Nuevo icono escultórico del Oriente Antioqueño

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  • En El Carmen, nuevo icono escultórico del Oriente Antioqueño
  • Una obra para exaltar la memoria y la tradición
  • Torre Bicentenaria, Obra del artista José Ignacio Vélez

El diseñador y arquitecto Roberto Burle Marx afirmaba que “uno debe rodearse de objetos de emoción poética” y evidentemente fue lo que logró a través de una vasta producción que hoy caracteriza varias zonas de los sitios más emblemáticos de Brasil y el mundo. Su percepción se ajusta perfectamente a la intención que han desarrollado un grupo de artistas y arquitectos encargados de la transformación que actualmente se realiza en el parque Simón Bolívar de El Carmen de Viboral. Allí se encontraron el colectivo artístico Fundación La Tierra Como Camino y Latitud, Arquitectura y Ciudad, oficina dirigida por el arquitecto guarneño Sebastián Monsalve para desarrollar la obra cumbre de la administración del alcalde Néstor Martínez Jiménez.

En el marco de remodelación que se adelanta en el parque principal, aparece imponente y como el primer elemento plenamente concluido, la denominada Torre Bicentenaria, una escultura urbana de 20 metros de altura y más de 4 metros de base por cada lado, a la que se han adosado cerca de tres mil baldosas y doscientos platos, todo pintado a mano. Es básicamente la idea, un proyecto que incorpora tanto lo escultórico como lo pictórico con acento minimalista, abstracto, simbólico que ha provocado entre los carmelitanos una trama de conjeturas y una pregunta, ¿Para qué sirve una torre?…

¿Para qué sirve una torre?

Cuando su construcción ha llegado a la última fase, revestida ya y posicionándose día a día con su presencia definitiva, coqueteando con el transeúnte, intentando convencerlo de su pertinencia a través de su colorido y majestuosidad, aparece una nueva situación para muchos que antes vieron sólo una mole gris, exagerada e innecesaria en el conjunto de obras de remodelación. Durante meses, la gente sentada en las mesas de los establecimientos que dan la vuelta al parque opinaban, renegaban, sugerían incluso en forma especulativa que allí habría un mirador, que en la parte inferior tendría un local para la información turística, que se trataba de un monumento al ego, o que por qué no le habían dado esa plata que costó a los pobres.

Hoy se teje un imaginario que puede tener buen sustento en cuanto a las razones y motivos para que tenga verdadero sentido, justa apreciación, apropiada contemplación y cuidado. Ante esto, quién mejor para explicarlo, que el autor de la idea de hacer un homenaje a este pueblo mediante una obra perdurable y elocuente.  Se trata de José Ignacio Vélez, un artista de amplio reconocimiento cuya obra ha sido presentada en los más importantes eventos expositivos del país. Su nombre es referente de la generación transformadora del arte colombiano en los últimos tiempos y su presencia es ineludible en cualquier escenario que haga mención de los nuevos lenguajes de la plástica nacional.

Por la mente de José Ignacio han pasado profusa y permanentemente las ideas en cuanto a desarrollar el concepto denominado “Proyecto de Estética Urbana para El Carmen de Viboral”. El arte en las calles, en las casas, en el campo, en formas funcionales como hornos que sirvan para instalar un punto de información turística, salas de lectura y memoria histórica, por ejemplo. De allí surgió la idea de una escultura en el marco de la intervención en el parque. Quizá se trataba de una utopía… ¿A quién se le ocurre un asunto tan descabellado? El pueblo tiene otras prioridades, dicen por ahí…

Cuando una sociedad trasciende el concepto primario de supervivencia y accede a un nivel superior, imagina, crea, sueña y edifica sobre el valor de lo intangible.  Re-crea, re- conoce, contempla y goza, incorpora el arte a su vida en forma de poema, de metáfora y libera su pensamiento (sometido o encriptado). Construye conocimiento, delibera, cuestiona y avanza dejando atrás el espíritu aldeano, adosando a su cotidianidad la conjunción de su esencia representada en un lenguaje que permite una interacción donde se fraguan y constituyen los principios, las ideas adquieren un valor donde se exalta la dignidad de las personas, su memoria, su identidad y por este camino encuentra el sentido de la palabra cultura.

En los objetivos de la Torre Bicentenaria, convergen varios aspectos: se compendia simbólicamente la historia de varias generaciones de carmelitanos y de quienes forjaron una identidad que se resume en una frase colocada alrededor de la obra: “El Carmen de Viboral, Cerámica, memoria y tradición de un pueblo”. Un texto que habla de la necesidad del reconocimiento, de valorar la experiencia como insumo para la construcción de un buen futuro. En la Torre confluye una narrativa que alude a las viejas chimeneas de las fábricas de loza. Aquel paisaje que otrora representó una producción cerámica que atendía mayoritariamente la demanda de vajillas en el país. Es la reminiscencia del fuego y un redireccionamiento de la idea negativa que podría significar en aras de plasmar otras metáforas.

Para Jose Ignacio Vélez, esta escultura urbana, de acuerdo a su posición descentrada sobre el parque y con la misma altura de la cúpula de la Iglesia “pone de manifiesto otro momento histórico y la posibilidad de nuevas miradas, mas holísticas, pero siempre respetuosas de los múltiples credos”. En esa medida, atiende y recoge un principio constitucional de pluralismo en un Estado Social de Derecho y se convierte en un ícono de identidad integrándose estética y respetuosamente al paisaje sugiriendo la necesidad imperiosa de señalar un límite de alturas para el municipio: “Las torres deben ser un límite de alturas hacia el futuro, nuestro espacio urbano no merece sacrificar las montañas que nos rodean y nos deben obligar al respeto por el paisaje que nos rodea” subrayando con esto la importancia de una planeación correcta para el municipio.

“El Carmen es un pueblo que necesita luz, al levantar los edificios indiscriminadamente, el pueblo se tornara frio en todo sentido. Estamos haciendo un daño irreparable al destruir sin ningún control el casco urbano histórico central que hemos llamado centro histórico patrimonial, pero además estamos ocultando paulatinamente los maravillosos perfiles de montañas que hacen de El Carmen un paraíso sin igual” agrega José Ignacio.

Desde el punto de vista formal, la obra de 20 m. de altura profundiza sus “fundaciones” en hierro y concreto 12 m. bajo tierra. Una estructura de columnas con amarres transversales, una loza que remata en la parte superior, paredes selladas completamente en ladrillo y con un revestimiento de baldosas, platos y tabletas de arcilla en la parte inferior.  Su autor señala que la torre “es una gran pintura tridimensional en el espacio urbano” donde “su color expresa las variables de nuestro paisaje, los azules del cielo –arriba-, aire y agua expresados con sutileza, los diversos tonos de verde -al centro-, a manera de montañas y bosques, luego los amarillos y rojos que  anuncian la maravilla de  nuestras flores, pero que nos hablan del fuego que hizo posible nuestra alquimia ceramística  y por último los colores ocres  y marrones que representan la  tierra y  el trabajo de  nuestras manos que interactúan con ella.”

La pregunta pues, resuelta o no, seguirá siendo un reto: ¿Para qué sirve una Torre?, Una inquietud que la mantendrá viva y que reforzará su carácter de ícono, una imagen que comenzará a recorrer el espacio virtual, un símbolo impreso en el papel de libros y revistas, en la retina de los visitantes, en la fantasía de los niños, en el mapa referencial de propios y extraños, en el recuerdo de un encuentro, de una noche donde se verá coronada por la luna, en su brillo y calidez al atardecer o bajo su sombra en el vespertino devenir de nuestros días.

Mario Augusto Arroyave Posada

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