Desde el segundo semestre del 2015 y hasta abril de 2016, Colombia padeció las consecuencias del fenómeno de El Niño, un comportamiento de variabilidad climática -no de cambio climático- puesto que, este se asocia a una variación en la temperatura, que es permanente y que requirió de décadas de registros climáticos para ser verificado. Mientras tanto, la variabilidad climática, ha estado siempre, y hace referencia a un comportamiento anormal del clima que puede presentarse con cierta frecuencia, pero es temporal y transitorio. Dicho fenómeno se caracteriza por un calentamiento inusual de las aguas del Pacífico Ecuatorial.
Desde principio del 2018, han estado circulado diferentes informes que hablan acerca las altas probabilidades de que dicha variabilidad climática se presente desde noviembre del presenta año hasta el primer trimestre del 2019, lo cual ha llevado a crear una alerta en los sectores agropecuario, energético y de acueductos para tomar medidas que minimicen el impacto de la escasez de lluvias.
Desde una mirada superficial, la situación puede parecer llevadera, pero no es así, ya que, dicho fenómeno, podría alterar varias dinámicas, tanto desde los social como desde lo económico, pues se elevan las posibilidades de incendios en zonas boscosas debido a las altas temperaturas; también, podría surgir la necesidad de hacer racionamiento eléctrico -como en el 2015 y 2016-; corte en los suministros de acueducto por los descensos de los caudales de los ríos y embalses; así como también, afectaciones en la salud de la población.
Por lo anterior, es necesario que haya una buena capacitación por parte de los entes de prevención, dándole a las comunidades las pautas necesarias para saber cómo se deberá enfrentar el fenómeno de El Niño, el cual, años anteriores, ha ocasionado pérdidas al país, esto, principalmente, por la falta de planes y estrategias que ayuden a mitigar el impacto que dicha variabilidad en el clima puede producir.
Es responsabilidad de las autoridades Estatales brindar la asesoría necesaria a todos los sectores sociales y económicos, prepararlos y crear acciones conjuntas que logren entregar herramientas básicas para que, al momento de enfrentar la situación, sepan cómo actuar, de manera coherente y clara.
No es suficiente con que se divulgue la problemática, pues, en ocasiones, con esto solo se logra crear pánico y zozobra, dejando de lado la búsqueda de alternativas que permitan a los sectores empresariales, productivos y domésticos, prepararse para una adaptación al clima en la cotidianidad.
Por ello, el comenzar a darle un manejo adecuado a las aguas lluvias, el cuidar las fuentes de cada municipio y usar de manera eficiente el recurso hídrico, en los procesos productivos, industriales y domésticos, son medidas cruciales que permitirán combatir el impacto de lo que se avecina. Además, se hace prioritario que se cuente con los recursos financieros para finalizar las obras de infraestructura de almacenamiento de agua, alcantarillado y aseo. Así como también, reforzar los esquemas de contingencia municipales y departamentales.
Por su parte, la labor de los entes de prevención, principalmente de incendios naturales, se enfoca en reconvertir prácticas como las supuestas quemas controladas, esto con el fin de que en las eventuales temporadas secas, no se eleve la deforestación, lo cual se ha convertido en una práctica común en el país.
Adelantarse a los acontecimientos puede ser, quizá, la manera más inteligente para evitar emergencias. Si se actúa con un enfoque claro e impidiendo repetir lo que se hizo durante fenómenos climáticos pasados, es posible que, esta vez, la situación sí sea más llevadera y que no deje a su paso tantas consecuencias en las dinámicas económicas y sociales del país.