Relatos del viejo Peñol

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Jorge Eliecer Velázquez

De aquellos tiempos y remotas ocasiones, a orillas del Río Nare se sentían palpitar muchos, pero muchos corazones.

Endebles y en desasosiegos vamos. Nostálgicos no hallaban las bellas ilusiones y así el pueblo se fue desmoronando, doblando.

Los rayos, la brillante luz que el sendero iluminaba, ¡como si el mal al cogerla de la mano todo se fuera remediando! Al son de esta vida en su jornada.

Cabizbajos, pero siempre pensando en lo infinito, cuál sería la suerte para el padre, la madre y de un pueblo sus hijitos.

Décadas pasaron en la dura controversia y muchos comprendían que estos prados los iban a inundar, un patrón capital con mucha fuerza. La cosa la fueron dominando, parecía maniobra nuclear.

En sencillos surcos crecían las semillas, jugueteando unas con otras. De los maizales, sus espigas, y levantaban llenos de toda clase de frutos, los hogares que proporcionaban a todas las criaturas el pan de cada día; pero siempre quedando en estos corazones los pesares de perder lo que siempre tanto se idolatraba, se quería.

No muy lejos, El Peñol de Antioquia, en el Oriente, uno de los dos o tres que por inundación perecieron.  Perenne y perturbante ha sufrido este accidente, todos los que han muerto, viven y que allí nacieron. Esquivos esperando la postrera derrota, los paisanos para abandonar sus fincas, sus casas, sus parcelas, sus arados.

Se reunían en el templo los cristianos a orar y, por temor de Dios ya confesados, plegarias al cielo todos los días levantaban, el sacerdote, el sacristán y todos los que allí moraban.

Por las toscas calles, fuera de los duros aguaceros, nos veíamos muchos aburridos en calidad de pordioseros. Era un mal, era un bien que el pueblo presentía, la obra iba avanzando del mal o el bien, no se sabía.

Todos los cerebros del pueblo movían su pensar. ¿Dónde andará mi suerte?, ¿por qué esto lo van a terminar?

El cantinero, ignoraba en dónde iba a brindar. El panadero, cuál será el mejor sendero para su pan amasar. El remendón de zapatos, pensativo se quedaba muchos ratos. El de la peluquería, no veía cuál era el día. El de arriaba, sigiloso por las lomas se asomaba. A los del tomate, les parecía jaque mate. Los de la carne, no sabían si para Rionegro o Guarne. Los de la legumbre, donde habrá una luz que nos alumbre. Para pedir el turno primero, en burro andaba el lechero. Los médicos y enfermeras, pedían ser las primeras en desocupar, también el alcalde y no sé quién más. Tarea de la policía, patrullando noche y día. Viejitos de las farmacias, como eran más pudienticos, ansiaban a Europa o Asia.  Los dentistas de esa época decían, sigamos donde haya artistas. Nos quedan los del ganao, paso al frente o medio lao. Los del carro, rodémole ligerito que al embalse no lo amarro.

Los lugares de abarrotes, con sus dueños de la mancha parecían los quijotes. Estaban los de los almacenes, averigüen esto será para quiénes. Los colegios no eran mixtos, había distinta opinión.  Si a caballo, en bicicleta o trasladado en un camión.  El que zapatos lustraba, ¿cuál será la carajada? Tarea fuerte a los jueces, si atender tanto reclamo o modificar las leyes. En general, los talleres, atendían a sus gentes, y los de otros procederes. Lotería se consumía, pero el premio no caía. Los domingos el comercio y debajo de los toldillos, en la plaza principal, de las inclemencias del tiempo se libraban muy genial.

De todo lo que nos falta, nos quedan los barqueteros que de las montañas traían paja, leña, carbón y toda clase de maderos. Por el río navegaban con palo y a fuerza bruta, empujando la barqueta y siempre por la misma ruta. Con este gran conjunto de cosas y empleos que faltan para nombrar, voy a rogar a esas diosas o musas que me dejen terminar.

Volvamos la seriedad y sigamos hablando de este pueblo que parece gran ciudad.

La obra sigue su curso con ingeniería italiana, porque poco ha sido usada la profesión colombiana. El que ideó este concurso, también estaba pelao, pues se brincó para el norte a buscar algo prestao. El Banco Mundial fue el primero que, en prestar, se hizo presente, soltando más y muy bastante dinero para comprar, obra adelantar e indemnizar la gente.

Lindos y bellos paisajes este contorno ofrecía, las costumbres igualitas de lo que hoy se veía y decía. Los ganados blancos y negros en sus pastales, las aves cacareando en los corrales o sueltas, muy sueltas, por el campo se sentían. Los perros mucho ladraban en esta costa sombría, por las noches aullaban si algún espanto subía.

Cuando la luz en la noche de este pueblo se perdía, pequeña planta en la vereda de La Chapa que era lo que existía ¡se quemaron los carbones o cantó la batería!

Este fluido en lo urbano un gran motor reemplazó, pero resulta que al tiempo también se nos apagó. Las lamparillas y velas era lo que allí se usaba y si acaso una linterna con leña se cocinaba. Un pueblo bello a la luz y bello a la oscuridad. No había atracos, requisas, no había tanta necedad. En vallecito tranquilo, este pueblito añorado, se sentía un gran sultán por dos moles vigilado. La del Marial hincadita a la izquierda como pidiendo perdón; altiva hacia la derecha del Peñol, el gran PEÑON.

Fenómenos de estas tierras que extranjeros visitaban, cuando la verdad conocieron, también se nos asustaban. Todo parece leyenda de esta gran realidad, pero sigamos la historia con suma tranquilidad.

La Piedra del Peñol, mundialmente conocida. Al preguntar el porqué del Peñol fue Guatapé.

Nace el sol en el oriente cruzando la basta esfera y nos da la gran quimera oculta en el occidente.

El pueblo sigue su marcha sin tener otros rivales, y en la zozobra perpetua intervienen concejales.  Y así fue como lograron un contrato celebrar, entre esta gran empresa y representación popular. Se comprometían las partes cumplir los requisitos y firmar entre ellos mismos todo lo de los escritos. Las compras de los inmuebles, la indemnización de sus gentes, las permutas celebrar; intermediarios presentes no nos podían faltar; siendo las mismas personas las que debían pagar.  Y, no obstante, estos flagelos, el pueblo evolucionando, las cosas iban marchando, pero linda y buena gente no termina de pensar, cuál sería la suerte de su familia esperar. Pero Dios que es tan parejo mucha suerte trajo a todos, de esta revuelta comieron abispaos y hasta bobos.

Codesarrollo estrujó a meterse entre las cosas que cuajaron el embrollo, pues fue mucho lo que ayudó a salir del basto abrojo. Del Concejo dependían muchas cosas que a la postrer subsidiara y, entonces, formaron juntas que esto lo negociaría. El clero metió la ficha muy durito y con toda teología, también era su deber defender feligresía. Nos faltaron los patriarcas que, en todo esto intervinieron, con nobleza y con pujanza al pueblo lo defendieron.

La luna sigue amarillando, en lo alto de los cielos, y los rayos se reflejan en el río del Peñol y estos senderos.

De infarto también murieron célebres amigazos cuyos nombres no decir porque me pongo en trabajos.

Un conflicto muy horrendo el que allí se presentaba, no se sabía por dónde era, salida o entrada.

El lugar para los muertos y llamado cementerio sombrío, silencioso, triste, frío y de los osarios donde no había dolientes al ser trasladados a la nueva cabecera, en aquel lugar y con toda su osamenta se quedó olvidada más de una calavera. De nadie fue la culpa, solo se sabe que al ser bueno la eternidad lo espera.

Pues ya les digo no hubo que pagar transporte ni mucho menos peajes, más nos quedó la experiencia de mover los equipajes.

Un Salvador que en el viejo Peñol nos vigilaba hoy lo vemos en el nuevo con una tierna mirada; diciéndonos no ofendernos, ni por mucho ni por poco, y a lo mejor ni por nada.

 

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