Por Mario Augusto Arroyave Posada
Me dispongo a “llover sobre mojado”, decía una columnista en días pasados para referirse a lo manido del tema tratado. Eso haré hoy, aunque sé la pertinencia –casi urgencia- de un asunto que ocupa el interés general. Así es, porque las dificultades que enfrenta la región en cuanto a tránsito y movilidad son crecientes y cada día afectan a más personas, además que, se constituye en foco de discusiones en todos los ámbitos, entre quienes naturalmente les corresponde establecer y trazar estrategias y soluciones, pero también en el círculo de la cotidianidad, en las familias, la ciudadanía en la calle, las organizaciones.
Reiterativo sería intentar establecer un panorama de las dificultades. Se ha hecho y sigue ocupando el tiempo de funcionarios, autoridades, conductores y ciudadanía en general. Diagnósticos, estadísticas, entrevistas y otros mecanismos pretenden arrojar alguna solución, evitar accidentes, regular, controlar. Todo el mundo espera que sea la acción efectiva de la autoridad la que dé una pronta solución, controles más estrictos, nuevas normas, más señales de tránsito (para violarlas), obras que organicen el tráfico como ampliación de vías, semáforos, cámaras, intercambios viales, etc.
Caos en las vías, vidas extintas.
Evidentemente el gran problema es la accidentalidad, que como fenómeno, es rizomático. Afecta a los directamente involucrados pero crea una cadena de efectos, de desgaste, de pérdidas, esfuerzos, congestión en las instituciones de salud, gastos, líos jurídicos, incapacidades, etc., pero lo peor, tristeza, desolación, desintegración social y familiar, secuelas de difícil cicatrización en las familias.
Los casos se cuentan a diario. Hay historias para todos los días, noticias en todos los medios, fotos y videos en las redes sociales porque ahora está más disponible un celular para grabar que una mano para ayudar. Como todavía nos reconocemos, pronto sabemos quien protagoniza el insuceso: se sabe de qué municipio era, dónde trabajaba o estudiaba, que era hijo de Fulano o Mengano, que trabajaba en tal empresa, que tenía dos hijos o que se casaría en dos semanas. No más se menciona el asunto, aparece la narración: “Vea, yo llevo cuatro meses incapacitado porque cuando salía de la empresa en bicicleta, me tumbó una moto”. Otro cuenta el caso más reciente en la autopista, otro recuerda los muchachos de Granada y alguien más lo del peatón cerca de La Playa el domingo pasado. A mí el último me tocó hace diez días en el sector de Las Garzonas yendo para El Carmen y nada de lo que allí pasó debió ocurrir si cada persona involucrada hubiese hecho lo correcto. Esos, los casos que se saben… todos los días. Otros muchos ni siquiera hacen parte de las estadísticas.
La burla a la norma como principio
Pero todo lo que está ocurriendo debe tener otras lecturas. El gran enredo que hoy vivimos tiene explicaciones que saltan a la vista, que son tan evidentes como estúpidas las formas en que se manifiestan: Un conductor de una ruta veredal lleva sobrecupo de niños y jóvenes que van para clase en el pueblo. Lleva las puertas abiertas y por el aspecto del vehículo, es imposible que haya pasado una prueba tecnomecánica. Al frente de la Seccional Oriente de la Universidad de Antioquia, una buseta deja pasajeros en un punto prohibido ya que deben ir hasta la bahía dispuesta para ello. En la autopista, en la doble calzada por el sector de los Kioskos, varios motociclistas saltan el separador peligrosamente para evitar ir hasta el retorno. En El Santuario, un carro se devuelve rápidamente en reversa toda una cuadra para poder salir sin dar la vuelta a la manzana…Etcétera, Etcétera, Etcétera ….
Al parecer no hay autoridad, ni ley que valga o que se cumpla. Da grima ver la forma en la que muchos conductores burlan y se mofan de las normas, o las justifican en el absurdo. Se hace algo “para que no me partan”, me pongo el cinturón” por si hay retén, uso el casco “para que no me informen”. Se usa el celular mientras se conduce, el motociclista anda con un casco de veintemil pesos que no cumple la norma, en pantaloneta y chanclas, mientras las motociclistas andan en tacones y sin ninguna protección. Luces y retrovisores no funcionan. Eso lo “normalito”, lo otro?, piques, licor y alucinógenos, competencias nocturnas, locura y el vehículo entendido como un juguetico.
Conflicto en la calle
La indisciplina, falta de cultura y abuso por parte de todo tipo de conductores es notorio en todos los municipios. Es causante de malestar y conflicto entre la ciudadanía. Igualmente ocurre en zonas donde nunca hay controles como las vías terciarias. La infracción más frecuente en zonas urbanas es la invasión del espacio público donde los vehículos son estacionados sobre las aceras, carros y motos que se parquean en zonas prohibidas. Igualmente, las altas velocidades no sólo generan malestar sino que han causado graves accidentes, muerte de peatones y conductores que confunden la calle con pista de competencia. Un alto porcentaje de las motos son de dos tiempos, produciendo ruido y contaminación. Además, ante la carencia o mala calidad del transporte público, los campesinos deben usar la moto como alternativa, pero en muchos casos se ven obligados a llevar cargas excesivas y a toda la familia, lo que los pone en alto riesgo.
La indisciplina ciudadana es la mayor causante del caos vial en los municipios, especialmente en las zonas urbanas. Hay calles en Marinilla, en Guarne y en El Carmen –por poner sólo unos ejemplos- que ya permanecen con trancón vehicular todos los días. No se tiene o no se atiende un horario de cargue y descargue, por lo que grandes vehículos permanecen todo el día taponando las calles, igualmente los cocheros y las motos. Hay confusión generalizada entre la ciudadanía en cuanto a las zonas autorizadas para parquear y una oferta mínima de celdas en parqueaderos privados.
La fórmula: sentido común y cultura ciudadana
Así las cosas, para minimizar el impacto que tiene el acelerado incremento de vehículos y los vacíos existentes que permiten que se otorguen licencias de conducción sin el cumplimiento efectivo de requisitos, conocimientos y destrezas, se deben establecer acciones conjuntas, campañas fuertes, participación del comercio específico de autopartes y vehículos, las aseguradoras, las instituciones educativas en todos sus niveles y organizaciones sociales. Naturalmente, reforzar las medidas y estrategias de entidades como el Ministerio de Transporte, la Policía, Devimed y las alcaldías. Mientras los municipios se trazan metas e invierten en seguridad para minimizar cifras de violencia, no hay igual atención para establecer acciones tendientes a reducir la accidentalidad, más aún cuando en el país este tema ya se trata como problema de salud pública.
Solidaridad, seguridad y responsabilidad deben ser pilares del acto de la conducción. Hoy el número de víctimas en accidentes se equiparan con las de conflictos armados o enfermedades graves. La diferencia es que para reducir las cifras en este caso sólo hay que invertir una buena dosis de sentido común. La mayor parte de la solución está en manos de cada uno de nosotros, para no morir en el intento.