europa y Estados Unidos, recrudecería la guerra incluso a nivel urbano. Y por si fuera poco sugirió una recarga impositiva en caso de dicha frustración.
Claro que ese sería el efecto natural ante un eventual fracaso de los diálogos en Cuba, pues el país conoce de sobra el poder económico, de intimidación y de amenaza que ostenta la guerrilla más antigua y violenta de América Latina. Pero que sea el Primer Mandatario de los colombianos quien presione a la opinión pública recordándole el poder criminal de este grupo armado, es una más de las salidas en falso del presidente, que hace rato no disimula en promover la paz, no como una Política de Estado sino como un reto de su vanidad personal.
El departamento de Antioquia ha sido sin duda el más afectado por la guerra a nivel nacional, en especial en las subregiones de Oriente y Urabá que durante años soportaron la ausencia del Estado, con la consecuente imposición de leyes arbitrarias dictadas por la guerrilla, los paramilitares y la delincuencia común. Una poliarquía en la que cada grupo ilegal tenía su propio “microestado “, con un territorio delimitado, el cobro de “vacunas” como impuestos a una población inerme y el monopolio de las armas.
Por eso le recordamos, Señor Presidente, que es obvio que una persona que ha vivido en el seno de su existencia lo más degenerado de una guerra fraterna, quiera tener un día la paz; pero una paz orgánica; que surja de conciliaciones sinceras y justas; que asegure la convivencia pacífica y la libertad. Una paz que sea consecuente con la ley, que sea respetuosa de la dignidad humana, y que pueda heredarse como el legado que entrañará una sociedad más civilizada.
No queremos, Señor Presidente, una paz impuesta y condicionada por la adversidad. Pues su mera firma estampada en un pergamino sólo le servirá a usted para que siga acumulando triunfos económicos y políticos. Los colombianos lo que necesitamos es que su gobierno gobierne; que nos cumpla como mandatario a los mandantes; que no doblegue más la patria; que se guíe por el sentir de las mayorías y no por el ímpetu de su vanidad.
Lo de la Habana ha sido un verdadero despropósito, sim embargo los ciudadanos continuamos a la espera de que los diálogos prosperen con el menor engaño posible. Esperamos que la Justicia Transicional no sea amnesia y continuidad. Esperamos que los abrazos de sus emisarios con la guerrilla en ese balneario no se conviertan en balazos reservados para los ciudadanos de bien, en caso de que se llegara a imponer la razón por encima de la traición. Esperamos que cese todo tipo de amenaza contra la población civil. Esperamos que nuestros gobernantes nos defiendan y no que sean complacientes con nuestros verdugos.
Colombia, a pesar de todo, es un pueblo pacífico; pues de no serlo ya no debería quedar piedra sobre piedra después de todas las injusticias, desgobiernos, corrupción, engaños y maldad que hemos soportado durante nuestra frustrada historia. Por eso nos mantenemos erguidos y optimistas para cambiar definitivamente nuestro rumbo. Por eso toleramos aún los diálogos en la Habana, a pesar de la flaqueza del Estado y la mediocridad de quienes los lideran. Por eso le pedimos, Señor Presidente, que no nos amenace, pues de enemigos ya estamos bastante bien.
A propósito: ¿quién es más incendiario: el que protesta o el que amenaza?
¡QUEREMOS LA PAZ !