En El Jordán Si se Puede

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Por: Bienyi María Morales Cano
Comunicadora Social
Dirección de Extensión y Proyección Social UCO
extension.comunic@uco.edu.co

“Esa noche yo escuché cuando tocaron su puerta. Uno de los hombres le susurraba con voz temblorosa a su compañero, que sólo se lo iban a llevar. “Acuérdese hermano que sólo es para hablar con él”.  Yo sentí cómo apretujaron sus manos cuando lo sacaron de su casa, él comenzó a llorar. Unos cinco minutos después escuché el ruido parecido al de unos “tablazos”. Sin embargo me acosté a dormir. No relacioné los sonidos con la voz zozobrante de mi vecino. Pero al despertar, mi madre me dijo que lo habían matado”.

Esta historia, aunque parece el inicio de una película de terror, es el testimonio de Diego, un joven antioqueño que, como la mayoría de orientales, vivió los horrores de la guerra. Aprieta sus manos mientras recuerda esas noches largas y oscuras. Es consciente de que este periodo violento cambió su vida y la de sus paisanos. Esto lo vio por la rendija de su ventana, ubicada en la calle principal de El Jordán, uno de los tres corregimientos de San Carlos en la subregión de Embalses.

“Ya la época violenta ha pasado”, recuerda Diego y acelera sus palabras para dar fin a la historia. No es un motivo que le llene de orgullo, pero a juzgar por la prisa en empacar sus instrumentos, sí parece serlo el hecho de que en Las Frías lo esté esperando un grupo de alumnos para recibir las clases de música.  A un kilómetro del parque principal, por la vía que conduce a San Carlos, queda la casa de don Arístides Ortiz, un arriero de 64 años de edad quien todos los días apareja sus 15 mulas para cargar hasta 6 arrobas en cada una: madera, panela, caña de azúcar y cacao son algunos de los productos que lleva en el lomo de sus animales y junto con ellos carga también sus ilusiones. “Me levanto a las 5:00 de la mañana todos los días.  De mi padre aprendí a arriar mulas desde que tenía 10 años de edad. En esa época cargábamos maíz y frijol. Lo llevábamos para San Carlos, porque tanta cosecha acá no se alcanzaba a gastar y de pa´ acá alzábamos las cargas de jabón, aceite y arroz para surtir el Corregimiento”.

Una vez hicimos un recorrido para Medellín, salimos desde san Rafael. Cruzamos por el Bizcocho y almorzamos en el municipio de Alejandría. En cada pueblo nos íbamos juntando los de las mulas. Salían 20 o 30 arrieros. En esa época era buena comida y dormida. Donde llegábamos éramos bien recibidos. Al tercer día llegamos a Barbosa y los sacerdotes nos celebraron misa a los arrieros y el recorrido terminó en la alpujarra de Medellín. Llegamos 400 arrieros.

Don Arístides a veces va hablando con Juana, Chavela, o Rosa, los nombres que le ha puesto a sus mulas. “La juventud de ahora no la veo con entusiasmo de seguir arriando mulas, a los muchachos les gusta otras cosas”. Agrega con cierta nostalgia al finalizar la conversación.

Son las 6: 00 p.m. y Diego ha regresado de la vereda Las Frías. No se ha dado cuenda de que su hora laboral ya terminó, porque difícilmente menciona que está trabajando. Disfruta todo lo que hace, insinuando que no hay límite para sus talentos. En la Administración Municipal es el coordinador de Cultura, también es músico y profesor. Y ahora, en su casa editará los videos capturados durante el viaje a la vereda. El material lo carga en las redes sociales.

Quiere llevar los encantos de su territorio a las personas que se fueron en la época de la violencia, contarles que ya todo cambió. Y por eso redescubre en cada fotografía, bien lograda, los tesoros que le aguardan los paisajes y animales que hacen eco de su orgullo regional.

Sumerge la cámara en Botellas, el río más cercano al Parque Principal. Luego la levanta y enfoca la parte alta de la montaña, señalado la carretera recién hecha por la fuerza de las llantas de su moto, con las que se dará paso a nuevas aventuras escénicas para las redes sociales. No es necesario agradecerle directamente por la labor de liderazgo y servicio que brinda en su Corregimiento, pero diariamente se alimenta con los comentarios y miles de reproducciones de los videos cargados en la red. “No me volvería a ir de El Jordán. Yo quiero seguir estudiando para aportar más a los niños y jóvenes de mi tierra. Hace años hice un estudio técnico en audiovisuales en la ciudad de Medellín y aunque me fue bien siento que me ahogo en la ciudad. Quiero seguir ayudando y viviendo cada día nuevas aventuras en este hermoso Corregimiento”.

A las 7:00 p.m. el ambiente del Parque Principal es el centro del acto cultural precedido por la Universidad Católica de Oriente. 26 profesionales llegaron desde Rionego a la “Tierra de los arrieros” para compartir durante dos días apoyo y orientaciones profesionales desde Enfermería, Contaduría, Derecho, Psicología y Comunicación Social. La quinta Misión, programada por la UCO, cerró con broche de oro en esta localidad. De la mano de la Administración Municipal de San Carlos y la Parroquia San Juan Bautista, se desarrollaron exitosamente las labores propuestas: Consultas, jornadas de orientación, avivamiento de la Palabra y acompañamiento psicosocial.  Diego y don Arístides no fueron consultantes directos de los profesionales de la Universidad, pero al compartir sus historias, desahogaron gran parte de ese pasado gris del que poco quieren recordar.

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Por eso en El Jordán los desmovilizados son vecinos, conocidos o familiares. Se han dado cuenta de que la violencia fue un camino equivocado. Por eso han pedido perdón y comprenden el gran daño que hicieron. “Son personas que nos vieron crecer pero que en algún momento delinquieron, tal vez se creyeron poderosos por tener

un arma, o prefirieron seguir el camino fácil, pero cuando la guerra pasó, a muchos les tocó volver a hacer su vida normal y a nosotros nos tocó aprender a perdonar”, recuerda Diego.

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