Para todos los hombres de buena voluntad
La Encíclica del Papa Francisco o “las palabras al viento”…
Eran las 12 del día y de pronto sentí unas explosiones, estruendos que retumbaron uno tras otro. Mi madre, a sus “ochenta y no me acuerdo” como suele decir, estaba en su cama donde ha permanecido los últimos meses y llamaba preguntando qué estaba ocurriendo. En ese momento yo estaba tratando de tranquilizar a Tobby, mi perro que se había metido a la fuerza debajo del escritorio buscando tembloroso salvarse a mis pies. “No es nada”, grité. “Son las fiestas de la Virgen!”. “Tacos” de pólvora a más de 300 m. que provocaban que las alarmas de todos los carros se activaran. Me quedé pensando en cuántas cosas se justifican como costumbre y tradición, palabras que validan acciones que se realizan de igual forma como una manifestación cultural, en el entendido que esto supuestamente se refiere a todo lo que la gente hace, bueno o malo, desdibujando un concepto, tergiversando su sentido.
“Ah!, es que eso es cultural!”, se dice por ejemplo cuando alguien tira basura al piso, o se transita en contravía, se orina en la calle o se agrede a la mujer en algunas regiones. La definición más simple no contempla nada de eso: “El término que proviene del latín cultus, hace referencia al cultivo del espíritu humano y de las facultades intelectuales del hombre.”. Así pues, ni la cultura de la violencia, ni la de envenenar el animalito del vecino tiene que ver con algo que se llame así. Por mucho que se acostumbre y por muy tradicional que sea arrastrar animales de la cola en Los Llanos o poner a pelear gallos, o quemar todo el rastrojo que resulta en la finca, o cortar palma de cera para llevar el Domingo de Ramos, podemos seguir categorizando o dando status a la macabra práctica de “acabar hasta con el nido de la perra”.
En nuestros pueblos es común ver la reincidencia permanente en muy malas costumbres. Ni siquiera se cuestiona que alguien lave el carro o la moto cuando va de paseo al río, o que se entierren los plásticos, los pañales, las bolsas, o peor aún, que se lancen toneladas de basura a la quebrada, que se queme la basura, los plásticos o una llanta en algún lote cercano. Todos callan y aguantan ante ese paulatino envenenamiento del que todos somos víctimas y victimarios. Y es así porque difícilmente alguien escapa a algún tipo de práctica que contribuya a este desastre.
En ese mismo sentido y retomando el episodio inicial, una de las cosas más mortificantes en varias épocas del año es la del creciente uso de la pólvora y algunos sistemas de amplificación sonora que logran involucrar a medio mundo en la rumba, en las actividades privadas (fiestas caseras o una simple trapeada de la casa con reggaetón), en la terrorífica alborada de fin de año como herencia de una celebración entre delincuentes, las cabalgatas pletóricas de exhibicionismo, altoparlantes al anca del animal y aguardiente durante las procesiones de la Virgen, los ruidosísimos desfiles de camiones, volquetas, buses convertidos en altares sumando un escandaloso caos de cornetas y pitos por todo el pueblo.
Es por esta razón que resultan no sólo oportunas y pertinentes sino urgentes, las palabras del Papa Francisco en su segunda encíclica “Laudato Si” (Alabado seas) presentada el pasado 18 de mayo en el Vaticano. La Encíclica toma su nombre de la invocación de San Francisco, «Laudato si’, mi’ Signore», que recuerda que la tierra, nuestra casa común, «es también como una hermana con la que compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos ». Cabe anotar además, que una encíclica es el documento más importante que escribe un Pontífice constituyéndose en la ruta que se establece para orientar la vida espiritual de todos los cristianos. Para muchos, se trata de una extensión del mensaje bíblico que debe ser asumido, acatado y estudiado por todas las iglesias cristianas, católicas, apostólicas del mundo.
“Laudato Sí” ha sido llamada la carta sobre el cuidado de la casa común. Se articula en torno al concepto de ecología integral, esto es el medio ambiente en el que se desarrollan las relaciones básicas del ser humano con Dios, consigo mismo, con los demás y con la creación. Su franqueza e intención se expone desde el comienzo, como para no dejar dudas, afirmando que “Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes.”
Los últimos ciento cincuenta años han sido testigos del desastre más grande que el mundo ha visto. Hemos destruido el medio ambiente como nunca antes, eso es, en menos de un microsegundo comparado con el tiempo que el ser humano ha permanecido sobre la faz de la tierra en el acto de egoísmo más atroz cometido por ser humano alguno, “… una consecuencia dramática de la actividad descontrolada del ser humano debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza”, “olvidando que nosotros mismos somos tierra”, como señala Francisco. Agrega el Papa que “… nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura.” Por esto, se pregunta: ¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?.
Si atendiéramos las palabras del Papa Francisco, estaríamos frente a una de las transformaciones más revolucionarias y radicales de la historia. Tendríamos que asumir un cambio substancial y crear unas nuevas condiciones para el ejercicio de nuestra cotidianidad contaminada. El mensaje es claro cuando el pontífice pide no educar sólo desde el punto de vista científico, con leyes y normas como se ha hecho hasta ahora, sino ir más allá. Solicita realizar “pequeñas acciones cotidianas” como “evitar el uso del material plástico y de papel, reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos, utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias personas, plantar árboles, apagar las luces innecesarias”.
En ese orden, es importante entender que las palabras están dirigidas a todos los seres humanos y no sólo a los católicos, como un llamado de atención que es urgente entender: “la humanidad posmoderna no encontró una nueva comprensión de sí misma que pueda orientarla, y esta falta de identidad se vive con angustia. Tenemos demasiados medios para unos escasos y raquíticos fines”. Su intención de austeridad debería trasladarse a cada ser humano, pero especialmente a la iglesia católica. Miles de millones gastados en espectáculos de apariencia no pueden seguir haciendo parte del plan que propone la militancia en una religión, ni la ostentación, ni la lujuria con que se adosa una procesión o cualquier rito, unas puestas en escena como la del domingo de ramos en la que se sigue atentando contra especies protegidas, por ejemplo.
En el marco religioso, tal militancia, la de una persona ruidosa, exhibicionista de su arrogancia, los oportunistas (hoy los políticos), la extravagancia y banalidad, el irrespeto expresado en ceremonias con altoparlantes en una plaza retando un avance fundamental de nuestra Constitución Política, la connivencia y contubernio por conveniencia económica con el narcotraficante debería convocar a una reflexión profunda, urgente e inmediata. Lamentablemente, dos meses después de la publicación de Laudato Si, estas instituciones le hacen el quite, omiten su proyección y pedagogía, convierten el texto fundamental del Papa en “palabras al viento”, y por mantener las costumbres y la tradición seguramente seguiremos asistiendo a esta debacle. Es un asunto cultural!.
La encíclica Laudato Si se consigue en español, en la página web del Vaticano y se puede descargar completa: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html
Mario Augusto Arroyave Posada