Podría decir que la cosa me persigue, o quizá más bien, que yo persigo la cosa. Bueno, o tal vez ni lo uno ni lo otro, y será simplemente que hago consiente la existencia de la cosa y de su incontable presencia en cuanto lugar, conversación, escrito, canción, libro…
en el lenguaje y en ese insondable universo del nombrar, donde cada cosa oculta su nombre y se uniforma con la palabra “cosa” para darle espacio a la descripción ambigua, a una especie de jeroglífico gestual, una mueca o un dibujo en el aire que deberá poner a prueba nuestro especialista hermenéutico que sale a flote en la cotidianidad, en la relación que permite imaginar un contexto, adivinar qué quiere decir la gente que necesita una cosa, que piensa una cosa, que vende cosas, a quien se le daña una cosa o que tiene la certeza que la cosa es grave. ¿Cuántas veces en un día podría pronunciar una persona la palabra “cosa”?
Bueno, ni necesario ni fácil hacer tales cálculos y tal vez lo único que se deba entender es que en algunos casos, la cosa, la cosita y hasta la cosota se instalan en el lenguaje para acceder a la intención de comunicar determinados asuntos, temas o “cosas” que no sabemos cómo se llaman, qué son, o simplemente, qué término en la enorme e inconmensurable riqueza idiomática podría llevarnos al feliz desenlace de una comunicación más fluida, precisa, elocuente y sin ambages. Uno de los libros que representa un verdadero tesoro en mi pequeña biblioteca personal, llegó hace muchos años como herencia de un tío que era profesor.
Se llama “Lecciones de cosas” de la colección G.M. Bruño impreso en París en 1925. Sus pequeñas páginas amarillentas y manchadas contienen la explicación elemental de muchas cosas, objetos, aparatos, máquinas, instrumentos, enseres, herramientas, artefactos y junto a cada descripción, un bello grabado de cada cosa. Luego, en la universidad debí adquirir un libro para una de mis materias. Se llama “Las palabras y las cosas” de Michel Foucault. En un “agáchese” (mercado de cosas que se exhiben en la calle, en el piso), en el Parque de Berrío en Medellín, en una medianoche me encontré con un hermoso libro del escritor cubano Antón Arrufat llamado “Las pequeñas cosas”, un libro que marcó el inicio de una serie de obras llamada “Objetuarios” y que presenté en el Salón Nacional de artistas del año 2005.
De sus páginas comparto un fragmento que revela la esencia de retener para sí las cosas, el coleccionismo, guardar cosas: “En el fondo del deseo de guardar cosas, late la aspiración de detener el curso del tiempo, de luchar contra la fugacidad de las experiencias.” Hace unos días, me llegó por redes un texto donde decía que “cosa” es posiblemente la palabra más usada en nuestro idioma. Se trataba de un diálogo entre un médico y su paciente mayor donde abundaba la palabreja. Una síntesis de tal conversación es esta: Señor, ¿cuénteme qué cosa lo trae por acá?. Buenos días doctor, la cosa es que desde hace un tiempo, al levantarme siento una cosa rara, una cosa como si todas las cosas me dieran vueltas en la cabeza.
El médico le pregunta, ¿cuánto tiempo hace que siente esa cosa? y el paciente le responde,… hará cosa de un mes. Y el médico pregunta ¿ha tomado alguna cosa?. Doctor, me han recomendado mil cosas, pero yo no hago caso a las cosas que me dice la gente. Así las cosas, el médico plantea: a mí me gusta ser muy claro en mis cosas. Eso que usted está experimentando, es una cosa que suele pasar a las personas de edad avanzada, y lo peor es que para eso no se ha inventado todavía ninguna cosa. ¿Entonces la cosa es grave?, dice el señor. No hay duda que requiere atención, responde el médico, y continúa: Le recomiendo que tome las cosas con calma. La otra cosa es que tome esto que le estoy recetando por varias semanas. Si en ese lapso de tiempo nota que la cosa no mejora, vuelva para acá a ver qué otra cosa podemos indicarle, porque tenemos que evitar que esto degenere en otra cosa porque entonces sí que la cosa se pondría más difícil. Compartí esto con varios grupos con los que trabajo.
Hubo comentarios, risas y anécdotas. Algunas personas recordaron momentos difíciles en los que el acto comunicativo llega al trancón, al nudo, a ese instante en el que aparece un diccionario mental que no funciona y donde surge la expresión salvadora, la palabra “cosa”. El territorio donde el término definitivamente abunda es en las ferreterías y en algunos almacenes donde se venden artículos con cierta especificidad en su denominación.
Hay quienes acuden a la palabra “cosiampiro” o “cuchuflito” pero ya están en cierto desuso. Algunos comerciantes le han salido al paso al habitual cliente despistado poniendo un cartel donde dice “Sr cliente: Si necesita el cosito del coso, tráiganos la muestra del coso donde va el cosito”, o en otros casos, “Aquí encuentra el coso, la cosa, el cosito, el ‘¿cómo se llama?’, la cosa esa y muchas cosas más”, convirtiendo a las ferreterías en la “capital mundial de la cosa”. Pero debemos alejarnos de la idea que la palabra está en el espacio de la inocuidad idiomática y reconocer que en realidad, esta ocupa un importante lugar en el lenguaje y no podría ser despreciable si su atractiva subjetividad, abstracción y polivalencia le otorgan un poderoso encanto.
La música, la literatura, la filosofía y hasta el arte encuentran en el término un lugar ideal para designar aquello que improbablemente se podría decir de otra forma. En el amor suele aparecer con frecuencia y se enriquece maliciosamente en el ámbito de lo connotativo. Escondidamente aparece por ahí para decir cariñosamente “mocosa” o “pecosa”, y en la serenata no podría faltar “Cosas como tú”. Amanda Miguel nos deleita con su famosa canción “Las pequeñas cosas”, Carlos Vives canta “Las cosas de la vida”, Chayanne “Daría cualquier cosa”, Luis Miguel dice “Sabes una cosa” y Eros Ramazzotti le canta a “La cosa más bella”.
En el arte, el pintor alemán Alberto Durero pensaba que “el arte y la ciencia, en el fondo, son la misma cosa”. En Colombia, La artista quindiana María Teresa Hincapié realizó en 1990 una acción plástica (o “performance) que consistía en la réplica del hacer habitual, con las cosas de la casa, los objetos cotidianos. La artista iba instalando una a una las cosas dentro de una espiral que iba ocupando todo el espacio. Cada cosa se colocó dentro de una secuencia en la que el gesto ritualizaba su existencia. Cada cosa significaba algo, y en la mente de la artista operaban ideas sobre la procedencia, el uso y la anécdota de la posesión.
La obra se llamaba “Una cosa es una cosa”. Era un acto de resistencia. Los poetas han tomado la palabra como insumo para cargar de bello sentido sus creaciones y es así como José Ángel Buesa dice que “hay cosas como el viento, cosas como el río, cosas como el sueño, cosas que nunca han sido, pero que pueden ser”, José Asunción Silva en su poema. La voz de las cosas, “frágiles cosas que sonreís, pálidas cosas que sonreís!”.
“Sólo recuerdo la emoción de las cosas” y “me evocáis todas las cosas” dice Antonio Machado y en Pablo Neruda “obedecen las cosas al viento de la vida” y “Como todas las cosas están llenas de mi alma emerges de las cosas, llena del alma mía” y Alfonsina Storni habla “sobre el alma escondida y serena de las cosas…” y Amado Nervo se pregunta “si las cosas más bellas se amasan con el noble barro de la amargura?” Como si fuera poca cosa, Truman Capote escribe “La forma de las cosas”, un bello cuento y con el mismo nombre, el escritor colombiano Rafael Reyes-Ruiz escribió una novela publicada por Ediciones Alfar en 2016. En la filosofía, Martin Heidegger en su célebre libro “Ser y tiempo” de 1927 hace una reflexión acerca de la cosidad de la cosa y se pregunta ¿Qué es la cosa en sí? afirmando que “Sólo llegaremos a la cosa en sí si ante nuestro pensamiento ha llegado a la cosa como cosa y remite a un lugar previo, a un origen o fundamento que puede acoger el ser de las cosas. Ser es lo que determina al ente en cuanto ente, lo que hace que un ente sea, y ente significa cosa, algo que es.”. ¡Qué cosa!… Qué haríamos si no le hubiésemos otorgado tal nivel de comprensión a las expresiones que usamos cotidianamente.
Cuando decimos que sentimos cosas, que cada cosa ocurre a su debido tiempo o que hay un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar. La cosa no termina ahí, porque la cosa se pone interesante y generalmente, una cosa conduce a la otra. Es una cosa o la otra… ¡una cosa increíble! ¡Ah! Y otra cosa, ¡diga las cosas tal cual! Es importante tener en cuenta otra cosa, la lista de las cosas que decimos es bien larga y puede incluir cuanta cosa queramos decir: por ejemplo, que esto es cosa de locos, que la cosa iba en serio, que la cosa es grave o que nunca vi tal cosa.
Nos pueden informarnos acerca de las cosas que se pueden hacer para ahorrar energía dinero tiempo, de cosas para estar en forma, advertir que una cosa es tu mamá y otra tu papá…o preguntar ¿Qué cosa quiere comer?. Así las cosas, sería bueno saber si se encontró alguna cosa interesante. Es cosa de un momento, porque aquí a esta altura, ya no se habla de otra cosa. …Y así acaba la cosa “Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa” es una expresión que algunos atribuyen a un filósofo de Buga y otros dicen que quien la dijo fue Pambelé. Desde las montañas del Oriente. Marzo de 2021. marioarroyavearte@gmail.com