Por Mario Augusto Arroyave Posada
O el poder ser, tal vez…una escasa y exótica reflexión hoy día y más en estos tiempos de lujuriosos y locuaces discursos, simples, anacrónicos, ponzoñosos, donde una pausa, un rato de mudez meditativa resulta ser un privilegio. Por eso, para enfrentar con calma y sensatez la posibilidad de sobrevivir y de mantener nuestra estabilidad emocional en un escenario donde no se permiten estos lujos debido a que “el tiempo es oro”, donde hay que producir y conseguir meta$, es necesario un retiro, una estrategia de silencio, intentar mirarse al espejo mediante una introspección que nos deje reconocernos en lo esencial: SER.
Sí, en estos días pareciera que nos bombardearan con las palabras de un diccionario pútrido, para provocar, dividir, esquivar, vilipendiar y crear conflicto entre nosotros. Y en las redes sociales se inicia la explosión de palabras e imágenes, se “viraliza” y tiene eco inmediato en cada SER, en las casas, entre los amigos, en las oficinas y se replica en un mar de ansiedad y delirio. Se ha generalizado una obnubilación de las conciencias mediante la trampa de la tecnología esclavizante, cientos de personas que deambulan con sus ojos aferrados a la pantalla, navegando en la red, como peces atrapados por esta, inmóviles, absortos, protagonistas de una nueva esclavitud.
E pur si muove (y sin embargo, se mueve), fue la frase que pronunció Galileo Galilei y que hoy, lejos de aquel contexto, podría volver a tener sentido en una necesaria reafirmación del ser y de la necesidad de reasumirnos como sujetos en una interacción de voluntades, del reconocimiento de la capacidad de crear, de emanciparnos y abandonar el sometimiento utilizando armaduras y escudos que dejen actuar y ser libres. Pero es que la libertad la da el conocimiento, que permite ser consciente de la realidad en la que se vivimos, y que es el primer paso hacia la libertad individual y, por ende, colectiva.
Aterrizando este asunto a una nuestra realidad cotidiana y explicando una inquietud que a estas alturas ya tiene el lector, se trata de tomar las riendas de nuestra propia existencia con autonomía, la capacidad para determinarse a uno mismo o tomar decisiones sin intervención ni influencia externa, la construcción de criterio, de sumar las razones y los argumentos que delimiten una postura y un punto de vista concreto y por lo tanto, decir, decidir y poder ser (así a secas!).
Qué más podemos pedir a la hora de confiar el destino de una sociedad a las decisiones responsables de seres independientes, de ciudadanos con una visión panorámica y analítica. Personas que pueden ser, que saben cómo se debe ser y que especialmente son. Esta dimensión “ontológica” -para aceptar que andamos atisbando territorio filosófico-, es sin duda, la necesidad de crear un ámbito de respeto y también de promoción del ser, pero no desde la frase de cajón escrita en la anodina cartelera de colegio, sino desde la realidad de la aceptación del ser otro, la promoción de seres diferentes y la interacción prudente y constructiva del ser con el hacer, es decir, algo tan simple como tener clara la relación complementaria de uno y otra circunstancia. Nuestro país hoy se debate en esta lucha, entre nosotros y con nuestros hermanos venezolanos. El reto es saber ser sin necesidad de mentirnos, sin antifaces; narrarnos y vernos ante el espejo de una verdad ineludible.
Venimos de un tronco común y cada uno juega un rol. Ejemplos que se ocurren, casos y experiencias que todos tenemos, de los que habla el buen chiste del sabio y el pescador navegando juntos en su canoa hasta cuando esta naufraga. Así mismo se ilustra en frases que se han pronunciado cuando el padre, campesino, le insiste a su hijo que debe estudiar para que no le toque echar azadón toda la vida como a él. Loable y noble deseo del padre pero errada percepción alimentada por el sufrimiento de toda una vida que no quiere para su prole, cuando a estas alturas, el campesino debería SER el más privilegiado y protegido de la escala de los oficios como comienza a serlo en otros lares.
De igual forma, se ha insistido en similar consejo cuando en tono lúcido se sugiere al joven una decisión académica, un proyecto de vida orientado hacia carreras como el derecho o la medicina para que pueda llegar a SER “alguien en la vida”. Obtusa recomendación que aparenta trazar un camino de prosperidad pero que no considera quizá la inminencia de un panorama de decepción o desolación. Se debe ser lo que se quiere ser, y es una ruta que no tiene muchos adeptos, cuando se quiere ser artista, humanista, religioso, poeta, caminante, pensador…
Ser o no ser… es la primera línea de un soliloquio de la obra de William Shakespeare, en Hamlet, en el acto tercero, escena primera, y se sitúa en este contexto existencial sobre la vida y la muerte. Es la duda que asalta consciente o inconscientemente a todos frente a decisiones importantes que hay que tomar en la vida. La filosofía de Heidegger lo reconoce como la esenciación del ser, Ser en el mundo para encontrarse en un horizonte (tiempo) y acontecimiento, original y fundamental.
El pedagogo italiano Gianni Rodari afirma que “en una sociedad basada en el mito de la productividad (y en la realidad del superávit), que sólo se interesa por la parte física de sus hombres -como fieles ejecutores, diligentes reproductores, dóciles instrumentos sin voluntad- resulta evidente que algo no funciona. La sociedad está mal y es necesario cambiarla. Para cambiarla se necesitan hombres creativos, que sepan usar su imaginación”. O que puedan SER, como lo plantea Rudolph Steiner desde su visión antroposófica, donde cada uno de estos aspectos, tienen relaciones recíprocas: el sistema neuro-sensorial, el sistema rítmico y el sistema metabólico-motor, en los que podemos dividir el cuerpo físico, que aparece en relación con las actividades anímicas: pensar, sentir y actuar (voluntad), que a su vez pueden ser desarrolladas como capacidades espirituales: imaginación, inspiración e intuición.
En definitiva SOMOS, somos alguien en la vida. Somos obreros, médicos, campesinos, científicos, barrenderos, políticos, negros, empresarios, académicos, zapateros, latinoamericanos. Somos pensamiento, sentimiento y acción, somos voluntad y podemos entenderlo si abrimos la mente al conocimiento, a la construcción de un diálogo con el mundo, un verdadero encuentro –complejo- que permitiría zanjar y superar los grandes abismos y la intolerancia, buscando formas de comprensión mutuas, sin barreras, rompiendo las crueles fronteras mentales y físicas que hemos levantado desde el egoísmo. Esas alambradas que nos separan y nos unen, linderos marcados con banderas absurdas, que de desaparecer, darían lugar a la plenitud del poder ser humanos.