“Salieron y se fueron toda la mayor parte, dejaron esto solo, en un desierto”, me dijo un campesino de avanzada edad y que vivió y padeció el horror que causo el conflicto y sus diferentes actores, no solo de izquierda, como las FARC y el ELN o de derecha, como las AUC y su Bloque Héroes de Granada, sino también del mismo estado con el Ejercito Nacional y sus “falsos positivos”, en el Corregimiento de Santa Ana, con sus doce veredas fue uno de los epicentros más importantes de la guerra en Colombia y que dista una hora del casco urbano del Municipio de Granada. Tan importante fue en el mapa de la confrontación armada que vivió el país que allí se dio el primer intercambio de policías secuestrados por guerrilleros presos durante el ministerio de defensa del Doctor Gilberto Echeverri.
“Esto fue epicentro de guerra, epicentro de combates, epicentro de muertes, epicentro de desolación”, dice otro campesino marcado en su rostro por los años y los dolores que ha padecido.
Santa Ana llegó a tener unos ocho mil habitantes, antes de la guerra, y se convirtió en una despensa muy importante para Antioquia, a la Plaza Mayorista llegaban cada semana hasta cincuenta camiones con verduras, yuca, plátano y frutas cultivados por los habitantes de este Corregimiento enclavado en las montañas del Oriente Antioqueño. Sin embargo, el ruido de las balas y los asesinatos, colectivos y selectivos, crearon el terror y desplazaron a casi toda la población, quedando solo el sacerdote y cuatro personas por un largo periodo de tiempo en el 2002.
Fue tan dura la guerra que vivió la gente, que hasta los santos que están en la cúpula de la iglesia sufrieron mutilaciones en sus rostros y extremidades en el cruce de tiros que se sucedían a diario en el caserío. Esos santos fueron testigos mudos del horror y el dolor que padeció toda una comunidad a la que le impusieron por la fuerza una guerra que nunca quiso y nunca quiere repetir.
Hoy, ya han retornado unos mil doscientos habitantes, con ayudas del Gobierno Nacional, de la Gobernación de Antioquia, de la Alcaldía de Medellín, del Comité “Amigos por Santa Ana”, de la Administración Municipal, de las colonias de granadinos en todo el país y el Corregimiento empieza a renacer. Nuevamente se ven los campos con diferentes cultivos que ya vuelven a salir al mercado del Granada y a sus tiendas y que dinamizan la economía de los habitantes aun temerosos de que se repita la historia, pero con la esperanza de que el Estado no los abandone a su suerte como en el pasado o peor aún, “que no aparezca aliado a uno de los bandos como lo hizo en el pasado”.
Son varios los proyectos que se tienen pendientes para devolverle la vida a este terruño maravilloso de Granada. El Alcalde Omar Gómez Aristízabal ha comprometido, de los recursos que le correspondió al municipio por la venta de ISAGEN, ocho kilómetros de pavimento, de los veinte tres que tiene su vía, para mejorar en parte las condiciones de movilidad de la gente y sus productos.
Se espera que el Gobierno Nacional, una vez declare al Corregimiento como sujetó de reparación, como victima colectiva del Estado, contribuya con otro tramo importante de pavimentación.
“Santa Ana hoy es un remanso de paz, después de haber vivido momentos tan duros, tan difíciles, hemos encontrado el amor y el tesón de la gente que retorno para reconstruir este Corregimiento y para devolverle el desarrollo y la vida”, dice Guillermo Montoya, funcionario de la Alcaldía de Granada.
Ha sido tan importante la recuperación, parcial, que ha tenido este Corregimiento que hasta el mismo Presidente Juan Manuel Santos fue a inaugurar el Primer “Bosque de Paz” que se construyo en Colombia. Un Parque de vida levantado donde los actores armados se acampamentaban para hacer la guerra.
Hoy, las casitas están nuevamente pintadas y sus fachadas son coloridas, los santos fueron reconstruidos, para que sean testigos, ya no de las balas, sino del renacer de una comunidad que nunca debió haber sufrido el dolor y el horror que vivió.
Pero se requiere de la inversión social para que retornen los otros miles de habitantes que aún no lo han hecho y que seguramente están engrosando las franjas de miseria de las grandes ciudades colombianas.
¡Es el Estado el que tiene ahora la palabra!