Perfil: Marga López; la niña de 68 (Primera parte)

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Hablar de Marga López es hablar de poesía. Es uno de esos seres a los que le es permitida la locura. Y con esto no quiero nutrir la idea de que la poesía debe estar ligada indiscutiblemente a la locura, porque bien sabemos que los seres menos locos, o dicho de otra forma, los más cuerdos de todos los tiempos han sido los poetas. Lo que quiero decir es que la razón de los poetas es la locura de los pueblos y Marga usa esa la locura no como filosofía sino como una natural contravención en medio del fragor cotidiano. Ella no organiza concurridas manifestaciones contra el gobierno ni es una activista reconocida que lucha por los hambrientos o por los elefantes africanos o los rinocerontes blancos en vía de extinción, sino que es la habitación de una locura que trasciende más allá de los motines colectivos, de las reflexiones culturales y de las rebeldías ostentosas. Marga López está loca porque sí, porque así la hizo la poesía, los guayacanes, la eterna infancia y el Serengueti. En fin, para entender la locura de Marga es necesario observarla, escucharla y leerla porque estoy seguro que ni ella misma podría describir la locura que alberga. Marga López está loca.

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Es como una mariposa con sus alas abiertas todo el tiempo. Tal vez sea su vestido guajiro repleto de colores el que la hace parecer como tal. Azul, amarillo, un suéter marrón como segunda pieza tras la falda, anaranjados de largos pliegues, relieves, estampados, ornatos y espirales. Es una obra en sí misma, algo así como un cuadro de Leonid Afrémov caminando. Su cabello es como el cobre; a veces rojizo, a veces oscuro de raíces blancas y trenzado. Su piel blanca con ciertos punticos y pequeñas manchas en las manos. Un rostro ovalado, limpio y brillante con arrugas poco pronunciadas. Sin maquillaje ni polvos mágicos ni labiales de terciopelo ni nada. Así, pura como llegó a este planeta. Las cejas casi negras se van despoblando a la medida que avanzan. Es alta y su compostura fuerte. Lleva una delgada cinta hippie en la frente y siempre está sonriendo. ¿Que cómo le hace? No sé. Siempre que la encuentro está más viva que la última vez. Un roble.

Marga jura que estuvo en Grecia inaugurando el Partenón en el año 438 A.C. y llevándole el manto sagrado a la diosa Atenea. Asegura que estuvo con las mujeres arhuacas en la Sierra Nevada de Santa Marta hace 1500 años contemplando un atardecer y con Linda Morabito viendo estallar el volcán Loki Patera en una luna de Júpiter. Hace rituales de bendición diaria en perfecta sintonía con el cosmos y los astros. Es una niña de 68 años que no se cansa, nunca se queja, grita en la calle, lee en voz alta, platica con el extraño, cuenta la historia del mundo, bebe de vasos ajenos y vive ahí, “justo al costado oriente de la vía láctea”. Dice que habita en la galaxia con ese sentido de río de estrella. Vive en la intemporalidad de la vida, en el torbellino de Zeus y en el arco que despliega la diosa Iris. Ah… y está enamorada de Héctor el príncipe troyano de La Odisea.

Hace más de 30 años vive en La Ceja del Tambo, Oriente de Antioquia, en el lugar bautizado por ella como La Maga de la Mar; una vieja casa de tapia azul oscura con más de cien años a 42 kilómetros de Abejorral y cuyos corredores frontales dan al Capiro y los potreros que lo escoltan. Lugar repleto de libros, fotografías, sillas por doquier, campanas, relojes de estación de ferrocarril, una mesa de billar, poemas, retratos y una fuente en el patio interior. No nació allí precisamente, pero pasó la infancia en La Ceja y es ahí donde ha escrito su poesía. Marga habla de seres amados postrados en cama, del cotidiano esplendor parisino, los gigantescos saltos de agua en latinoamérica, los sonetos de España, las costas nicaragüenses y el papá de Borges. Muchos lugares del mundo no se escaparon de ella ni de la licencia que tiene de mirar cada cosa como si fuera substancial, sempiterna y elemental, ni de su lápiz que guiña el ojo a cada hormiga, ballena o diosa. Ha viajado por Entrerríos (no entre los ríos), Llano de Ovejas cerca de San Pedro de los Milagros, Frontino, París, Nicaragua, España, Italia y Urrao con ese Penderisco que no visita hace más de cuarenta años, pero que es el primer pueblo que viene a su memoria.

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Hija de Emiliano y Rosa Emilia. Criada en una familia tradicionalmente antioqueña. Marga dice que Antioquia significa “Estado civil: Felicidad”, citando al poeta Tomás Ochoa. Maestra de geografía, historia, filosofía y por supuesto literatura. Ahora se dedica a promover la lectura y la escritura en las veredas de los municipios del Oriente, hace talleres en varios lugares y va por todo el país de homenaje en homenaje recitando, enseñando y viviendo. Aunque no es ansiosa por las publicaciones si lo es por los recitales. Ama el momento de decir el poema o escucharlo. Prefiere más bien la juglaría, la conversa, la plática. Es responsable de varios libros: Murunsamas (dos obras con el mismo nombre), Moradas de Sibilas (escrito a mujeres de la casa, amigas y personajes importantes como Mileva Einstein). Consta en las compilaciones de mujeres poetas colombianas y el que ahora tiene en mente se llama La nave de Nausicaa, que contiene 42 sonetos y donde espera añadir un comentario de William Ospina para su reedición.

Le pregunté cuáles eran sus escritores favoritos y me dio toda una cátedra de literatura universal. En menos de seis minutos me habló de Whitman, Emily Dickinson, Poe y la luz de agosto de Faulkner como sus grandes amores de los Estados Unidos. Claro está, no olvida a Hemingway ni a sus leones jugando en la playa como gatitos a la luz del crepúsculo.

Obvio que hay que hablar de Rulfo y el cuento que yo más amo que es Luvina. Tengo otros amores en México como Octavio Paz y Sor Juana. En Guatemala tengo a Asturias que me encanta con sus Leyendas de Guatemala. Si paso a Nicaragua, un lugar que aprecio porque es mi segundo país, tengo a Gioconda Belli, Ligia Guillen, Ernesto Cardenal y Pablo Antonio Cuadra; todos poetas y escritores prodigiosos. Amo a Nicaragua, estoy enamorada de sus paisajes, sus volcanes Ometepe, Momotombo y Momotombito.

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Llegaría a Venezuela donde hago mis paseos con Rómulo Gallegos, José Balza y donde quisiera ir a sus grandes geografías prodigiosas como los Tepuyes, al Salto Ángel, Churu Meru, etc. Tengo en Ecuador y Perú a Carrera Andrade, César Vallejo, Arguedas, Amarilis y Garcilaso de la Vega “El Inca”. Ni hablar de los chilenos Neruda, Gabriela Mistral y uno que me gusta mucho que es José Donoso. Argentina en literatura es una revelación total. Con Borges y Cortázar tendríamos para quedarnos, pero cómo ignorar a Manuel Puig, Pizarnik, Olga Orozco, Storni, etc.

Ni para qué hablo de los españoles, los rusos los franceses e italianos. Me muero con los japoneses y chinos. Estoy perdidamente enamorada de Tomás Carrasquilla y García Márquez con su cuento El rastro de tu sangre en la nieve. etc. No me quedaría con uno solo. Como alguien decía, solamente hay un escritor en varios escritores. Entonces prefiero el poema del mundo hecho por tanta gente. 

Por Daniel Santa

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