Por: Hernando Gaviria
“Entre algunos oriundos más longevos del lugar, aún es común denominador la tradicional leyenda oral de que una nativa, mientras lavaba ropa en el riachuelo Pereira, rescató del torrente una estatuilla que se deslizaba aguas abajo, cuyas facciones a primera vista fueron interpretadas como las de una imagen de San Antonio en su advocación a Padua. Además, otros dicen que la estatuilla, que es la misma que está incrustada en la peana del santo, se le apareció a un natural en el centro del tronco de un árbol, que había partido con el hacha. Respecto de la estatuilla es más lógico suponer que haya sido conseguida con fines de adorno de la peana”.
El anterior es un fragmento del libro “Aproximaciones a Verídica Historia Cronológica de San Antonio de Pereira de Rionegro”, escrito por el ingeniero agrónomo y científico, doctor José Joaquín Castaño. Un tesoro literario que rescata la identidad de un paraje que se convirtió en corregimiento de Ciudad Santiago de Arma de Rionegro, y que hoy es un distinguido barrio de clase media-alta, cuyos actuales habitantes poco o nada saben de una comunidad ancestral indígena que lo habitó desde antes de la época de la conquista.
Sin embargo hay un carismático habitante y reconocido líder comunitario que se resiste a que la historia de San Antonio de Pereira quede definitivamente en el olvido. Por eso como buen conversador que es, revive la tradición oral y hace un recuento nostálgico de este barrio, con una entremezcla de mito y realidad al mejor estilo paisa, apoyándose con todos los créditos en el texto del doctor Castaño.
Rodrigo González Mejía, ahora pensionado, dice que la estatuilla que encontró la lavandera en la quebrada La Pereira aún se encuentra intacta en la iglesia de San Antonio, la misma que hace 480 años era apenas una choza de bahareque y paja, a la que llegaban los indígenas Quirama para hacerle culto a su santo patrono.
Los indios Quirama eran un resguardo indígena que logró escapar al despotismo español, gracias a una ley de Indias emitida por la corona, tras las notificaciones de algunos oidores y corregidores sobre los abusos cometidos por los encomenderos contra los nativos, a partir de los “impuestos” de la mita y la encomienda. Los oidores eran una especie de jueces que fallaban luego de escuchar a las partes en litigio; los corregidores, se desempeñaban como tutores de los indios; y los encomenderos eran una especie de contratistas de la corona española cuya misión era convertir a los indígenas al catolicismo, y reportar riqueza.
La mita, era una obligación de la comunidad indígena para suministrar mano de obra a los españoles, con jornadas de trabajo terriblemente exageradas; y la encomienda, era la contraprestación de los indígenas con trabajo adicional, para pagar “el favor” que les hacían convirtiéndolos al catolicismo.
El resguardo estaba regido por un cacique y un cabildo nombrados por los indígenas, según relata en su libro el doctor José Joaquín, y eran las instituciones que controlaban los delitos leves y la distribución del trabajo al interior de la comunidad.
El nombre de este barrio, antes corregimiento, y antes poblado indígena, es una combinación de la quebrada La Pereira y la devoción de los indígenas por su patrono, San Antonio. Quirama, que era el nombre de una tribu diseminada por todo el antiguo oriente de Antioquia, es hoy un apellido que ha migrado incluso a la misma España. Se dice que esta comunidad indígena, antes de la evangelización, no tenía la noción de cementerio y por eso enterraban a sus difuntos bajo el piso de sus tambos o en las afueras del mismo, con el fin de tener a sus seres queridos de cerca, aunque creían firmemente en la vida después de la muerte.
Los Quirama vivían de la pesca, de la agricultura, y de la caza de pequeños animales, y se dedicaban a hacer artesanías que representaban a sus dioses y su estilo de vida. La primera mención de esta tribu en San Antonio de Pereira data del año 1722, por el Historiador Heriberto Zapata Cuencar, en sus “Monografías de Antioquia”, y se sabe que para esa época ya este pequeño poblado figuraba como un resguardo indígena.
También se sabe de ellos desde los asuntos eclesiásticos, cuando en el mismo año de 1722 el presbítero don Pedro Zapata Gómez de Múnera, que dependía del obispo de Popayán, relata en sus archivos una visita evangelizadora al pueblo, donde recomendó a los nativos que cumplieran estrictamente los mandamientos de la Santa Madre Iglesia, o de lo contrario estarían sometidos a la pena de la excomunión.
Cuenta Rodrigo, que aún en San Antonio pueden encontrarse, cerca de la urbanización Santafé, unas cuatro familias como la de doña Sixta Arenas, que constituyen un pequeño vestigio del linaje y de la historia, “que tradicionalmente han vivido aquí, y que son descendientes de los indios Quirama a pesar de que con el tiempo han sido absorbidas por el mestizaje. También tenemos en el sector del Rincón a la familia Arenas y a la familia Cardona, que habitan en unas casas antiguas, habitadas por dieciocho o veinte personas; es decir, cuatro o cinco familias que comparten la vivienda y una misma cocina”.
Esa convivencia masiva entre familiares- dice Rodrigo-se ha prestado para que se presente el incesto, sobre todo entre primos, por lo que todavía le son notorios los rasgos físicos de los indígenas, aunque estamos hablando también de cierto mestizaje durante cuatro o cinco generaciones. “Esto es lo que se tiene de ese recuerdo, de ese viejo San Antonio y de esa antigua tribu de los indios Quirama”. Estos descendientes son morenos, fornidos y tienen una dentadura espectacular, quizá por la dieta rica en pescado y maíz, símbolo de la gastronomía ancestral, relata este historiador empírico.
Hacia 1790 surgió una gran controversia al interior del clero respecto de la tribu indígena, pues el párroco de Rionegro de ese entonces, presbítero José Joaquín González pretendía desplazar a los indígenas hasta el Chuscal, en El Retiro, en donde proponía construir una parroquia, contradiciendo la idea del presbítero Pablo Villa, quien quería que fuera construida en La Ceja, sin modificar el asiento de esta comunidad ancestral. Así está explicado este primer momento de la historia, en el libro del doctor Castaño, que da inicio a la paulatina desaparición de los Indígenas de un resguardo que vivió con una cosmovisión de estrecha relación con la naturaleza.
Posteriormente, relata González Mejía, que por la fertilidad y la riqueza de estas tierras, los primeros terratenientes de Medellín pusieron su atención en San Antonio y sus alrededores, para construir sus fincas de veraneo y montar ganaderías. Pone como ejemplo “la hacienda Casa Mía, con más de ciento veinte cuadras; la San Bartolo, hoy completamente urbanizada; están los Ayora, Ricardo Ayora y su familia, y así, muchas otras familias que han adquirido grandes predios en estos territorios, lo cual ha transformado no solo la economía de la región, sino también la cultura, la idiosincrasia, y la tradición. Es así como fue perdiéndose el rastro de los indios Quirama”.
En esas épocas Rionegro también tuvo el mismo interés de la gente de Medellín por estos predios, y de algún modo se orquestó una “estrategia” entre el clero, los ricos, y las autoridades para sacar poco a poco a esta tribu, que terminó segregada por diferentes parajes del mismo oriente antioqueño y en cercanías del suroeste. De acuerdo con el historiador Javier Piedrahíta, en su libro, “La Nueva Ciudad de Santiago de Arma de Rionegro”, en el año de de 1794, la señora Manuela Londoño de Marulanda, le asignó al pueblo indígena de San Antonio de Pereira una porción de terreno de su finca, que tal vez pudo ser en el sector tradicionalmente denominado “El Guamo” hoy en la parte alta de la urbanización Santafé, cercano al caserío de la aldea, para que se asentaran allí, a cambio de que anualmente llevaran a Rionegro los árboles que se requerían para la ornamentación de la plaza, en la procesión del Corpus Christi.
También hubo un marcado interés desde las mismas administraciones municipales y algunos gobernadores sobre estos predios, dice Rodrigo, “cuando por ejemplo, este poblado fue erigido corregimiento, con cierta autonomía administrativa y mejor presupuesto; luego fue reducido a barrio de Rionegro, posteriormente elevado nuevamente a corregimiento, mediante acuerdo municipal, y finalmente, “gracias a un concejal de San Antonio de Perera”, vuelve a reducirse a la categoría de barrio, ya en 1985”.
Durante la época en la que se pretendía desplazar a los Quirama hacia el Chuscal, el gobernador de entonces, mediante el uso del poder y no de la concertación, impuso a los indígenas su nuevo asentamiento, motivo por el cual esa comunidad ancestral formó una revuelta y se sublevó contra el corregidor que los gobernaba, gestándose desde ahí un trato despectivo hacía estos nativos a quienes los rionegreros llamaban los tirapiedras, los peliones, o los del otro lado. Los peliones, por lo de la revuelta, y los del otro lado, por estar separados de Rionegro por una quebrada.
Con cierto inconformismo, y con el pensamiento que caracteriza a un verdadero líder comunitario, expone este doliente de San Antonio, que “desde las administraciones municipales recientes, este barrio ha sido tenido en cuenta sólo para asuntos de turismo y urbanización, pero a pesar de las normatividades vigentes sobre cultura, no ha habido un interés por rescatar la memoria histórica”.
Las rutas de los Quirama de San Antonio hacia el Capiro y hacia la vereda Quirama en el Carmen de Viboral, que aún existen como caminos veredales, podrían guardar bajo su suelo el testimonio de una comunidad que no conoció el derroche de los recursos naturales ni la sociedad de consumo, que hoy afligen a la humanidad.
Archivo, 8 de enero de 2014 – Foto: Museo Histórico