La historia de Lola, un reflejo de amor más que de Calamidades

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El nombre de Ana Dolores López Duque quizá no represente mucho una persona que lo escuche mencionar o  no conozca su historia o que  por el contrario desconozca qué tan reconocida llegó a ser en su momento; ni mucho menos que las manos del escritor y libretista colombiano Julio Jiménez; autor de novelas como: Madre Luna, Yo amo a Paquita Gallego, La viuda de blanco, entre otras, al escuchar su particular historia de vida, escribió una novela completa y la llevó a la televisión; siendo transmitida incluso a nivel internacional. Todo esta historia no es desconocida para la mayoría de habitantes del municipio de Marinilla, cuna de esta mujer.

El inicio de su vida transcurre sin mucha importancia, nació la vereda barbacoas, en el hogar de José López y Teresa Duque, creció con un sin número de hermanas y un solo hermano. Su juventud  y el resto de su vida es sin igual, llena de situaciones paradójicas y  en esencia es lo que realmente es esta historia. Anita, Dolores, Ana Dolores, o como tal vez muchos decidieron nombrarla: “Lola Calamidades”.

Este sobrenombre, propiamente, no termina siendo adjudicado a título propio, es resultado de su primera unión marital; la primera en una larga vida. Jesús Ramírez, fue su primer esposo, con quien vivió  la mitad de su vida en la vereda Chorro Hondo y luego en la cabecera municipal. Ella compartía mucho de las ideas de su esposo, pero a diferencia suya, su interés no era la avaricia.

Jesús, era popular por su apodo de “calamidades”, se destacaba como un cultivador de tierras, también era ganadero y prestamista, lo cual le permitió convertirse, en un hombre acaudalado, con múltiples propiedades en la zona urbana del municipio y algunas otras en la zona rural. Lo que haría creer que gozaba de un buen estilo de vida y lleno de lujos, pero paradójicamente contrastaba con la realidad.

Su aspecto era descuidado, sus vestimentas ajadas, sucias, desabridas y siempre andaba descalzo; hacían parte de su pensamiento de cultivar, cosechar, vender y gastar poco dinero. Quienes tuvieron la posibilidad de conocerlo, cuentan anecdóticamente que a pesar de toda su fortuna prefería caminar con su esposa, hasta los municipios vecinos, para ahorrarse el costo del transporte y pedía descuento hasta de un confite. Residía en una de las casas más descuidadas que hacían parte de sus múltiples propiedades, en ella solo vivía con su amada.

Ni su propia madre se salvó de su tacañería, pues según varios habitantes de Marinilla, en algún momento su progenitora decidió pedirle un poco  de una de sus cosechas y éste se la negó. Desde aquel momento se dice que la misma lo maldijo, al punto que el final de la vida de Jesús Ramírez terminó siendo bastante trágico. Al alcanzar los 75 años de edad, cuarenta de ellos casado con Ana Dolores López, murió fatídicamente como consecuencia de infecciones en todo su cuerpo. Dejando de este modo viuda a Ana.

Este acontecimiento significó un cambio completamente radical en la vida de ésta mujer; inicialmente quedó sola, con el dinero acumulado de su esposo, que era tanto que alcanzo hasta para ser comida de las polillas mientras se acumulaba en el húmedo zarzo de su casa; además, las propiedades adquiridas y adicionalmente sin ninguna descendencia.

Tiempo después, sus vestimentas comunes y corrientes se convirtieron en prendas completamente nuevas y a la vanguardia de la moda de su época, su cabello bastante arreglado y los lugares de visita ya no eran los pueblos cercanos, ni la plaza principal de Marinilla; Europa se convirtió en su destino preferido, sus familiares eran los más beneficiados con su fortuna y los seminaristas y sacerdotes de la parroquia los más favorecidos  con sus acciones en favor de la iglesia, cuentan algunas personas que la conocieron de cerca.

Cuatro años después, se permitió revivir su vida de pareja y dejar de lado el luto y la soledad. Con el señor Antonio Ceballos, peluquero de profesión, también viudo, con siete hijos de su primer matrimonio, se casó siendo este su segundo esposo y con quien tampoco tuvo hijos propios; Ceballos la acompañó por cerca de ocho años en sus sueños y aventuras. Hasta ése momento, la vida de Lola, llamada ya en ese entonces “calamidades” era sólo de felicidad, hasta que la caída accidental de su esposo mientras montaba a caballo, hecho que generó que su salud se fuese deteriorando lentamente; su cadera se había roto, sin posibilidad de recuperarse, hasta que finalmente falleció.

Era el segundo compañero que dejaba viuda a  Ana Dolores y había ocupado en su vida una quinta parte del tiempo que había convivido en el pasado con su primer esposo. Su vida había dado un giro rotundo, y este hecho posiblemente significó una gran pérdida, no sólo por la edad en la cual se habían conocido y decidido convivir juntos, setenta años de vida aproximadamente, sino porque fue un amor que hizo parte de su nueva vida.

Podría creerse que hasta ese momento se dedicaría única y exclusivamente a sí misma, como cualquier mujer de edad, que después de dos vidas maritales decide vivir la vida en su soledad, haciendo feliz a sus congéneres; pero Ana Dolores era una mujer completamente distinta, los años habían pasado para su cuerpo, pero para su corazón el amor parecía rejuvenecer día tras día.

Estado actual de la casa de Lola Calamidades
Estado actual de la casa de Lola Calamidades

Parecía que la soledad no era de su agrado, ni mucho menos para su nuevo enamorado, Luís Horacio Giraldo, o “El corneto” como lo conocían coloquialmente en el pueblo. Él también había vivido dos experiencias no muy gratas en su vida, había enviudado dos veces, producto de las cuales habían nacido seis hijos, y no quería  terminar sus últimos años de vida solo, así que se unió por tercera vez a la protagonista de esta historia.

Pero fueron sólo cinco años los que pudieron compartir juntos; “El corneto”  de la misma forma que sus antecesores, había cumplido con su ciclo de vida, y por tercera y última vez Lola enterraba a otro de sus compañeros. Aquellos hombres habían llenado de felicidad su vida y tristemente, era ella quien los había acompañado en el último día de sus vidas. 

Su vida, tanto como su fortuna, fue disminuyendo; pero Ana dolores continuaba siendo ese ser bondadoso y especial para los demás, tanto familiares como amigos. No solo brindaba regalos, su compañía era muy apreciada entre los que la conocían, sobre todo sacerdotes. Vive aún en el pueblo que siempre la cautivo, a pesar de que conoció cientos de lugares en el mundo. Tristemente, los años siguieron pasando tan  rápido que el trasegar de sus pasos ahora son sostenidos en dos ruedas, sus propiedades se fueron desvaneciendo, decayendo como las paredes y el techo de su casa.

El asilo San José de Marinilla, se convirtió en su nuevo hogar, los compañeros que también atraviesan por el otoño de sus vidas, ahora son su adoración y se convirtieron en su extensa familia. Los recuerdos de sus amores, sus viajes, las tristezas y las alegrías que experimentó y ayudó a experimentar a sus semejantes, ahora son parte viva de la memoria de los marinillos y de la mayoría de personas que la conocieron, que la recuerdan a pesar de las calamidades.  

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