¿Qué diría Capote?

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Reflexión necesaria sobre un periodismo en decadencia

Por Daniel Santa Isaza

Quisiera creer que el periodismo no está en crisis. Los espectáculos mediáticos que han reventado en los últimos días, y la indignación de miles de colombianos por la improcedencia de tantos reporteros, no son otra cosa sino el reflejo de un periodismo mal estructurado y falto de fundamento ético. Me embarga la angustia moral cuando analizo, no solo el contenido, sino la forma en que los presentadores están abordando los noticieros del país. Y también me cuestiono profundamente cuando leo una prensa que está siendo escrita en dos simples pasos: Ctrl-c y Ctrl-v. No sé si es facilismo o la sed de fama de tantos estudiantes que creen que el periodismo es un reinado de belleza. Solo sé, colegas, que algo estamos haciendo mal.

Recuerdo cuando leí A sangre fría de Truman Capote en mis años de estudiante. ¡Oh descubrimiento magnífico el que tuve! Esa obra reveladora, llave del Nuevo Periodismo en la década de los 60, me dio suficientes argumentos para amar mi profesión. Yo creía en el periodismo de calle, el periodismo honesto con las fuentes, el periodismo hecho con lupa, no para hurgar los defectos de terceros, sino para encontrar las respuestas a todos mis porqués. Justo a tiempo cayó en mis manos El zumbido y el moscardón de Javier Darío Restrepo, quien precisamente, hace pocos días, debatía sobre este tema en Semana. A mí ese libro me enseñó un periodismo ético que quiere construir la “verdad con responsabilidad e independencia”. Así fui aprendiendo de todos; Hemingway, Gay Talese, Kapuściński. Y los más cercanos: Gabo, Juan José Hoyos, Jaime Garzón. Yo creía en el periodismo humano, ese que obliga al escritor a borrar siete veces lo que escribió porque sabe que el octavo intento puede ser mejor. Ese periodismo que no nos deja dormir hasta que no encontremos el titulo preciso, justo y diciente para la historia que vamos a contar.

Sorprende corroborar la decadencia del oficio en la contemporaneidad. Ya los periodistas no queremos escuchar, sino opinar. Se nos está olvidando el arte de la entrevista. Nos pesa la pereza y somos altaneros. Preguntamos, y a renglón seguido, interrumpimos. Encendemos las grabadoras, y mientras el entrevistado habla, miramos hacia otro lado. Hacemos preguntas tontas, nos conformamos con los comunicados de prensa y nos cuesta esculcar la verdad. ¿Qué si estamos siendo objetivos? Ni cinco. Ni hablar de la narrativa; ese arte de colorear la verdad y darle vida al personaje. El excesivo desinterés por el buen ejercicio del periodismo acabó con el prestigio que representaba este oficio décadas atrás. Gabo dijo que para ser periodista no hay que ir a la universidad. Pero fue allá donde aprendí cosas que por fuera nunca hubiera aprendido. Recuerdo con gratitud el día en que me enseñaron que la fuente se respeta. “Ustedes van a entrevistar a personas con sentimientos. Ellos también sienten. No son animales. Pero no creen vínculos con sus fuentes muchachos. Ustedes están haciendo periodismo, no amigos”.

Observo ya venir una objeción de muchos colegas que considerarán esta Editorial como un ataque a su trabajo. Sé que mi planteamiento es aflictivo, mas quiero instarlos a pensar que yo también vivo del periodismo, y amo, más que cualquier otro oficio, este de escribir. También hago parte de esta grey, muchachos. Pero es hora de cuestionarnos al respecto. Tenemos que volver a los cánones y regresarle a la profesión la credibilidad y el prestigio que hace rato tiramos por la ventana. No encuentro lógico que la gente se rasque la cabeza cuando digo que soy periodista. O tal vez sí. Pensándolo mejor, sí es lógico. Cómo no va ser lógico que nos consideren mentirosos, si hay periodistas que lanzan dardos embusteros contra funcionarios o personas transparentes porque no les concedieron una pauta publicitaria para su medio. Cómo puede ser que haya colegas que en sus medios ponen en entredicho la reputación de una persona que no los pudo atender. Cómo entender que haya injurias y ataques mediáticos contra sujetos que piensan distinto. Todo esto es lamentable. ¿Qué diría Capote? En este país, donde además sobran los problemas, los noticieros de televisión ponen en sus titulares, como noticia de última hora, la adquisición de un cineflex para el helicóptero de propiedad del medio, y desde el cual, para colmo de males, ejercen un mal uso del lenguaje. Como si esa fuera una noticia de interés nacional. Qué triste.

Notemos entonces cuánto mal le estamos haciendo al oficio. Pero no nos perdamos en consideraciones pasadas y sentémonos nuevamente a escribir bien. El periodismo nos ha entregado mucho como para ofrecerle tan poco. Dejemos de involucrarnos en contiendas políticas e intereses económicos. Reaprendamos el periodismo. Consideremos la grandes historias que nos estamos perdiendo por estar escribiendo panfletos conflictivos que no están forman a los ciudadanos. Volvamos a informar bien. Me imagino qué pensarían los padres del periodismo si vieran en lo que estamos convirtiendo esta labor. El periodismo no se hace en los cocteles. Tenemos que reflexionar sobre nuestra responsabilidad frente a la sociedad. La gente aprende lo que los medios informan, y eso me pone a temblar. No somos dioses, colegas. Cito a María Jimena Duzan: “Hay periodistas corruptos que han convertido el periodismo en un negocio; trafican con la información y se aprovechan de su condición de periodistas para acceder a lugares con el propósito de engordar sus bolsillos, mover procesos o conseguir dádivas”.

A los lectores u oyentes, a la audiencia en general, en nombre mío y de mis colegas, pido perdón. Es cierto que nos hemos inflado porque ejercemos este mal usado cuarto poder. Razón tienen ustedes, muy apreciados lectores, en desconfiar de nosotros. Menos mal lo único que no tiene solución es la muerte, y este impase entre el periodismo y la opinión pública puede ser resuelto. No hay que apresurarse a caer en el fatalismo. Si bien el periodismo está en crisis, aún no es tarde. Mi propósito es llamar la atención de mis colegas y la mía. Soy el primero en predicarme. Examinemos minuciosamente este problema y tomemos medidas. Se trata, desde luego, de una reflexión necesaria para volver a empezar. Empecemos de cero.

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